SOCIEDAD › COMERCIANTES Y VECINOS QUE IDEAN LAS RESPUESTAS MAS INNOVADORAS

Los creativos de la crisis

Fueron los precursores de los cacerolazos. Desde entonces no paran: golpeados por la crisis, los vecinos de Liniers idean sin parar inéditas protestas. Desde el corralito a los bancos hasta el funeral de las Pymes. La génesis de un grupo creativo.

 Por Horacio Cecchi

La viuda llorosa, la del velo negro cubriéndole el rostro, es abogada mediadora y comerciante. El funebrero de galera es dueño de una pizzería y presidente de la comisión organizadora del corso barrial. El pariente del finado, de traje negro y rostro circunspecto, es socio de una cadena de casas de deporte. El de la capa negra y la hoz, vecino y comerciante arruinado. La llorona de pañuelo negro, una vecina de 80 años. El de la pancarta calavera que transporta el ataúd, artista. Todos, integrantes de una melange entre el Centro Comercial y la Asamblea Popular de Liniers. Son vecinos y comerciantes, pasados por el peine fino de la desocupación, la importación, la inestabilidad y los dictados del Norte, como los vecinos y comerciantes de cualquier barrio. Pero esta melange tiene un toque que los diferencia: elaboró cada una de sus reclamos como si fuera una mesa de creativos publicitarios. Organizaron el primer cacerolazo, anticipatorio y presagio, el 7 de diciembre del año pasado. Respondieron al corralito, con un corralito a los bancos. Se estrecharon con los desocupados de La Matanza el día de la gran marcha piquetera. Organizaron el Carnavalazo de la Protesta, con murgas del hospital Posadas, de Aerolíneas Argentinas, de las villas. El último impacto mediático: marcha fúnebre a la Plaza de Mayo para enterrar a las Pymes. Y siguen creando.
El 7 de diciembre, la esquina de José León Suárez y Rivadavia, a una cuadra de la General Paz, fue escenario de un hecho inédito y a la vez presagio: un grupo de comerciantes salió a golpear cacerolas a la calle. El hecho impactó ese día en los medios, sorprendidos por la novedad, entre los propios comerciantes, que empezaron a correr el boca a boca, entre los vecinos, que se fueron sumando y colgando banderas o arrojando papelitos desde las ventanas. Por entonces, Cavallo y De la Rúa aún daban explicaciones de lo inexplicable desde sus respectivos sillones y el mensaje, evidentemente, no lo registraron. O no lo interpretaron.
“Teníamos que hacer algo por nosotros, porque el gobierno no lo iba a hacer. Lo hicimos coincidir con el día de San Cayetano –dijo Eduardo Slutzky, comerciante y vecino a Página/12–, porque cada vez más estábamos atónitos por la cantidad de gente que pedía trabajo. Salimos con la consigna ‘Ayudemos a ese santo que les dé trabajo’”. Ese día, todos los comerciantes de Liniers bajaron sus persianas durante una hora como modo de protesta. “Escuchábamos ruido entre la gente pero no sabíamos bien a dónde iba –reflexionó Elina Stewart, abogada, mediadora, comerciante–. Había una necesidad de un espacio de participación que se venía gestando.”
A diferencia de las recetas económicas del Norte, las ideas en Liniers parece que surgen espontáneamente. Casi descabelladas, se entremezclan y terminan en protestas o propuestas originales. El mismo día del cacerolazo de San Cayetano alguien tiró la idea de decir basta. En pleno cacerolazo, entonces, se convocó a la marcha del “Basta a esta nefasta política económica”. La idea tomó cuerpo. Un vecino cedió un micro. Otros se lanzaron a la tarea de redactar volantes. Alguien tuvo la idea de enviar mails a otros centros comerciales y agrupaciones vecinales. Redactaron volantes. Otros los repartieron. Stewart reunía monedas de a 10 centavos en una latita “para las fotocopias y las medialunas de las reuniones”. Slutzky se acordó que tenía un stock de camisetas de la selección.
