SOCIEDAD › LAS ANGUSTIAS QUE VIVEN LOS CIENTIFICOS QUE DECIDIERON VOLVER AL PAIS

Experimento fallido

Volvieron con un plan de repatriación de científicos del gobierno de De la Rúa. Dejaron excelentes puestos en el exterior pagados en dólares. A poco de llegar, el país era otro. De la Rúa ya no está, la dependencia que se ocupaba de ellos tampoco, la beca les quedó en el corralito. Aquí, los que retornaron cuentan sus penurias. Y los que aún están afuera confiesan sus dudas. Historias de científicos que apostaron por el país y les fue mal.

 Por Horacio Cecchi

En octubre pasado, el mismo Fernando de la Rúa que un día fue presidente anunció la movida, una patriada, una rigurosa apuesta al país. Se llama Beca Ramón Carrillo, aunque todos la conocieron por uno de sus objetivos: la repatriación de científicos argentinos. Nueve llegarían de Estados Unidos, uno desde Finlandia. El 3 de aquel mes de aquel año, que parece tan lejano aunque hayan pasado apenas algo más de cuatro meses, el propio De la Rúa entregó las becas. Los científicos levantaron casas, abandonaron empleos bien pagos y en dólares, rechazaron ofrecimientos e hicieron las valijas. Hoy, el país no es el mismo, el presidente tampoco. Ni el ministro de Salud, ni la subsecretaría que otorgó la beca, que no sólo no es la misma sino que ya no existe. La Carrillo sí es la misma: sigue en pesos y, aunque no varió, la rara paradoja hace que valga la mitad. Se había establecido que se pagaría cada seis meses. La primera mitad ya fue depositada en 2001 y pesificada en el corralito. La otra, Dios y la patria os la demanden. Las autoridades, que ya no son las mismas, piden confianza. En esta nota, hablan, reclaman, se lamentan y denuncian los científicos que volvieron y ya se quieren ir de vuelta, los que dudan si volverán, y los que volverían si el país fuera otro.
Siguiendo con aquel calendario, perimido desde todos los puntos de vista, el 3 de octubre pasado Página/12 publicó una nota titulada “Con una beca y mucha añoranza, vuelven científicos del exterior”, en la que los investigadores relataban sus expectativas, sus esperanzas y sus buenas ganas de fincar en el viejo terruño, habida cuenta de la convocatoria, de monto exiguo, es cierto, comparado con los sueldos en el exterior, pero de un valor intrínseco irremplazable que sólo puede ofrecer la anhelada patria. Treinta mil pesos anuales, desglosados en salarios (20 mil) e insumos y gastos de laboratorio (10 mil).
A partir de diciembre pasado ocurrieron algunas cositas que provocaron cambios en el país. Entre ellos, no sólo que los 30 mil dólares de la Carrillo se transformaron, sólo por ahora, en 15 mil, sino que el título de aquella nota de este diario quedó completamente fuera de la realidad. Salvo la añoranza, que los científicos mantendrán como que esta tierra es suya, aquello de la vuelta del exterior quedó en las sombras. Algunos volvieron. Otros, dudan. Y otros más, decididamente, suspendieron toda mudanza hasta nuevo aviso.
La beca anual se iba a pagar en dos partes. La primera se efectivizó en octubre y quedó encerrada en el corralito. La segunda deberá pagarse el 1º de marzo, pero nada indica que se cumpla: cambió de manos el Ministerio de Salud y la Subsecretaría de Investigación y Tecnología de esa área –por entonces a cargo de Ernesto Paredes– que convocó a la beca fue devaluada como el peso: pasó a Dirección Nacional, aún sin director a su cargo. Los funcionarios de Salud piden paciencia y confianza mientras tejen y manejan a discreción (ver aparte). Los científicos tienen razones valederas para alarmarse: a una semana del pago aún no tienen la menor precisión ni saben a quién reclamar.
Menudo problema
