SOCIEDAD › HISTORIAS Y SUEñOS EN EL CASINO DE MAR DEL PLATA

Hagan juego, señores

En medio de los que quieren hacer saltar la banca y los que sólo buscan divertirse, crece la presencia femenina ante las ruletas. Los nervios, las decepciones. Las maneras de apostar.

 Por Carlos Rodríguez

Desde Mar del Plata

“Todos entramos por la noche con el sueño de hacer saltar la banca, pero después nos vamos, llegado el día, con la frustración de casi siempre y murmurando una frase que duele: ¿para qué habré venido?” Victorio, a los 66 años, se ha recorrido todos los casinos de la Argentina y de buena parte de América. “Trabajé para una empresa exportadora, viajé mucho, y la ruleta es mi pasión. Ni gané ni perdí fortunas, pero hoy podría tener algunos ahorritos si no hubiera jugado o si hubiera tenido un poco más de suerte.” Los “jugadores de raza”, como Antonio, Luis, Mariano, Lucrecia y el propio Victorio, dicen que los sitios que los identifican son “la ruleta, el poker, punto y banca”. Allí van a “ganar o morir” los que sueñan con hacer saltar la banca. “Los que juegan a veces, o los que sueñas con espejitos de colores, se pasan horas frente a las máquinas electrónicas. Todo bien, pero para ganar hay que arriesgar en serio y jugarse la vida a un pleno. O nada”, sintetiza Pedro León R., otro veterano que afirma que el Casino Central de Mar del Plata “es el más difícil de voltear y por eso es uno de los que más me apasiona. El juego me apasiona tanto como una piba de 20 años”.

En el horario de 16 a 5 de la mañana (de lunes a jueves se cierra una hora antes), el Casino Central recibe entre 12 y 20 mil jugadores a diario. En los últimos tiempos, casi la mitad son mujeres de todas las edades. Las de entre 18 y 25, por lo general, acompañan a sus novios o padres y se juegan algunas fichas, pero hay muchas que tienen “más aguante que muchos de los hombres”, asegura Claudia A., de 45 años, oriunda de la ciudad de Córdoba y fanática de Mar del Plata. “Para mí, el casino es una cita obligada. A veces vengo con mi marido o con mi hijo mayor, pero la mayoría vengo sola, o con amigas. Yo juego a la ruleta, pongo un límite de 500 pesos por noche y muchas veces tengo suerte, me voy con lo que vine o con algunos pesos. Nunca gané ni perdí fortunas.” Todos los consultados, salvo muy raras excepciones, hacen relatos idílicos de sus noches de triunfo y minimizan las derrotas cotidianas.

La ceremonia de la bola rodando sobre la ruleta y el “no va más” de los croupiers es un rito que apasiona a propios y extraños. Matías es el típico jugador silencioso, ensimismado, el “cara de poker”. No quiere hablar de su trabajo, de su vida, sólo se lo puede seguir a partir de su despliegue, casi de gimnasio. Juega en dos ruletas al mismo tiempo. Y juega fuerte, muy fuerte. Cada apuesta le lleva 400 o 500 pesos, sólo en una de las ruletas, en la que apuesta más fuerte. A veces, como ocurre mucho con los que apuestan “con todo”, agarra un pleno y le pagan 35 veces la apuesta, pero igual no le alcanza el dinero para reponer lo que puso en la misma jugada, a tantos números. Una jugada en la que ganó, sin ganar. Claro que, tanto va el cántaro a la fuente, al final no se le rompe y lo llena de agua: en dos bolas redondea una cifra importante, 7200 pesos. Se retira un rato, juega sólo en una de las mesas, pero más tarde vuelve a insistir. El que gana una vez quiere seguir ganando y muchas veces termina claudicando.

Andrea y Victorio son pareja. Juegan a dúo. Ella se queda sobre el extremo inferior de la mesa de ruleta, donde están los números más altos. Sus preferidos van del 25 al 36. Despliega unas cuantas fichas, la mitad de las que usa su marido, que apuesta desde la línea del 7 a la que comienza con el 22 y termina con el 24. Por lo general, en las apuestas más jugadas, ponen dos plenos y cuatro semiplenos. Ganan y pierden, ganan y pierden. Cada vez son más las pérdidas que las ganancias. Se miran, hacen gestos negativos y a veces resignados. Al final, desisten después de perder cerca de mil pesos, pero igual se abrazan, se besan y se van camino a la rambla. “El aire fresco hace bien”, suspira Andrea. Al lado de la pareja, Azucena, que pisa los 70, juega tres fichas de cinco pesos por jugada y nunca a pleno. Celebra las ocho fichas que le dan por cada cuadro (apostó una sola ficha por cuatro números al mismo tiempo) o las cinco que agarra a cambio de una apostada. Esto cuando tiene suerte y gana una línea. “Así me divierto un poco”, dice como justificándose por su “amarreta” condición de viuda jubilada que vive con un sueldo corto como sus nulos sueños de hacer “saltar la banca”.

En el Casino Central, además, hay dos sectores de ruletas electrónicas en las que las apuestas son más accesibles a los bolsillos populares. Y después están las máquinas electrónicas, versión moderna e igualmente devastadora de las antiguas “tragamonedas”. Los apostadores, en su mayoría mujeres, acarician las figuras que pagan más o las que alinean el “bonus” con juegos gratis. Hay historias de ganancias de mil, dos mil o tres mil pesos en un flash histórico para ellas o ellos, con una alineación mágica. Los demás sonríen y admiten que vienen perdiendo “prácticamente desde la infancia”, exagera Josefina, de 55 años, mientras su marido, Raulito –como ella lo llama amorosamente–, asiente con la cabeza. “Yo no pierdo lo que ella no gana”, resume Raúl, quien sólo entra al casino de acompañante.

La casa de piedra, como llaman al Casino Central, genera y provoca caras de piedra. Tristes piedras. Uno de los croupiers más añejos, en un alto de la labor, camino al baño, cuenta que los que entran al edificio “siempre sueñan con repetir la historia de los alemanes, en los cincuenta. ¿La conoce?”, pregunta. Y sigue: “Eran seis los alemanes y durante días sólo venían a contabilizar los números que salían, los que se daban seguido y los que nunca figuraban. Dicen que hicieron un ‘estudio matemático’, bien de alemanes, y que durante más de una semana se dedicaron a jugar y a ganar, siguiendo en forma estudiada una serie de números predeterminados por ellos. Hasta aseguran las historias que se cuentan acá que, ante el éxito conseguido, ‘contrataron’ a otros apostadores para que siguieran en la misma línea de ellos. Siempre jugaban en la misma ruleta y siempre ganaban. Dicen que les prohibieron la entrada, después de que ganaron mucho dinero. Nadie sabe si la historia es verdad, pero muchos sueñan con repetir una hazaña de ese tipo. Algunos ganan, pero muchos pierden. La mayoría no se queja. Sólo se van, esperando el día de repetir la hazaña de los alemanes”.

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Imagen: Alejandro Elías
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