SOCIEDAD

El día que los presos les ganaron a los guardiacárceles del penal

Para inaugurar una nueva cárcel en Campana, el SPB organizó un partido de fútbol entre detenidos y guardias, incluido el jefe del penal. Los presos ganaron 7 a 2. Después hubo asado.

Pinocho no tiene paz. Acaba de revolcar por primera vez al arquero rival y gritó el gol del empate, el del 1 a 1, como si fuera el último grito de su vida. En la canchita de tierra y sombras de pasto apisonado, todos saben que el de Pinocho no será el último grito. No por los goles que haga, que siguieron viniendo. Todos saben por qué. Igual, Pin hizo dos más y no los gritó de la misma forma. Quizá para no herir susceptibilidades. El último fue el séptimo de su equipo, el de los presos del Pabellón 1 de la Unidad 41 de Campana, casaca roja para diferenciarse del equipo rival, el de los carceleros, paradójicamente vestidos a rayas. Siete a dos ganaron los presos y se dieron el gusto de revolcar a sus adversarios de siempre.

El partido de fútbol entre perros y gatos en la U41 fue el escenario de fondo para la difusión del Manual de Convivencia del Interno, una especie de contrato o Carta Magna o Constitución del SPB a poner en práctica por el momento, en plan piloto, en la moderna y sosegada U41 de Campana, inaugurada formalmente ayer. El objeto confeso del manual es “disminuir la violencia intramuros”, difundir deberes y derechos y, en teoría, está dirigido tanto a los presos como a los penitenciarios.

“Nosotros no, nosotros somos la policía”, responde un morochazo, con la casaca 13 de los rayados. El equipo de los polis precalienta en uno de los arcos. En todo partido de potrero juega el dueño de la pelota. En la 41 juega el jefe del penal, Giménez, con la casaca 5, a rayas. La idea del partido parece que corrió por cuenta de los presos, que un día se descolgaron con el pedido ante las autoridades. Ya se había producido un encuentro previo, a puertas cerradas, como en todo encuentro carcelario. Aquella vez, los de rojo habían ganado la parada 4 a 1. Y ahora llegaba la revancha.

El Pepi, maestro de deportes, de punta en negro, pita y empieza el partido. Y ahí nomás, una combinación del centrojás de rayas, remate, y el arquerito Mariano que lo saca, con tan mala suerte que el balón se le escurre de las manos y lo toma el 13 que no tiene más que empujarla para desatar el griterío de los de a rayas y de los de la tribuna este, o sea, la guardia de vigilancia sobre el muro. Mariano muerde el polvo con sus dos dientes de menos. Parecía que la historia de todos los días se repetiría.

“Tarta, tenés que sacarla arriba”, grita Víctor, el DT de los sopres que en el segundo tiempo jugaría un rato pese a sus riñones delicados de tanto golpe. Y el Tarta, con la 2 en la espalda escucha porque en la siguiente oportunidad desparrama al guardia que se le viene por izquierda con balón dominado.

Pasará un buen rato hasta que la 11 de Pinocho empiece a animarse con los dribblings, y mete un caño, y termina sacudiendo la red del golero de los uniformados. Después vendría el gol del Conejo, pirata del asfalto confeso y próximo a cumplir con una formidable combinación por derecha con Potoco. Y casi seguido, como si los presos se hubieran decidido a tomarse una simbólica revancha, viene el gol de Carlitos. De fondo, se desparrama la tribuna visitante que para el caso hace de local, el ministro de Justicia Di Rocco, el jefe del SPB Fernando Díaz, el director de la U41, José Luis Rodríguez, y comitiva.

“Esto es un blanqueo para ellos –murmura un preso al borde de la canchita y señala con un movimiento del rostro hacia el grupo de periodistas que rodean a las figuras de la tribuna visitante–. En este penal es fácil. Somos pocos presos; los guardias son casi todos nuevos; los que estamos acá casi todos estamos a punto de salir o de la condicional; te imaginás que nos bancamos cualquier cosa antes de que nos bajen la calificación y perdamos los beneficios. En Olmos, en Sierra Chica o acá enfrente, en la 21, no lo pueden hacer porque primero les ganan el partido y después los tomarían de rehenes.”

“Goooooool”, grita un guardia desde el muro este cuando el equipo de los de a rayas emboca el segundo y deja la posibilidad de alcanzar el tercero y con eso el empate. “¡¿Cuánto falta, referí?!”, grita uno del banco carcelero. “Va la mitad”, contesta el árbitro, que en plena respuesta pierde de vista un planchazo. “Hasta que empatemos”, suelta otro el chiste con trasfondo cotidiano. Pero no va a ser posible. Pinocho hace vibrar la red de nuevo; el Mosquito emboca el quinto.

Ya sobre el filo del mediodía, cuando la prudencia indicaba que había que concluir el partido, como al hilo, vinieron los goles de Gaspar, con la 9; y de Pinocho, el séptimo, el del cierre, para dejar en ventaja a los presos. Provisoriamente.

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Los guardias, paradójicamente, vistieron remeras a rayas; en la tribuna estaba el ministro.
 
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