“Allá tenés otros tiempos, podés dedicar tu cabeza a tu especialidad. Se invierte en la investigación, que crea trabajo y oportunidades. Acá hay que convencer al Estado de que uno sirve”, decía en la nota de las “añoranzas” Ariel Teper, de 34 años, especialista en Neumonología Pediátrica, y uno de los repatriados que recibió la beca en un acto con todas las de la ley, en la Academia Nacional de Medicina. Teper trabajaba como investigador en el Mount Sinai Medical Center de Nueva York. Había viajado para especializarse, pero dispuesto a volver al país. “A aportar lo que aprendí”, agregó. Y volvió, pero no para aportar lo que aprendió sino para tratar de zafar del galimatías en que quedó embarrado. El, suesposa, también médica, y su hijo de un año y medio. “¿Complicaciones? Sí. (Ernesto) Podestá era el director de la beca. No está más. Ni él, ni la estructura. Falta cobrar el segundo semestre, no sabemos si lo van a pagar. Además de que es en pesos.” Como la cosa no está para inversiones, Teper vive con su familia en un departamento prestado por un amigo, que se mudó a España después de haber sido asaltado tres veces. “Con la beca llegamos a fin de mes –admite–. Si no cobramos la segunda parte tendré que volver.”
Cuando a Teper le anunciaron que había ganado la Beca Ramón Carrillo, alguien le aconsejó que cambiara los primeros 15 mil pesos a dólares. “Sentí que era inmoral, que no era plata que me perteneciera.”.
–¿Y qué hizo con ese dinero?
–Lo dejé así como me lo dieron. Ahora está en pesos, licuado y en el corralito.
Asegura no estar “armando las valijas”, aunque la idea no deja de dar vueltas en su cabeza: “Me está costando más adaptarme acá que cuando fui allá”.
Aquel 3 de octubre, en el acto de la Academia de Medicina, junto a Teper estuvo presente Andrea Gamarnik, también ganadora de la beca, también entrevistada en aquella ocasión por este diario. De 36 años, doctorada en Bioquímica, especialista en virología molecular, un área no desarrollada en Argentina, su último puesto de trabajo fue el laboratorio Virologic Inc., de San Francisco. Su apuesta en Argentina: trabajar sobre el virus del dengue, como directora de un laboratorio cedido por la Fundación Campomar, preparando a dos estudiantes, una de ellas para el doctorado. “Volví por una cuestión ideológica, no porque extrañara, porque me parece que los investigadores tienen que volver, y porque prefiero perder la calidad de vida inmejorable que tenía allá para sentir que trabajo en mi país”, aseguró. “Creo que las cosas van a cambiar”, dijo, esperanzada. Y así fue: unos días después, un llamado de Gamarnik a este diario puso en relieve que en Argentina está en pleno proceso de cambio.
–Algunas cosas cambiaron desde la última vez que hablamos –aseguró por teléfono–. No sé si van a pagar la segunda parte. No hay con quién hablar en el Ministerio. La Carrillo es mi sueldo. Estoy muy preocupada. Si no cobro, me vuelvo.
El peso sin peso
María Fernanda Ceriani vive en San Diego desde el ‘97, donde completó su doctorado en Biología, en la Universidad de California, y trabaja como investigadora en la cura del cáncer en el Scripps Research Institute. Ella, como Gamarnik, se había planteado volver después de perfeccionarse en el exterior. También logró que la Fundación Campomar le cediera un laboratorio para sus investigaciones.
Ceriani tiene fecha de regreso a fines de marzo. Lo hará con su marido, Alejandro Schinder, investigador del Salk Institute de California, especializado en Neurociencias, también ganador de la Beca Carrillo, además de la IM40, una beca-subsidio otorgada por la Secretaría de Ciencia y Técnica (ver aparte). Por si acaso, Ceriani obtuvo otro aporte valiosísimo, el de la Fundación Howard Hughes, reconocida internacionalmente. “En este momento, lo que tratamos es de tener un plan A, un plan B, un C, y un D –se sinceró Schinder desde San Diego–. No queremos depender ciento por ciento del dinero argentino porque no es ninguna garantía.”
“Cuando uno trabaja en ciencia en Argentina –definió Ceriani–, hay que pelear con que no hay agua, con que no llegan los reactivos, nunca tenés las cosas que necesitás, tardás mucho en conseguirlas. En Estados Unidos eso cambia del día a la noche, en cualquier momento se te ocurre algo yenseguida lo tenés, eso hace que la ciencia avance a un tiempo incomparable.” De todos modos, la decisión de la vuelta está tomada.
