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Miércoles, 9 de diciembre de 2009

TEATRO › ANA PADOVANI HABLA DE SUS DOS ESPECTáCULOS DE NARRACIóN ORAL

“Narrar es levitar con el que escucha”

La actriz, profesora de música y psicóloga le pone el cuerpo a Queremos tanto a Niní y al personaje del Capitán Matamoros en el musical La cena de Leonardo. Aquí habla de “el deseo de transmitir y gozar de ese instante en el que se forma una mágica burbuja”.

 Por Hilda Cabrera

Inquieta y perseverante como pocos, la actriz y narradora oral, profesora de música y psicóloga Ana Padovani presenta mañana Queremos tanto a Niní, mientras continúa componiendo al jactancioso Capitán Matamoros, figura de la Commedia dell’Arte, en el espectáculo musical y gastronómico La cena de Leonardo. Premiada por sus numerosos trabajos, Padovani ha publicado libros y artículos en revistas de narración oral y editado CD’s (entre otros El ave maravillosa, título tomado de un cuento de Leonardo Da Vinci). Actualmente, programa un ciclo a estrenar en febrero próximo, Vida y milagros, sobre la vida y la obra de Roberto Arlt, Julio Cortázar, Niní Marshall y las hermanas Silvina y Victoria Ocampo; coordina encuentros de narración oral y participa del Plan de Lectura Nacional para maestros. Ahora mismo ha sido convocada para un ambicioso proyecto en el marco de los Juegos Olímpicos de 2012, en Londres. En principio, el comité organizador del área cultural seleccionó un relato tradicional persa que será motivo de investigación y rastreo en la tradición de varios países, Argentina incluido. La propuesta es “crear conciencia sobre el universo, los recursos naturales y humanos y la depredación del hombre”, según apunta Padovani. Otra forma de valorar el trabajo de campo de los narradores y las creaciones de los pueblos originarios, materia del “juglar” tradicional.

–¿Qué línea de narración prevalece hoy?

–La narración oral varía según el país y el lugar. En las grandes urbes se trabaja en los escenarios, aun cuando están los que siguen rescatando los cuentos tradicionales. En esto no quiero ponerme en juez, pero en Buenos Aires, sobre todo, la tendencia es trabajar el aspecto literario y teatral de la narración y masificarlo.

–¿Lo considera negativo?

–Se pierde de vista la raíz y a veces se abreva en la literatura haciendo depredación de la literatura. Mi opinión es que hay que respetar al autor y su escritura. Sé que algunos no quieren dar sus cuentos porque los modifican sin sentido. Claro que ésta es una situación aún no resuelta.

–¿Acaso no se pide autorización?

–En el nivel profesional, sí. Yo tuve buena disposición de los autores. El amateur no es siempre tan cuidadoso. No tiene noción de lo que está haciendo con el texto o no sabe desentrañar la voz del autor y ser intérprete de esa voz.

–¿Qué sucede en otros países?

–En general, los narradores orales no pasan tanto por la literatura. Estuve trabajando con Jan Blake (inglesa, de ascendencia jamaiquina, especialista en cuentos de Jamaica y otros del Caribe). Armamos un espectáculo bilingüe que estrenamos en Londres y trajimos al Museo de Arte Latinoamericano (Malba). Le sorprendió que me ocupara de cuentos literarios. Le parecía inconcebible tomar relatos ajenos a la tradición. Aun cuando aquí se acuda a otras fuentes, la literatura parece estar más a mano. Un asunto para discutir. En mi opinión el arte no tiene fronteras y es para todos, como todo acto de libertad y creatividad. Pero esto no quiere decir que no haya que respetar al autor. Por eso, en los encuentros que organizamos en las ferias de libros, por ejemplo, brego para que no se transformen en shows o espacios de simple exhibición.

–¿Cómo nace su interés por un texto? Los de Niní Marshall, por ejemplo, no la abandonan...

