SOCIEDAD › OPINIóN

Como plaga de langosta y todo lo que impresiona

 Por Mempo Giardinelli

Impresionante la marcha Ni una menos. En el Chaco no recuerdo una igual. Las cuatro manzanas de la plaza central, colmadas. Carteles de todo tipo, y los más duros apuntando a la que ya muchos/as llaman “Maldita Justicia”.

Fue gigantesco el clamor en todo el país, y es un dato fundamental no porque vayan a cambiar las cosas de un día para otro, pero sí porque la movilización marcó un antes y un después en esta república. Los abusos son cada día más visibles, y les será cada vez más difícil a jueces y policías proteger a violadores y asesinos. Y el Congreso ahora tendrá que legislar no “mano dura” sino una “durísima legislación”, que no es lo mismo.

Y si de grandes impresiones y legislación se trata, esta columna quiere plantear ahora un asunto no menor y del que los “grandes diarios” no hablan, y peor, ocultan y desinforman: el incipiente retorno de las langostas, que en algunas provincias están volviendo y empiezan a dar miedo.

Cuando yo era chico, las mangas de langostas ennegrecían el horizonte y todos corríamos a encerrarnos y a trancar puertas y postigos. Causaban pavor porque comían todo a su paso. Eran millones de bichos, cuyo ruidazal era además espantoso. Mi madre y mi hermana corrían a sellar los vanos de las puertas y las ventanas con trapos embebidos en querosene y a veces no alcanzaban a entrar las ropas colgadas. Los malditos bichos comían todo, plantas y telas, y se filtraban, amenazantes, por cuanto huequito encontraban en las casas. Nosotros los pisoteábamos con asco, adentro, mientras afuera el sonido era estremecedor. Recuerdo cómo comieron una morera hasta dejar pelados los palos del árbol y un día vi desaparecer un trapo de piso en pocos segundos.

Fue larga y sistemática la lucha de las autoridades agropecuarias de la época para controlar esa plaga que se repetía todos los años y devastaba algodonales y cuanta plantación atravesasen. Creo que fumigaban con un producto químico llamado Malathion.

Claro: ¿por qué recordar esto ahora? Porque desde hace un tiempo, un año por lo menos, y todo este verano, he visto reaparecer enormes langostas en mi jardín, en mi cuadra, en mi barrio. Cada vez son más grandes, algunas de hasta diez centímetros, verdes y letales. Uno las pisa y son durísimas, y entonces es inevitable preguntarse: ¿serán sojeras? ¿O la soja las viene corriendo? ¿El glifosato que hoy es rey letal en los campos argentinos las mata o acaso las estará prohijando? ¿Y las actuales autoridades agropecuarias están al tanto, alertas, acaso trabajando en prevención? O mejor, corrijo la pregunta: ¿existe prevención agropecuaria en un país en el que el glifosato es rey y Monsanto y otras multinacionales reinas? ¿Y donde esto que uno escribe y dice se niega y capaz que mañana alguno sale a retrucar?

Por supuesto, esta columna ignora qué relación tienen las langostas con el glifosato y con la soja, pero lo cierto es que los bosques se talan bestialmente y cada vez se planta más soja y cada vez hay más enfermos de cáncer en pueblos como San Jorge (Santa Fe), Marcos Juárez y Las Vertientes (Córdoba) o La Leonesa, en el Chaco. Según datos de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, la Red Universitaria de Ambiente y Salud, y la Universidad Nacional de Córdoba, la soja cubre hoy por lo menos 22 millones de hectáreas en 12 provincias, y los efectos letales del glifosato que la acompaña se sienten en pueblos rodeados de campos en los que viven más de 10 millones de habitantes que son fumigados directamente, o sea que reciben agrotóxicos sobre sus casas, jardines, escuelas, parques y fuentes de agua.

En ese contexto, la reaparición de enormes langostas –aunque todavía no masivas– es también impresionante. Porque desde hace más de dos mil años, e incluso en la Biblia, fueron consideradas la octava plaga de Egipto, donde acabaron con cultivos y comidas. Cuando las langostas migratorias atacan, llegan a ser muchos millones de ejemplares y su voracidad es tan grande que en un solo día pueden comer los alimentos de miles de personas. Su capacidad devastadora es colosal y en 1987 todavía asolaban 25 países vulnerables, como cualquier lector/ora puede consultar en Internet. En América del Sur han sido tremendamente dañinas desde el siglo XIX y en 1988 hubo invasiones en varias islas del Caribe, en Surinam y en Venezuela. La última gran plaga africana duró tres años, de 1986 a 1989, y afectó a 40 países. Y todavía en 2005 una plaga de langostas del desierto devastó cultivos en toda el Africa Occidental. Y en 2006 destruyeron cultivos de vegetales y granos incluso en España (Cataluña y Castilla-León).

Evidentemente, hay muchas cosas ocultas –como hasta ahora el abuso y la trata en todas sus formas– que apenas emergieron en esta última década. Enhorabuena, porque la negación es el primer paso de toda tragedia, personal o social.

En una sociedad como la nuestra, en la que casi no hay controles de nada (ni de transparencia ni bromatológicos; ni de transporte y circulación vehicular; ni de servicios municipales pues en todos los municipios del país lo único que importa es recaudar), la verdad es que no podemos quedarnos solamente con la impresión. Que es sólo el primer paso para que las cosas empiecen a cambiar. Que de eso se trata, de cambiar, y por eso la marcha Ni una menos fue una extraordinaria reafirmación democrática.

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