“No soy tan obtusa para no darme cuenta de los problemas. Conocemos a científicos que tienen su dinero congelado en el banco. Además de lo obvio, que los subsidios son en pesos y los insumos en dólares. No es el momento ideal para volver, pero volvemos”, aseguró Ceriani, aunque después agregó: “Ya sabíamos que volver es tirarnos a la pileta. Pero cada día que pasa me parece que nos tiramos de más alto. Vamos a esperar hasta último momento. Si no puedo cobrar mi sueldo, no puedo volver”.
“Es cierto que en medio de esta crisis, Campomar nos ofreció el laboratorio, y tenemos las becas”, sostuvo Schinder. “También sabemos que si no volvemos ahora, no volvemos más, porque no se va a dar de nuevo esta oportunidad de reunir varias becas. Sabemos que dejamos la seguridad económica.”
–¿Qué les dicen sus familiares?
–Nos dicen “no vuelvan, estás loco, te buscamos un psiquiátrico para cuando llegues”, y cosas más terribles.
Susana Rulli llegó de Finlandia, de la Universidad de Turku, a 120 kilómetros de la capital Helsinki. Viajó hacia allá en el ‘98, doctorada como bióloga. “La idea era ir por dos años, que se hicieron tres”, dijo a este diario, ya instalada de vuelta, en el Instituto de Biología y Medicina Experimental, en Belgrano. “Volví gracias a la beca”, explica. Todavía no quiere ni pensar en el pago del segundo semestre. Sólo recuerda una cosa de su regreso: “Cuando subí al avión, Argentina era un país. Cuando bajé, era otro”. Llegó el viernes 30 de noviembre, día de corridas bancarias, las previas a que Cavallo cerrara el corralito. “No me importaba tanto, estaba feliz por el regreso.”
En Turku, Rulli trabajaba con ratones transgénicos. Los trajo al país. Los ratones llegaron otro día memorable de diciembre: cuando se declaró el estado de sitio. “Los primeros días de enero me mandaron un mail afirmando que se respetaría el compromiso.”
–¿Se volvieron a comunicar?
–Desde ese momento, no.
“Ni loco vuelvas”
Gustavo Dziewczapolski vive en San Diego desde agosto del 98. Investigador en Neurociencias en la Universidad de San Diego, trabaja en trasplantes de células progenitoras en modelos animales de Parkinson. Antes de partir hacia Estados Unidos ya sabía que en unos tres años estarían emprendiendo la vuelta. El año pasado, ganó la Carrillo y la IM40, y logró abrirse un espacio como investigador en el Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular (Ingebi). Fue el año pasado. Este es otro año.
“En aquel momento, con una sola beca no alcanzaba para mantenernos -dijo desde su laboratorio de San Diego–. Hicimos el proyecto en base a las dos becas. Ahora, con todas las medidas económicas, ya no alcanza ni con las dos.” Dziewczapolski agrega: “La Carrillo te otorgaba 30 mil, 20 mil para sueldo. La IM40, 18 mil para sueldo y 12 mil para insumos. No podés sumar los sueldos de las dos, tenés que elegir uno. El otro, directamente no te lo dan, se lo ahorran. Así que, en lugar de 60 mil anuales, tenés 42 mil, de los cuales 22 mil son para insumos, para pagarle a algún estudiante que trabaje en la investigación”.
Dziewczapolski supo que había ganado las becas en el mismo momento en que le anunciaban, en Estados Unidos, que se le había extendido la visa. La indefinición sobre el pago de las becas (ver aparte), la crisis argentina y las ofertas en Estados Unidos empujaron a Dziewczapolski a una decisión. “No es seguro que vaya a volver. La Carrillo es por un año, renovable. Podestá, en su momento, nos dijo que no nos preocupáramos poreso, pero ahora nadie me puede garantizar que siga, si ni siquiera se sabe si se paga la segunda parte. Hasta diciembre, mis familiares me aconsejaban que lo pensara. Ahora, me dicen que ni loco vuelva.”

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