El domingo 16 de diciembre, de un micro llegado de Liniers empezaron a bajar mujeres y hombres vestidos con la camiseta de fútbol. Se ubicaron alrededor de la Pirámide, y empezaron a dar vueltas alrededor de ella, mientras cantaban el himno y gritaban “¡Basta!”. Todavía la policía no tenía orden de reprimir. Faltaban tres días. Y los políticos aún no interpretaban el reclamo, ni lo registraban como un peligro. Ese día, los de Liniers ya iban con una nueva propuesta: convocar a todas las agrupaciones de comerciantes y vecinos –todavía la definición de asamblea era un fantasma elusivo– a un Cabildo Abierto. Fecha: otro domingo, el 30 de diciembre. “Los acontecimientos nos superaron”, dijo Stewart. “Vino el 19, vino el 20, pasó lo que pasó”, recordó Slutzky. Pasó Cavallo, pasó Dela Rúa, pasó Rodríguez Saá, pasó fin de año, pasó la promesa de Duhalde de respetar los depósitos en la moneda de origen, y de romper la alianza con la patria financiera para aliarse con la patria de la industria y el trabajo. “Esos días corrían los fantasmas del saqueo –señaló Stewart–. La policía nos decía ‘están viniendo los de Fuerte Apache’, y bajábamos las persianas. Y al rato las levantábamos porque no venía nadie. Entre el contenido moral y el miedo, en cómo enfrentarnos a algo que desconocíamos, se armó el caos que fueron esos días.”
El abrazo a los piqueteros
Enero de 2002. El corralito hace estragos. Los creativos de Liniers están reunidos en la pizzería de Jorge Mojo, otro integrante del grupo. Hablaban de los bancos, de las transferencias bancarias que nunca se registraron, de las colas y el maltrato. “El Citi me reventó. Estuve cuatro horas y nunca se hizo”, dijo uno. “Liniers tiene su Wall Street”, dijo otro, y era cierto: en pocas cuadras se concentran sucursales de prácticamente todos los bancos. “Hagamos un corralito humano”, tiró la idea uno. “A los bancos”, mejoró otro. Enero, 11: la esquina de José León Suárez y Rivadavia vuelve a la escena porteña. Esta vez, alrededor del mediodía, unas 200 personas se concentran. Muchas llevan camisetas de la Selección. Se recuperó la idea de aquel Basta de la plaza, cuando “un grupo de locos”, según las autoridades, dio vueltas a la Pirámide. Las camisetas, ahora, llevan estampadas infinidad de “¡Basta!” en el pecho y en la espalda. “A las 11.30 ya había gente –citó Stewart–. Queríamos retrasar un poco pero la gente presionaba y presionaba. Había prensa de todo el mundo.” Fue curioso, ese día, la pancarta en inglés que llevaba una mujer: “They are stealing our future” (Están robando nuestro futuro) fue la foto que dio la vuelta al mundo.
Sergio Barrera trabajó una semana, con sus alumnos, en su taller de artesano aerógrafo, para producir, sobre un lienzo de 25 metros donado por un comercio, un corralito.
Pasaron unos días y Liniers volvió a quedar en el centro de las noticias, podría decirse que como efecto del azar geográfico: era el punto estratégico por donde, inevitablemente, avanzaría la gran marcha de los desocupados de La Matanza. Por primera vez, el Gobierno no logró transformar a los piqueteros en un fantasma amenazante. Durante días, los vecinos y comerciantes de Liniers organizaron la recepción. Recolectaron mil kilos de pan, una camioneta con termos y yerba, dinero, ayudas varias. Los piqueteros hicieron un alto, se estrecharon por primera vez con la clase media, tomaron mate, intercambiaron ideas y prosiguieron. “Fue nuestra primera autocrítica –aseguró Slutzky–. Ocho meses atrás, íbamos por la ruta, nos agarraba un corte, y nos comíamos la imagen mediática que nos enfrentaba con ellos, y no son más que el mismo producto de la crisis en las Pymes y los comercios.”
Febrero de 2000. Un día antes del Carnaval los de Liniers lanzan el Carnavalazo de la Protesta. Se disfrazaron de jubilados, médicos, maestros, venidos a menos, y por el otro lado de políticos, banqueros. La imagen recordaba la pintura del mexicano Rivera, “Un paseo por la Alameda”, donde el poder político se pasea del brazo de la muerte. Participaron murgas del hospital Posadas, de Aerolíneas, los Mocosos de Liniers, 200 chicos de las villas. “Se te erizaba la piel”, recordó Stewart.
El miércoles pasado pusieron en escena la producción del velorio y entierro de las Pymes. “El ataúd es de descarte –explicó el artista–. Las coronas las conseguimos en el cementerio. La lápida la hizo un vecino que hace muebles con cartón corrugado. Cada vecino se consiguió su disfraz. El disfrazado de FMI se llama Juan Carlos. El se fabricó la hoz de la parca.”
Los de Liniers siguen trabajando en generar próximos eventos. Ideas no les faltan. Realidades cotidianas tampoco. El resto lo pone el Gobierno.

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Tres de los vecinos de Liniers que gestaron las inéditas movidas de protesta.
 
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