SOCIEDAD › LOS MEDICOS LO USARON PARA EJERCER PODER SOBRE LA SEXUALIDAD FEMENINA

Historia política de los vibradores

Por P. L.

“El vibrador es la fase superior del consolador”, podría decirse, parafraseando a Lenin, y no como mera broma sino porque la historia del vibrador es en sí misma política: trata de cómo el poder médico logró ejercer su dominio en el campo de la sexualidad femenina. El vibrador fue uno de los primeros artefactos eléctricos que se hayan comercializado, y los clientes eran los doctores, que los usaban para aliviar los “síntomas” de las mujeres “histéricas”. Una investigadora de la Universidad Johns Hopkins escribió un libro dedicado al tema, donde narra cómo el vibrador pasó de su empleo por el establishment médico a su difusión clandestina y vergonzante entre las usuarias, hasta llegar, ya en nuestros días, a su reivindicación militante por organizaciones de mujeres. Sin embargo, el avance de la medicina sobre la sexualidad femenina reaparece en nuestros días de la mano de la industria farmacéutica.
“La furia uterina es una especie de locura proveniente de un deseo vehemente y descontrolado de abrazo carnal”, afirma un texto médico del siglo XVII citado en el libro The Technology of Orgasm: “Hysteria”, the Vibrator, and Women’s Sexual Satisfaction, de Rachel Maines (Johns Hopkins University Press). Para curar ese deseo vehemente, cuenta Maines, los médicos “llevaban a la mujer al orgasmo mediante una técnica manual que databa del siglo XVI”, lo cual condujo de hecho a “sesiones periódicas de masturbación ‘terapéutica’ entre médicos y pacientes mujeres”.
En el siglo XIX, esto se acentuó en función de “una perspectiva androcéntrica respecto de la satisfacción sexual femenina: se sostenía que la penetración por el pene era el único modo como la mujer podría alcanzar placer sexual”; así desconocido el clítoris, “muchas mujeres de clase media padecían de una falta de gratificación sexual que se manifestaba en diversos síntomas”: oportunamente, “los ginecólogos retomaron y refinaron el diagnóstico de ‘histeria’, cuyos síntomas eran tan variados que permitían diagnosticarla en casi cualquier circunstancia: ‘nerviosismo’, ‘depresión’, ‘exceso de deseo sexual’, ‘falta de deseo sexual’, ‘tendencia a causar problemas a los otros’”, etcétera. El tratamiento consistía en “la estimulación digital por parte del médico hasta que ‘se alcanzara el paroxismo’”.
Pero “muchos ginecólogos se quejaban de que ese método les llevaba demasiado tiempo, y se inventaron una variedad de máquinas: tablas vibrátiles movidas por motores a nafta o aire comprimido, sillas móviles, irrigadores de agua”, hasta que “el vibrador eléctrico resultó tan efectivo que, al reducir el tiempo con cada paciente de aproximadamente una hora a unos pocos minutos, convirtió el tratamiento de la histeria en un lucrativo negocio”, explica Maines.
Desde la década de 1920, la respetabilidad médica de los vibradores empezó a caer, al tiempo que eran vendidos directamente a los usuarios. Pero, fuera del marco legitimante de la medicina, “el mercado de vibradores se hizo subterráneo”, cuenta Maines. Sólo en los ‘60, tras el famoso Informe Kinsey sobre sexualidad humana y con la revolución sexual, empezaron a volver a la luz.
En las últimas tres décadas, “el vibrador, desarrollado para mantener la sexualidad femenina dependiente de los médicos, ayudó a las mujeres a redescubrir sus propias respuestas sexuales”; según el juego de palabras de Maines, “las mujeres han tomado el vibrador en sus propias manos”.
En 1998, dos organizaciones de mujeres entablaron acción judicial contra una legislación que, en el estado de Alabama, prohibía el uso de vibradores, incluso para fines terapéuticos. Las mujeres argumentaron que la prohibición interfería con “la estimulación sexual y el erotismo”. Una corte de apelaciones les dio la razón, aunque limitando el permiso de usar vibradores al “matrimonio tradicional”.
Sin embargo, según observa Diana Resnicoff –vicepresidenta de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana–, “la medicalización de la sexualidad femenina reaparece bajo la forma de los ‘ensayos clínicos’ con fármacos que, en la línea del Viagra para los hombres, mejorarían la sexualidad de las mujeres. Pero las mujeres, cuando consultan por dificultades sexuales, no piden una pastilla; están más atentas a cómo su placer depende del contexto, de la pareja y la relación consigo mismas”.

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