SOCIEDAD › POR QUE PEDRO CASALDALIGA

Un obispo de los pobres

Por J. A.

Radical y comprometido con los necesitados, este obispo catalán y teólogo de la liberación ha renunciado a su prelatura. Lo hace, enfermo de Parkinson, tras 35 años de dedicación a una de las zonas más pobres de Brasil. Pero no regresará a España. Su apuesta, dice, es de por vida. Los amigos le llaman Pedro, a secas. Sus campesinos, Dom Pedro. A él, Pedro Casaldáliga, catalán, religioso claretiano, obispo titular de la prelatura de Sao Felix de Araguaia, no le gusta que lo llamen obispo ni monseñor. Ha sido durante 35 años responsable de una de las prelaturas más pobres de Brasil, perdida en el Estado de Mato Grosso, y, sin embargo, se convirtió en seguida, cuando llegó a Sao Felix en 1968, en un símbolo de entrega a los pobres y de resistencia contra los latifundistas y la dictadura militar. Intentaron varias veces acabar con su vida.
En el ‘92 fue propuesto para el Nobel de la Paz. Al cumplir ahora los 75 años, Casaldáliga puso la prelatura en manos del Papa, quien aceptó en seguida su renuncia, aunque le pidió que continuara en sus funciones hasta que nombrase sucesor. Casaldáliga espera desde hace dos meses al obispo que irá a sustituirlo. Sus amigos le dicen, bromeando, que podría tardar, pues se trata de una prelatura pobre, poco apetecible, que no supone ascenso para nadie.
En vez de palacio obispal, este catalán que nunca volvió a España tiene como morada una casa como la de cualquier campesino del lugar y vive en la máxima austeridad. En su habitación tiene dos catres, uno para él y otro para quien, pasando por allí, no tuviera donde dormir. La puerta de su casa está siempre abierta. Como otros defensores de la teología de la liberación, Casaldáliga fue convocado, en 1986, a la Congregación de la Fe, el ex Santo Oficio, para sufrir un proceso. Fue interrogado por los cardenales Ratzinger y Gantin. Al final, en un encuentro de 15 minutos de duración con el papa Juan Pablo II, salió sin ser condenado. “Ya ve que no soy tan malo”, le dijo el Papa.
La entrevista es en Goiania, una ciudad del interior de Brasil, en el Estado de Goiás, donde a veces el obispo se refugia para escribir y meditar. Esperaba de pie, a la puerta de la casa de unos amigos, y al ver su mirada siempre viva, su cara sin una arruga y su sonrisa iluminada, nadie diría que padece del mal de Parkinson, que ha tenido varias malarias y sufre de hipertensión. Sigue viajando, como siempre, en autobús. Bromea con sus males. “Mis amigos me dicen, para consolarme, que el mal de Parkinson es una enfermedad de personalidades fuertes como el papa Wojtyla, Arafat o Reagan”, y se ríe. Su presencia inspira calma.

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