SOCIEDAD › UN CASO EMBLEMáTICO DE LUCHA CONTRA LA VIOLENCIA

De víctima a activista

Hace seis años, su marido intentó asesinarla. El hombre fue condenado a cinco años de cárcel, pero nunca cumplió la pena. Ella rehízo su vida y hoy aconseja a otras víctimas.

 Por Mariana Carbajal

A Ivana Rosales su marido la intentó asesinar dos veces en menos de una hora. Primero trató de ahorcarla con un alambre, después la golpeó salvajemente con una piedra hasta desfigurarle la cara y provocarle múltiples fracturas. Ella acababa de anunciarle que lo iba a dejar, y para él fue motivo suficiente para matarla. Milagrosamente, Ivana sobrevivió. Y seis años después de aquella brutal paliza es una comprometida activista contra la violencia de género en la provincia de Neuquén. Su historia es emblemática –para destacar en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, por el coraje y el espíritu que ha tenido para rehacer su vida, tras vivir una relación signada por la violencia. Y también porque muestra la impunidad que beneficia a los golpeadores: Mario Garoglio fue condenado por el intento de homicidio de su esposa a una pena leve, apenas cinco años –menos de la mitad del máximo previsto para ese delito–, en un fallo cargado de sexismos, pero nunca cumplió la sentencia y permanece prófugo, según denunció Ivana: en agosto próximo prescribiría la pena y podría volver a caminar en completa libertad.

Ivana tiene 33 años y es la jefa de su hogar. Vive en Plottier, una localidad neuquina situada a unos 25 kilómetros de la capital provincial, donde cría a los tres hijos que tuvo con Garoglio: una adolescente de 13 y dos varones de 11 y 9 años. De aquel pasado violento le quedan muchas cicatrices, rastros de una parálisis facial y una epilepsia postraumática, cuenta a Página/12. Pero a simple vista es difícil encontrarle las marcas. Tiene un rostro y una voz muy suaves. Pero sus palabras resuenan como un eco.

–¿Cómo pudo recuperarse? –le preguntó este diario.

–Por empezar, tomé conciencia de que mataron a otra Ivana, a la que él armó, porque él me fue destruyendo poco a poco, había tirado mi autoestima por el suelo. Y esa noche nació otra Ivana, la que era antes de casarme, la de siempre.

–¿Recibió ayuda psicológica o de grupos de autoayuda para mujeres víctimas de violencia?

–Muy poca, porque en Neuquén no hay tanta oferta. Lo que me ayudó mucho fue leer libros de autoayuda y conectarme con grupos feministas, como La Revuelta, que me apoyaron mucho. Y también fue un motor para salir adelante saber que tenía tres hijos, que me necesitaban.

Ivana trabaja en la Municipalidad de Neuquén, en el área de Estadística y Censos, y desde el mes próximo asesorará en violencia de género a la delegación local del Inadi.

Pasaron seis años y medio del 18 de abril, cuando estuvo a punto de morir asesinada, y hoy Ivana es una activa militante por los derechos de las mujeres en sus pagos.

–¿Qué mensaje les daría a mujeres que están en una relación de pareja violenta?

–Que tienen que tener claro que nada justifica un golpe o un insulto, ni siquiera hay que soportarlo por pensar en nuestros hijos. Ellos aprenden la violencia y normalizan esa situación y el día de mañana pueden ser violentos con nosotras mismas –dice con la esperanza de ayudar a otras congéneres que estén en ese infierno.

La noche del 18 de abril de 2002, la de la paliza brutal, Ivana y Garoglio tomaron un café en el centro de Neuquén. Fue cuando ella le anunció que había conocido a otro hombre en un chat y quería separarse. Con su esposo, empleado jerárquico de una empresa de servicios petroleros, llevaba ocho años de convivencia, los últimos tres, casados legalmente. Estaban regresando a Plottier en el Ford Fiesta gris de la pareja, cuando –de acuerdo con la acusación fiscal–, Garoglio se desvió de la ruta y en un paraje solitario cerca del aeropuerto de Neuquén intentó ahorcarla con un alambre: Ivana se desvaneció y se despertó en el baúl. Gritó para que la liberara y su esposo, entonces, le golpeó la cara y el cráneo con una piedra. Creyéndola muerta, el hombre fue a su casa, se despidió de los tres hijos de ambos y se entregó en la comisaría de Plottier: “Le pegué a mi mujer y creo que se me fue la mano”, anunció en la seccional. Quedó preso, pero a los 50 días fue liberado porque la carátula de la causa fue morigerada de “tentativa de homicidio calificada por el vínculo” a “lesiones graves”.

Ivana quedó desfigurada: su marido le fracturó en varias partes la mandíbula y algunos huesos del cráneo, además de provocarle el desprendimento de la retina de un ojo y múltiples heridas en la cara. Para reconstruirle el rostro y la cabeza fue sometida a cinco cirugías en el Hospital Regional de Neuquén. Recién a los 24 días le dieron el alta.

Poco más de un año después, el 11 de julio de 2003, en un fallo dividido, Garoglio fue condenado a una pena de cinco años de prisión “por tentativa de homicidio agravado” por la Cámara Segunda en lo Criminal de la ciudad de Neuquén. El tribunal le aplicó menos de la mitad de la pena máxima prevista en el Código Penal para ese delito: consideró que había “atenuantes” para la conducta de Garoglio como el hecho de que esa noche, la del intento de homicidio, él se había enterado por boca de ella que le había sido infiel.

La condena, contó Ivana, está firme. Pero Garoglio nunca la cumplió. Y en pocos meses caducará, al cumplirse cinco años de la sentencia. El hombre está prófugo y la policía no lo encuentra, o no lo quiere encontrar.

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Ivana Rosales dice que la mejor forma de proteger a los hijos es rechazar la violencia.
Imagen: Leo Petricio
 
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