SOCIEDAD › FABRICARA LAS TAPAS DE ALCANTARILLAS DE LA CIUDAD

Una escuela que funde metales

Cuando el metal empezó a fluir del horno, la escuela Fundición Maestranza del Plumerillo estalló en aplausos. Es que ayer no fue un día más. Inaugurada en los años ‘50 para formar los técnicos de la industria metalúrgica que por ese entonces empujaban la maquinaria industrial del país, la escuela atravesó un lento declive –acompañando la marcha de la economía nacional–, hasta que un fatídico día de 1996 su horno dejó de funcionar. Hasta ayer, cuando volvieron a llenar moldes con metal fundido. “Ya no teníamos demanda”, recordó Leonardo Gaitán, un histórico profesor de la casa. Ahora sí la tienen: a través del programa “Aprender Trabajando”, el gobierno porteño les encargó las tapas de los sumideros y alcantarillas para reemplazar las que se robaron de las calles de Buenos Aires.
“Es una gran oportunidad y un orgullo para nosotros hacer cosas que después se van a usar. Además, al gobierno también le conviene”, son las palabras que elige Luis, uno de los alumnos de 5º año de la escuela, para expresar el sentimiento de todos.
El campamento del Plumerillo, donde San Martín se había apostado antes de cruzar de los Andes, fue el primer lugar donde se fundió metal en el país. De allí tomó el nombre esta escuela ubicada en el barrio de Pompeya, a la que asisten más de mil chicos provenientes principalmente del partido bonaerense de Lomas de Zamora y la zona sur de la ciudad de Buenos Aires. Desde la década del ‘50, cuando nació, su función fue formar técnicos en metalurgia que, se pensaba por esos años, acompañarían el desarrollo industrial del país. Las fábricas necesitaban metales y los metales, técnicos en fundición: todo cerraba, y miles de egresados se incorporaban a trabajar en la cadena productiva. La escuela siguió su camino hasta que, a comienzos de la década del ‘90, el desarrollo industrial dejó de ser una prioridad para el país. Y así como cerraron miles de fábricas, la Fundición Maestranza Plumerillo también comenzó a tener problemas. “Esta carrera fue el fiel reflejo de lo que ocurría afuera”, explica Rubén Seruso, docente de fundición.
En 1996, el alto costo del mantenimiento del horno, sumado a la falta de demanda de productos industriales, obligó a las autoridades de la escuela a suspender su uso. “Hasta ese año hacíamos las morsas y los tornos para todas las escuelas técnicas del país. Pero después dejaron de depender de la Nación, se provincializaron y se cortó la producción”, recuerda Gaitán. No cerró pero, para la Fundición Maestranza Plumerillo, la clausura del horno fue como si le quitaran su corazón. Por eso, todos, docentes y estudiantes, no pudieron contener su alegría cuando se enteraron de que, a partir del programa “Aprender Trabajando”, el horno volvería a trabajar para producir, al menos, el 25 por ciento de las tapas de alcantarillas que precisa la ciudad de Buenos Aires, y que últimamente fueron robadas de las calles para ser vendidas como material de fundición.
“Nos parece que ésta es la mejor manera de vincular los procesos educativos con los productivos. Por eso, además de este caso, también impulsamos el programa “A ver qué ves”, donde alumnos de la Escuela Técnica Nº 11 fabrican los anteojos que necesitan los chicos de los primarios, y estamos por lanzar otro para producir alarmas”, explicó Roxana Perazza, secretaria de Educación porteña y responsable del programa que puso de pie a esta escuela de Pompeya. También estuvo presente el jefe de gobierno, Aníbal Ibarra.
Ayer finalmente fue el gran día. Tras la puesta a punto del horno, la donación de coque por parte de ex alumnos y la preparación de los moldes en madera, se realizó la primera colada. Los recipientes se comenzaron a llenar del hierro incandescente y la escuela, nuevamente de vida.
Producción: Damián Paiquin

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