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Domingo, 3 de octubre de 2004

EL BAúL DE MANUEL

El baul de Manuel

 Por Manuel Fernández López

Personajes (I)
Las extravagancias del carácter se han estudiado hasta el hartazgo, vinculándolas al medio familiar, a la vida en zonas poco propicias, o a la fragilidad humana en situaciones límite, como las guerras. Ello no alcanza, sin embargo, a explicar rarezas que presentan mentes robustas y bien organizadas, no sometidas a tales presiones externas. ¿Acaso ellos mismos causaron su excentricidad, al tensar al máximo su capacidad de raciocinio? Un economista, por caso, considera natural que se procure maximizar la satisfacción, dentro de lo posible. Y a un matemático le es obvio que una función de varias variables tiene un máximo en el punto en que la respectiva forma cuadrática es definida negativa. Pero un economista que piensa a la satisfacción como una función matemática, debe concluir que la satisfacción es máxima si la forma cuadrática de las derivadas parciales segundas, orlada por los precios, es definida negativa. No por casualidad, uno de los mayores economistas matemáticos del siglo 20, y premio Nobel, Paul A. Samuelson, consideraba un ejercicio poco saludable intentar traducir expresiones como la mencionada a nociones del sentido común. Tampoco es casualidad que su héroe en la ciencia económica fuese Knut Wicksell (1851-1926), fundador, con sus cinco tratados de economía publicados entre 1893 y 1906, de la escuela económica sueca. Habilidoso en idiomas y en matemáticas, en sólo dos años obtuvo en Uppsala un diploma en esa última ciencia. Entre los 15 y 22 años fue un devoto cristiano estudioso de la Biblia, pero tras una crisis emocional se hizo agnóstico. En 1879 el libro de G. Drysdale Elementos de la ciencia social marcó su vida e inclinación a la economía. Una herencia familiar le permitió ir a Inglaterra y conocer a los neomalthusianos y a los fabianos. Una beca de la Fundación Lorén le permitió estudiar en Londres, Berlín, París y Viena. Para enseñar economía debió cursar derecho. En 1900 ganó el cargo de titular en Lund. En 1908, habiéndose enterado de la condena a un anarquista por publicar una parodia del Evangelio, quiso probar él mismo si la Justicia respetaba el derecho de palabra y de prensa, garantizado por la Constitución sueca. Dio una conferencia sobre “El trono, el altar, la espada y el saco de dinero”, donde satirizaba a la Virgen María. Fue condenado a dos meses de cárcel. Eso sí, se le permitió elegir en qué prisión cumplirlos.

Personajes (II)
Otra figura excepcional fue Irving Fisher (1867-1947). Hijo de un pastor congregacional, fallecido por tuberculosis, al iniciar la universidad sus intereses fluctuaban entre la matemática y la filosofía, pasando por ciencias sociales. En los siete años que estuvo en la Universidad de Yale hasta lograr su doctorado, escribió poesía, publicó recensiones bibliográficas, un texto de geometría y una tabla de logaritmos, y notas sobre matemática, mecánica y astronomía. Entre sus maestros, W. G. Sumner le hizo interesarse en economía matemática, y en 1891 la facultad de matemáticas le aprobó su –luego célebre– tesis doctoral: Investigaciones matemáticas sobre la teoría del valor y los precios. En 1898, luego de ser designado titular en Yale y poco antes de cumplir 32 años, le diagnosticaron tuberculosis. Debió ausentarse de la universidad por tres años, hasta recuperar la salud. Desde entonces, un torrente de volúmenes sobre ciencia económica salieron de su pluma, mezclados con otros tantos escritos, como Efectos de la dieta sobre la longevidad (1907) y Cómo vivir (1915; 21ª edición: 1946). Preguntado sobre su enorme capacidad de trabajo, indicó esta fórmula: primero, delegar en colaboradores todo lo que sea posible delegar; segundo, aplicar reglas higiénicas a la propia vida diaria en forma de mantener la propia capacidad de trabajo tan cerca del ciento por ciento como sea posible. Según el premio Nobel James Tobin, antes que nada Fisher era un inventor. Lo evidenció en su tesis doctoral, al presentar el equilibrio económico en una maqueta de sectores interconectados, que aún se conserva en Yale. Pero su gran invento fueron las tarjetas perforadas, o sistema Cardex, con la que fundó una empresa, que luego de fusiones se convertiría en la Remington Rand. En 1919 se carteó con Alejandro E. Bunge, y al año siguiente ambos se reunieron en la Conferencia Financiera de Washington. Raúl Prebisch, alumno de Bunge, leyó sus obras. Venció una enfermedad mortal, alcanzó la riqueza y el respeto de sus colegas. Su ecuación del cambio aún hoy es citada, Keynes adoptó su “tasa marginal de retorno sobre el costo”, y su teoría del interés continúa elaborándose con avanzadas técnicas. Su mayor capital –su prestigio científico– lo dilapidó en 1929, al vaticinar un pronto retorno a la prosperidad, invirtiendo su fortuna en acciones que nunca recuperaron su valor.

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