–Tengo un largo romance con Niní. Ella fue mi madrina. Le gustaba mi trabajo. Me instalo muy bien en sus personajes. A veces Catita me ha salvado de una dificultad: es tan inocente, tan impune que puede decir cualquier cosa sin que el otro se ofenda. Cuando tuve que pasar la gorra, decía para mí que la pasaba Catita. Armaba el personaje y el público lo aceptaba con agrado. Lo importante es dar con la propia voz. Algunos autores nos ayudan. Niní, Julio Cortázar, Marco Denevi... Tengo sintonía con ellos, tomo sus voces, en el buen sentido, y los nombro, siempre.

–¿Se equivoca?

–Cuando una se “instala” no hay fallas de la memoria. Tampoco timidez ni nerviosismo, sino el deseo de transmitir y gozar de ese instante en el que se forma la mágica burbuja en la que estamos metidos todos y donde el centro es la historia. En realidad, una es un eslabón en la cadena.

–¿Qué pasa si el público se distrae?

–Trabajo con un poco de luz para que no moleste. En el caso de un público infantil puede ser que los chicos comenten. Los escucho pero no respondo ni interrumpo la historia. Hay una cosa de respeto por el que se entrega y al que uno recibe, “levanta” y “deposita”. Si el narrador interrumpe esa acción y sale de la burbuja, el otro se cae. Narrar es levitar con el otro que escucha. No hay mejor respuesta que la de un chico que está callado y escucha. Antes de comenzar una narración les digo que se hagan la película en la cabeza y después hablamos.

–¿Cómo es la experiencia en La cena de Leonardo?

–Distinta. Ahí soy el Capitán Matamoros, personaje de la Commedia Dell’Arte y gran narrador de mentiras. Improviso cada semana en base a una estructura. Estudié commedia con Mane Bernardo, también con Cristina Moreira, Mario González, cuando dio cursos en el Cervantes, y con otros profesores que anduvieron por aquí. Matamoros es un arquetipo, fuente de creatividad.

–¿Dónde residen las diferencias entre países?

–Las diferencias están dadas por las condiciones económicas y culturales. En Colombia predominan los jóvenes, y entre éstos los varones. Acá, las mujeres de cierta edad. En los países centroamericanos están muy conectados con el stand up. Mis primeras experiencias en Europa fueron en Francia. Lo más visible en los años ’80 eran París y Londres. Hice talleres en París y quedé maravillada con las narraciones africanas y árabes. La inmigración hizo su aporte. España tiene textos tradicionales pero hoy se trabaja más con la literatura.

–¿Y en la Argentina?

–Cuando entré en este mundo aprendí a conocer personajes como Pedro Urdemales, el pícaro que viene de la tradición española, y Paí Luchí, de nuestra cuentística. Laura Devetach ha publicado una recopilación de Paí Luchí, el gaucho exagerado y mentiroso. Hay textos interesantes, como el de Berta Vidal de Battini, quien reunió cuentos y leyendas populares del país (editado en 1960), donde aparecen castillos y duendes, otra influencia española.

–¿Prefiere los relatos de humor?

–Me gustan especialmente los de suspenso. Dosificar la información, crear imágenes y sostener la atención del otro es una tarea fascinante. Un trabajo en el que puedo unir el humor con mi interés por la música es La cena..., la propuesta de Edith Margulis. En este espectáculo de música renacentista ingreso al final como Capitán Matamoros. La música está incorporada a mi actividad. En los talleres del Plan Nacional de Lectura para maestros enseño a utilizar la voz como un instrumento de cuerda, que lo es, aunque esta noción se pierda a veces porque no se trata de cuerdas que percutimos con la mano. La idea es que el maestro comparta diez minutos de lectura gozosa con sus alumnos. Para lograrlo les dejo reglas bien concretas sobre cómo se manejan los tiempos y cuándo el protagonista es la voz o el silencio.

* Queremos tanto a Niní. La historia de Niní Marshall y sus personajes, va los jueves a las 21 en la Biblioteca Café, Marcelo T. de Alvear 1155. Reservas: 4811-0673 y 4878-2505/06. En el mismo lugar, los viernes a las 21, La cena de Leonardo, espectáculo musical de Edith Margulis. Cena, actuación y música renacentista.

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“Niní Marshall, Julio Cortázar, Marco Denevi... Tengo sintonía con ellos, tomo sus voces, en el buen sentido.”
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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