SOCIEDAD › OSCAR STEIMBERG, SEMIOLOGO Y ENSAYISTA

“Blumberg es un disparo sintomático”

Veterano lector de los discursos de la sociedad, este docente y autor analiza el reclamo por seguridad como “aspiraciones” que parecen “propuestas”, pero no forman un programa coherente sino “una respuesta rápida y expresiva de la furia”. Esto es, lo que “tradicionalmente se llama populismo de derecha”.

 Por José Natanson

Oscar Steimberg analiza en diálogo con Página/12 las movilizaciones y las derivaciones políticas del caso Blumberg. “Es como un gran disparo sintomático”, sostiene Steimberg, que no confía demasiado en el resultado programático de la cruzada liderada por el padre del joven secuestrado. “Son propuestas que no tienen la consistencia de un programa. Se formulan como aspiraciones, como la posibilidad de una respuesta rápida, contundente y expresiva de la furia y del horror ante el agravio individual y social. Con eso se hace lo que tradicionalmente se llama “populismo de derecha”, explica Steimberg.
–¿Qué le sugiere la movilización generada en torno del caso Blumberg?
–La manifestación inicial contenía ya todos los componentes de asociación y de confrontación, de solidaridad y de conflicto, que suelen tener estas grandes manifestaciones, que ocurren, se organizan, se despliegan y concluyen en un plazo breve. Son como grandes disparos sintomáticos. Aparecen los deseos, los desesperados deseos de inclusión de diferentes sectores sociales y distintos agrupamientos de individuos, dentro de los cuales se inscribe la búsqueda de protagonismo individual y grupal.
–Pero también interpela al Estado.
–Sí, a través de la desconfianza con respecto a los poderes y las instituciones públicas en tanto representantes, reguladores y mandatarios de esos agrupamientos sociales. Aparece algo singular, que en determinados sectores sociales puede aparecer todo el tiempo, pero que en aquellos que no protagonizan situaciones cotidianas de conflicto suele darse a partir de un disparador como éste. Un disparador que conmueve los valores, las decepciones de las fronteras que separan la libertad y la zona de riesgo. Hay determinados segmentos de la sociedad donde esto aparece de manera cotidiana. Son segmentos minoritarios pero de alta exposición, que expresan, de manera muchas veces explosiva, altamente confrontativa, esos sentimientos. El ejemplo más claro son los taxistas. Yo no creo que tengan una formación, una ideología de origen muy diferente de la de otros amplios sectores sociales en los que se incluyen desde una dimensión sociocultural.
–¿No expresan una ideología particular?
–No. El taxista es alguien que se encuentra ante la falla del sistema de manera cualitativamente más frecuente que otros sectores sociales. Ninguna gestión municipal puede ser buena desde la experiencia del taxista o el portero de edificio. Continuamente está en contacto con la falla del sistema, no con el funcionamiento aceitado, que es visto como algo natural. Lo otro, lo que fractura la tersura de la sensibilidad y destroza los nervios, es lo que naturalmente toma la escena. Todo individuo tiene la posibilidad de transformarse en un taxista fuera de sí. Es cuando ocurre algo que demuestra que su vivir en la calle, y aun su vivir dentro de su espacio privado, puede tener ese grado de riesgo y de imprevisibilidad que vive el que camina permanentemente, de día y de noche, entre conductores coléricos, transeúntes distraídos y funcionarios siempre al borde de la corrupción: la experiencia del taxista.
–Usted se refirió a la manifestación liderada por Blumberg como un síntoma. Sin embargo, también se ha elaborado un programa, que es algo que excede al síntoma: es un diagnóstico y una receta.
–Es cierto que se han exhibido propuestas de determinados cambios en la Justicia, en el sistema penal. Más que un programa son proposiciones que se suman y que tienen un cierto grado de similitud. No tienen, ni necesitan tener, la consistencia de un programa, porque se formulan como aspiraciones, como la posibilidad de una respuesta rápida, contundente y expresiva de la furia y del horror ante el agravio individual y social. Con eso se hace lo que tradicionalmente se llama populismo de derecha. Es algo que tiene salud. Y es difícil de combatir políticamente. Puede traer muchos males a la sociedad, pero tiene una consistencia saludable porque responde a una verdad psicológica. Ante la agresión, ante la amenaza, ante la instalación de una situación de riesgo permanente, la respuesta incluye la loca esperanza de que eso pueda suprimirse de un golpe. Los taxistas no son más brutos que el resto de la sociedad. Algunos de ellos dicen, cuando ven a alguien que corta la calle: “Hay que matarlos a todos”. Si uno de nosotros perdiera el trabajo o la ganancia del día quizás reaccionaríamos de una manera irracional, aunque quizás no con la misma fórmula. Pero lo que se mantiene es la ruptura de la continuidad de una superficie discursiva articulada con las maneras sociales de la convivencia pacífica. Y ahí ocurren esas proposiciones, como el aumento de las penas o la disminución de la edad de imputabilidad, que finalmente no son buenas ni siquiera en términos de sus objetivos más generales, porque la experiencia internacional demuestra que no dan resultado. El problema es que son difíciles de combatir retóricamente.
