SOCIEDAD › UNO DE LOS TESTIMONIOS DEL CASO

En primera persona

 Por Soledad Vallejos

En el expediente no tiene nombre, sino un código para identificarla en el proceso judicial y, a la vez, protegerla. Es “Testigo P 15913”. Tiene tres hijos, secundario completo, ahora maneja un taxi. Antes, repasa el fallo, “trabajó en muchas cosas, salía a vender pizza, limpiaba casas, (y trabajó) en una panadería”; ante de todo eso, pasó por uno de los prostíbulos operados por los condenados, el California. En su testimonio brindado en cámara Gesell, explicó cómo llegó allí: a fuerza de pasar por la puerta, trabó conversación con una de las mujeres explotadas, quien “la mandó a hablar con Mercedes (Medina), que vivía a dos cuadras”. Medina le explicó “que trabajaba con el 590 por ciento” de lo que cobraba cada mujer por prostituirse en su whiskería, “y entonces la testigo empezó a trabajar ahí”.

Era el año 2006. “Testigo P 15913” aprendió los códigos: “el pase es cuando un cliente pide, se entra a la habitación”, y la tarifaba dependía del tiempo (15 minutos o media hora); por cada copa que invitara un cliente, recibiría un porcentaje, pero eso empezó a menguar cuando “se empezó a cerrar con la ley y empezaron los allanamientos y tenían que trabajar a puerta cerrada”. La testigo y sus compañeras debían hacer un pozo común para pagar a Medina la luz, el agua, y un alquiler por la habitación; ese cargo al principio fue mensual, pero luego se convirtió en semanal; el lugar nunca tuvo estufa y los inviernos eran crudos. Todo quedaba anotado en un cuaderno. Todas usaban nombre de fantasía (Lorena, Julieta, Jesica, Alejandra, Melina, Marcela) y habían sido instruidas para que, en caso de que hubiera allanamientos, dijeran “que ellas alquilaban ahí”.

“Había policías que iban a buscar plata y Mercedes tenía arreglos con la policía, con la Brigada, había policías para hacer pases con las chicas” como algo habitual. La rutina podía ser asfixiante. “Manifestó la testigo que la droga y el alcohol eran necesarios para trabajar, porque venían algunos insoportables y había que aguantar, a veces los sacabas a los 8 minutos. Relató que la orinaron, tuvo que entrar con más de un hombre a la pieza, con parejas, había que estar alcoholizada o drogada para hacer eso, porque no era un solo tipo el que entraba, eran cansadores los tipos, se ponían cargosos, molestos, otros se hacían los malos; a la mañana no tanto, sobre todo a la noche que estaban expuestas a que las asaltaran o roben.”

Medina “la trataba como a un perro, nunca las llamaba por el nombre, les decía ‘reventadas’, ‘putas’”. Una de las mujeres del lugar, Karina, “no tenía documentos porque el primer marido la vendió a la Mercedes con los documentos, Karina no sabía ni leer n i escribir, habían hecho un trato con la pareja, la Mercedes la compró con el chancho a Karina por 10 años”.

Para “Testigo P 15913” y las demás mujeres del lugar, los días siempre podían empeorar. Recordó ante la Justicia que en el prostíbulo había un látigo. “Lo utilizaban cuando se ‘hacían las locas’”. Por ejemplo: “Mercedes le pegó con un látigo una vez, el látigo tenía sangre. El látigo era un palo y después salía la piola, el palo era color cremita, el color de la piola era oscuro. En el allanamiento ella vio el látigo con sangre”.

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