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“Soy una persona que trata de razonar todo, sin desesperarme”

Lo dijo Nahuel, el chico que estuvo diez días perdido, en Bariloche, a Página/12. Así explicó cómo logró sobrevivir.

A pocas horas de que Nahuel González Canosa apareciera en el Valle de los Perdidos, su madre lo definió como un chico que sabe cómo manejarse. Más tarde, él mismo se encargó de completar esa imagen. Su relato fue la última pincelada en el cuadro que brigadistas y familiares se encargaron de pintar a quienes se interesaron por su historia. Un cronómetro le sujetó la noción del tiempo para no desvariar en medio de una soledad impuesta a la fuerza. Pero Nahuel resumió con sencillez: “Sabía que me iban a encontrar, pero no en qué condiciones”. Además, aseguró que la angustia fue mayor al miedo. “Soy más bien una persona que trato de razonar todo, sin desesperarme”, se definió, en diálogo con Página/12. Y apuntó la necesidad que se le hizo carne en los diez días en que estuvo perdido: “Expresarme con alguien que me pueda responder”. Sin embargo, también le encontró una vuelta a la vivencia para revelar “lo satisfactorio de estar tranquilo, en silencio”.
Los brigadistas encontraron a Nahuel en el Cerro Challhuaco. Los mapuches lo bautizaron con esa expresión que quiere decir “aguas de buena pesca” o “lugar del pez grande”. Pero los pescadores expertos consideran que esas propiedades ya no definen a la zona y aconsejan “no molestarse en ir” si el único objetivo es tirar un anzuelo. Hay quienes aseguran que esos bosques, abundantes en lengas, fueron elegidos como único hogar en el mundo por una especie de rana, la rana del Challhuaco. Nahuel ya había visitado Bariloche, “pero a los tres años”, contó a Página/12. El 29 de diciembre volvió a pisar el lugar con su abuela y la cocker Reina, que en estos días adquirió una fama similar a la del pichicho de Susana Giménez.
Los tres salieron a pasear el 3 de enero. Nahuel quiso ver la nieve, se despidió de su abuela y siguió junto a la perra un trecho. A la hora del regreso, la señalización del camino lo traicionó. Intentó caminar hacia el Este, pero cerca del mediodía se supo perdido. Lo último que había entrado en su estómago era “una taza de té”. Aunque al principio caminó, la razón le ordenó no moverse más de la cuenta. En el mismo sentido se pronunció la mascota que lo acompañaba, Reina, cuyas patas no aguantaron tanta piedra suelta. La figura de los dos se recortó cada mañana junto a un arroyo, amanecidos con “el frío, el principal miedo que tuve”, contó Nahuel en una conferencia de prensa, con el animalito acostado a sus pies.
El joven mencionó otra preocupación: “Devolverle la perra a mi abuela, porque me la habían encargado”. Los dos primeros días trató de comunicarse con alguien. Mientras en otros puntos del valle resonaba su nombre en boca de los brigadistas, Nahuel gritaba por su cuenta, pero “nadie respondía”. Otra tarea infructuosa fue encender fuego. “No tenía encendedor ni fósforos, intenté todo lo razonable, hasta con palos, y no llegué a nada”, relató el chico, quien calificó la experiencia de las bajas temperaturas como “nada recomendable”. Por eso, Nahuel y Reina cayeron en la simbiosis de darse abrigo en el refugio improvisado con ramas. Sin mayores recursos, el cuerpo le aguantó el hambre atrasado hasta el mediodía del jueves, cuando lo hallaron. Ayer, tras recibir el alta después de un día de internación, el chico pudo dar el zarpazo y “comer de todo”, según contaron sus familiares.
“Muy cansado”, en diálogo con este diario reconoció, divertido, que ahora se siente “un poco observado, pero al mismo tiempo muy querido por la gente. Y no es algo hipócrita”, aclara. No pudo ver a sus hermanos, todos más chicos que él, aunque ellos pudieron decirle por teléfono que lo quieren. Y conserva la serenidad, que en definitiva es una de sus características personales.
Los diez días de ayuno fueron bastante generosos, dentro de todo, porque de sus 75 kilos habituales perdió sólo “unos cuatro”. Lo primero que comió, después de esa última taza de té junto a su abuela, “fue una naranja” ofrecida por los brigadistas. “Y después, un caramelo”, también de manos de la patrulla abocada a los rastrillajes en los que colaboraron unas trescientas personas. Más tarde, los médicos procuraron menguar su avance sobre demasiados platos al mismo tiempo. El domingo, Nahuel viajará de vuelta a La Plata con sus padres. Allí seguirá con su vida de adolescente, a la que incorporó una visión nueva que le cuesta definir. A partir de su experiencia, “cambió mucho el pensamiento y el modo de ver las cosas. Es un sentimiento muy particular de cada uno, es algo que es para toda la vida”, concluyó.

Informe: Daniela Bordón.

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Nahuel saluda desde la ventana del hospital, antes de ser dado de alta.
 
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