–¿Es difícil elaborar un contradiscurso?
–Sí. Los móviles emotivos tienen un lugar que no tiene que ver con la primacía de la razón en el discurso político y en los intercambios sociales en general. Esa posición, que pretende convertir a la acción colectiva y al ordenamiento institucional en metáforas de la pelea individual, tiene más posibilidades de vencer.
–Aunque sea emocional.
–Justamente porque es emocional. El problema es que los móviles de la emoción son insoslayables. No sólo la muerte de un hijo, el hecho más trágico de todos. También cuando se está ante la posibilidad de perder el trabajo. Siempre hay un componente emotivo de la argumentación y del intercambio dialógico. Y hay momentos en que ese componente emotivo es más fuerte. Y ésos son los momentos en que una posición racional tiene que trabajar mucho más que una irracionalista, así sea para conservar su lugar. Es como si llegar a la emoción a partir de una posición racional fuera un trabajo, y llegar desde una posición irracionalista es sencillamente una continuidad. Por supuesto, luego esto puede ser instrumentado y puede haber menos emotividad en una posición aparentemente irracionalista que en la otra. Pero si hablamos de los efectos de la propaganda los tiempos son irremediablemente diferentes.
–¿Qué importancia tuvieron los medios en la movilización generada en torno del caso Blumberg?
–Mucha, porque se cruza otro problema. Este es un momento en que los medios apelan a una búsqueda permanente de diferenciación. Se trata de descubrir o de generar un efecto de hallazgo y de singularidad, por lo que muchas veces se apoya en el episodio de ruptura, en el estallido, en lo imprevisible, en lo que se rompe. Un ejemplo: cuando se hace una entrevista televisiva, el entrevistador busca desequilibrar la posición intelectual y emotiva del entrevistado. Es como si la búsqueda del hallazgo incluyera un componente de esperanza en relación con lo que va a entregar de singular, de novedoso, de no previsto, a través del procesamiento obligadamente súbito de un cambio de situación. Tiene que ver con la búsqueda de la singularidad, de la novedad, más que la búsqueda de la verdad. Ahí es donde el estallido tiene sentido. Por eso, en relación con distintos episodios, pero más aún con aquellos que realmente conmueven la posibilidad en la confianza, que alteran la previsibilidad en las relaciones sociales, los medios acentúan el carácter de disrupción, de estallido, de catástrofe de la catástrofe. El episodio Blumberg incluye estos condimentos, y además contribuyó el hecho de que el padre de la víctima se dedicó a protagonizar, como cara visible, la protesta.
–Siguiendo con su argumento, Néstor Kirchner también irrumpió en la vida política de manera bastante inesperada y marcó una serie de rupturas. ¿Eso lo hace atractivo para los medios?
–Kirchner es la exposición de un estilo voluntarista, con componentes de asunción permanente de responsabilidades y de apuesta a triunfos de muy difícil y riesgoso trámite. Paradójicamente, en términos de la última historia argentina esto da más seguridad. Hay alguien que apuesta, y esto que parece obvio no lo es tanto, al éxito de su gestión. Kirchner no espera un retiro luminoso o la posibilidad de pasar a la oposición con un quántum elevado de experiencia. Los que votaron a Alfonsín en el ‘83 no creían que iba a ir a levantar las cortinas de las fábricas. Lo votaron igual, y yo creo además que lo votaron porque decía eso en lo que nadie creía. Seguramente con Menem se podrían encontrar ejemplos del mismo orden. No se vota a un candidato porque se cree todo lo que dice. Se vota a un personaje por unas determinadas propuestas, determinada trayectoria y determinada actitud. Ese componente voluntarista estaba deflacionado, no sólo en la figura presidencial, sino en la gestión política en su conjunto. El otro elemento importante en Kirchner es la conmoción de las presuposiciones. Yo no digo que los lugares de poder hayan sido afectados en su conjunto, pero sí que se rompió un poco con aquello de lo que podía hacerse y lo que no podía decirse. Kirchner rompió eso en muchas áreas. No en todas, por supuesto, y yo no podría elaborar una prospectiva sobre qué lugares puede seguir fracturando en el futuro y cuáles van a ser los espacios de transacción.
–¿Cómo reaccionaron los medios?
–Con sorpresa. Esas acciones de Kirchner, que se descolgaban de distintas zonas de previsibilidad, fueron recibidas con sorpresa por los medios, que se vieron arrastrados a improvisar en relación con acciones que no estaban dentro de lo previsible. En este sentido resulta atractivo, pero al mismo tiempo no sé si podemos hablar de la primacía de fenómenos mediáticos para la constitución del lugar de Kirchner en el imaginario social.

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