SOCIEDAD

Un polémico comisario, procesado por maltratar a toda una familia

José Ferrari, titular de la DDI de San Nicolás, entró a la casa de un cartonero y lo molió a golpes, junto con su padre.

 Por Horacio Cecchi

En la Bonaerense, algunos curriculum vitae están más cerca del prontuario que de la foja de servicios. Tal parece ser el caso del actual titular de la Departamental de Seguridad de San Nicolás, comisario José Ferrari. El jefe policial en cuestión ya estuvo detenido sospechado por el caso AMIA, recibió con honores a uno de sus hombres acusado de haber tenido alguna participación en el caso de Villa Ramallo y protegió a un cabo tomándolo como chofer mientras lo procesaban por homicidio. El cabo, Rubén Galloso, terminó condenado a 16 años, y su mecenas, el comisario, seriamente amonestado por el Tribunal por ocultar pruebas en defensa del chofer homicida. Ahora Ferrari encaró el puntaje de su currícula por propia cuenta: él, su segundo y dos uniformados más fueron procesados por entrar en la casa del hijo de un cartonero, moler a golpes al joven y a su padre, quien salió en su defensa, y llevar a ambos detenidos. El argumento: intento de robo. La prueba contra el peligroso criminal la arrancó de las manos del hermanito de 9 años: una pistolita de plástico azul, que no dispara agua sino flechitas con ventosa en la punta.
El hecho ocurrió el 2 de diciembre pasado, en el barrio San Jorge de San Nicolás. Allí vive Pablo Andrés Quintana, de 18 años. Ese día, alrededor de las 18.30, el joven volvía en bicicleta a su casa en el preciso instante en que en su camino se cruzaba un vehículo blanco con vidrios polarizados. Quintana no lo sabía, pero dentro viajaba Ferrari, su mano derecha, el comisario Alejandro Barreiro, el cabo primero Alfredo Saucedo –actual chofer de Ferrari– y el cabo Román Guevara.
Ferrari, nadie sabe si por traición de su olfato u otro motivo, ordenó dar la voz de alto al sospechoso sorprendido en actitud de merodeo. Quintana, aterrorizado, decidió entrar a su propia casa a la carrera.
Y a la carrera entró Ferrari secundado por su armada de Brancaleone, todos con sus pistolas desenfundadas. En la puerta de casa estaba Rodrigo, el hermanito de Pablo, de 9 años, con una pistolita de plástico azul que le había regalado su madre, Rosa Susana Brest, jugando al poliladron con su primito Johnatan, de la misma edad. Aterrorizados, Rodrigo y Johnatan vieron entrar a su hermano y a los policías en tropel detrás suyo, antes de ser apartados por una vecina tan aterrorizada como ellos.
En el fondo de la casa se encontraba el padre de Pablo, Alberto Quintana, sorprendido en pleno arreglo de una bicicleta. Uno de los policías controló a Alberto clavándole la pistola en el estómago mientras Ferrari tomaba del cogote a Pablo antes de sacudirlo con una trompada en la nariz. Alberto logró zafar, pero Ferrari lo detuvo apuntándole su arma contra el pecho. Finalmente, a Pablo lo sacaron de los pelos. Su padre, que intentó pedir explicaciones recibió una patada que lo derrumbó. “Me tenés podrido... a éste también cárguenlo”, ordenó Ferrari. Así, dos patrulleros recogieron a los dos sospechosos y los trasladaron esposados a la 3ª de San Nicolás.
Antes, para evitar que, como siempre ocurre, se perdieran valiosas evidencias, Ferrari incautó la bicicleta de Pablo y arrancó de la mano de Rodrigo la preciosa prueba que calificaría el delito de intento de robo: la pistolita de plástico azul que dispara darditos con ventosa.
A la 3ª acudió, enterada por un vecino, Rosa Brest. “No pasa nada, señora, es una boludez”, le dijo el mismo Ferrari, según declaró la mujer ante la Justicia. “Se metió corriendo en una casa –que era la propia– y no nos quedó otra que entrar y detenerlo”, agregó el jefe policial. No pudo explicar en cambio por qué había detenido al padre. La mujer, decidida a todo, le espetó a Ferrari que no tenía derecho a entrar a su propia casa. La respuesta la sorprendió: “Tengo orden de la fiscalía para detener a su hijo”. La orden, después se comprobó, estaba escrita sólo en la imaginación del alto servidor público. Ahora, Ferrari y sus tres hombres deberán enfrentar un proceso por apremios ilegales iniciado por la fiscal 2 María Belén Ocariz. En el ‘96 Ferrari estuvo detenido por el caso AMIA, y aunque era vecino de Carlos Telleldín y pertenecía al grupo de amigos de Juan José Ribelli durante el juicio declaró que no se acordaba nada. En el 2000, Ferrari recibió con honores al cabo Alberto Castillo, procesado por ocultamiento de pruebas en el caso Ramallo. También protegió al ex cabo Galloso cuando fue procesado por homicidio: lo tomó como chofer personal. “Quería tenerlo controlado y ver si el hombre se sinceraba conmigo”, declaró sin inmutarse ante la Justicia.

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El comisario mayor José Ferrari ya estuvo en otros escándalos.
En un caso, protegió a un cabo que terminó condenado por homicidio.
 
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