SOCIEDAD › LA LLEGADA A LA LUNA DESATó LA VENTA DE TELEVISORES Y DEJó MARCAS EN LA CULTURA

Una pantalla para el espectáculo

Una recorrida por los hábitos culturales de fines de la década del ’60. Las radios, los protagonistas, las telenovelas y los periodistas de moda en aquel momento. Diálogos entre Borges y Bioy Casares, el Instituto Di Tella, música y Astroboy.

 Por Soledad Vallejos

Fue un domingo a la noche, y si en algunos recuerdos se confunde con la hora de la cena mientras que en otros aparece asociada a la trasnochada, probablemente sea porque el alunizaje ocurrió en el lapso intermedio: Armstrong terminó de bajar la escalerita y profirió una de las frases más famosas de la cultura pop cuando en Argentina eran las 22.56. Como había sucedido con el inicio y el fin de la Primera Guerra Mundial, y también en el caso de la Segunda, como sucedía apenas comenzaba cada 1º de enero, como la tradición heredada de la Belle Epoque mandaba para subrayar y anunciar los eventos irrepetibles de la historia del mundial, La Prensa hizo sonar su sirena.

En Argentina, aun cuando todavía los receptores de señal eran costosos y no todos los hogares tenían uno, los argentinos prefirieron reunirse en sus propias casas, o dejarse invitar a la de alguien. En esos días, la especializada Gaceta del Espectáculo estimó que el encendido del evento fue del 96,2 por ciento (¿qué pasaba con el 3,8 por ciento en rebeldía?), que el paseo lunar ayudó a que el promedio anual de encendido llegara al 42,54 por ciento (un 11,6 más que el año anterior). Un mes antes habían comenzado, casi con bombos y platillos, las pruebas en la estación terrena de Balcarce.

La industria televisiva argentina, tras unos años iniciales de tropiezos, empezaba a afianzarse: cuatro canales (el 7, el 9, el 11 y el 13, además del errático canal 2, que desde su nacimiento sufrió trastornos de señal), doce horas de transmisión, y el descubrimiento de que los programas ómnibus podían rendir en audiencia y anunciantes vinieron de la mano del hallazgo, tan luego, de los concursos instantáneos que consistían en premiar a quienes, llamados sorpresivamente por teléfono, contestaran con el nombre del programa en cuestión. Tras la experiencia híper exitosa de la radio (que ese mismo año mutaba sus formatos, con el debut de Héctor Larrea ¡en Rapidísimo!), y sostenida por un auxiliar pedagógico y publicitario como el semanario Canal TV (que tenía una tirada de 210 mil ejemplares), la sociedad argentina incorporaba con fruición lo seriado, pero no necesariamente en un registro único: además de las Galanterías del siempre eterno Roberto Galán (comenzaba el filón de Si lo sabe... cante), el dominical Tato Bores, La Revista Dislocada, las enseñanzas inmemoriales de Telescuela técnica, fue el año de “teleteatros” que hicieron historia, desde Muchacha italiana viene a casarse hasta El amor tiene cara de mujer, pasando por Simplemente María. Había, además, cuatro programas dedicados a la música clásica, uno a los almuerzos de Mirtha Legrand, y una apertura y un cierre a pura religión (esto último en cada canal). Fue, no casualmente, el último año de La familia Falcón, el super hit La feria de la alegría, La revista de Dringue y El Reporter Esso; sería el primero de Tiempo Nuevo, Telecómicos y Los Campanelli (empezaron en agosto).

Intuitiva en su negocio, la televisión no dejaba de lado la imaginación espacial ni el clima de petit paranoia permanente que inoculaba la Guerra Fría (Astroboy y La dimensión desconocida eran elenco estable en la programación), pero tampoco era ajena el resto de la industria del entretenimiento. Todos querían su porción del satélite terrestre: RCA lo intentaba compilando “todos los éxitos del momento en un solo long play” oportunamente bautizado Los preferidos a la Luna (y que por sólo 990 $ deparaba a los oídos atentos un menú selecto: Palito Ortega, Los Iracundos, Donald, La joven guardia, Gianni Morandi, Dyango y siguen las firmas); el cine Plaza ofrecía plateas de 300 pesos para la conspirativa Los primeros en la Luna: “¡Los americanos alunizan! ¿Fueron realmente los primeros? Sépalo viendo esta maravillosa historia de anticipación”.

En Borges, Adolfo Bioy Casares recogió una charla que tuvo con el susodicho unos días después. “Borges: ‘¿Sabés quién encuentra mal que hayan ido a la Luna? Nalé. Qué bien: todo está en orden. Dice que no es nada, que es una historieta. Qué raro que no sepa que los viajes, los descubrimientos, la Tierra y la Luna son anteriores a las historietas”. El propio Borges, anotó Bioy, se había topado con quienes se quejaban de que “se habría podido dar a ese dinero un mejor destino. Es claro que con esa lógica nunca uno se compraría un par de zapatos. Aunque haya sufrimiento jugamos al ajedrez y hacemos pis. Hoy me salió uno con que se podía gastar ese dinero en hacer más tractores. No ven que esto sigue en la misma línea que la invención de la rueda, la cerradura, la pila eléctrica, el álgebra...”.

Dos años después, el pintor Jorge de la Vega volvía sobre el tema en una entrevista con Fanny Mandelbaum. “La llegada del hombre a la Luna –dijo– creo que no se ha entendido. (El sistema televisor-satélite-radar) ha sido creado para que se utilice como un sistema nervioso. No puede ser que esté manejado por intereses comerciales que hacen que lo único que vendan son productos que ellos creen que son vendibles, que son invendibles.” Desde enero, Romero Brest, director del Di Tella, insistía en que el arte había acabado, y procuraba convertir el lugar en un centro de investigación que produjera teoría sobre los medios masivos. Nunca sucedió, y el Centro cerró sus puertas al terminar el año, poco después de haber albergado la mítica Tucumán arde. En 1970, los precios de los televisores comenzaron a descender sensiblemente, lo que lo puso en camino a convertirse en el electrodoméstico urbano por excelencia.

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Tal como se los veía en aquel momento, Neil Armstrong, Michael Collins y Buzz Aldrin.
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