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Miércoles, 27 de enero de 2010

TEATRO › LA úLTIMA VEZ (QUE ME TIRé DE UN PRECIPICIO), CON VICTORIA ALMEIDA

“Es un clown de viaje en su vida”

 Por Andrés Valenzuela

El precipicio y la cornisa son espacios–límite, zonas que obligan a llevar la vista atrás o hacia quien ocupa ese lugar. Es un tópico poderoso que aparece en la literatura, el cine, la TV y el teatro. Victoria Almeida lleva ese espacio al lenguaje de clown con La última vez (que me tiré de un precipicio), que se presenta los viernes a las 22.30 en El Piccolino (Fitz Roy 2056). La joven actriz y autora ya había presentado el espectáculo en los últimos meses de 2009 con buena afluencia de público y ahora apuesta al verano porteño.

A diferencia de otros abordajes del precipicio, Almeida no lo encara como drama ni como debate entre la vida y la muerte. Si normalmente la disyuntiva está entre caer o no, aquí el personaje cae no una, sino muchas veces. La clave está en el proceso. En lugar del drama y a falta de una mejor definición, la obra podría pensarse como de “humor metafísico”. El unipersonal presenta a una clown que, valijita en mano y frente a una cornisa, se pregunta por el sentido de su existencia. Cuando ni sus pies se dignan responderle, inevitablemente la protagonista cae al vacío o, mejor dicho, a paisajes de su vida pasada y futura: una habitación con espejos y baúles, una plaza nocturna, un concurso de canto.

“Algo que me gusta mucho de este personaje –explica Almeida– es que tiene un interés extremo por pertenecer, por ser aceptada y por entender de qué va la vida. Siente que se queda un poco afuera, que no la comprenden y que quiere llegar a algo, que no sabe qué es pero que supone que está afuera. Eso es algo que nos pasa a todos y que me divierte mucho de mí misma.” Para la autora, el lenguaje del clown es indisociable del resultado temático de la obra que adquiere un carácter personal. “Algo que me enseñó el clown es amigarme con mis partes torpes, pretenciosas, ridículas o serias –comenta–. Empecé a encontrarles la belleza, dije ‘¡qué hermoso que es ser tonto!’. Es decir ‘soy esto’ y eso es con lo que se pelea la protagonista, con quién es, porque no sabe cuál es el valor de su vida y trata de parecerse a un modelo o agradar.”

Almeida sube al escenario con su nariz roja. Aunque la nariz no cumple ninguna función dramática –está allí “como máscara y por gusto personal”–-, la valijita sí toma parte en la resolución de la obra y trasmite la idea de viaje iniciático. “Está de viaje en su vida –explica–. La valijita es un elemento clásico del clown y yo la incorporo.” A su modo, esa cajita marrón hace las veces del contenido mundo interior de la protagonista. “Representa su vida, ella pierde su valijita en esa cornisa y cuando vuelve a darse cuenta, está ahí, nunca se movió, todo lo que tiene es esa valijita, como la tortuga que va con su casita y descubre que es una persona íntegra y tiene todo lo que necesita para ser feliz.”

Aunque es un espectáculo de clown, La última vez... incorpora también otros lenguajes, como la animación y el videoarte. No sólo la escenografía es una proyección, sino que incorpora dibujos animados y un film que toman el relevo cuando la actriz no está en el escenario. “Lo tecnológico está muy ligado a lo narrativo –reflexiona–. Quien hizo las animaciones, Dante Sorgentini, también es clown, músico y dibuja. Era la persona ideal porque era muy importante que pudiera captar la poética con la que estamos trabajando, el mundo del personaje. El dibujito corre como mi personaje y mira al público como lo haría el mío.”

Aunque no se encuadra dentro del surrealismo, los paisajes oníricos la acercan a ese movimiento. Esto es fruto del proceso creativo, pues el texto está basado en los sueños de la autora. “Tengo muchos sueños que anoto a la mañana o a la noche, si me despierto en el medio de uno. Los escribo porque son una locura y quería hacer algo con ellos –cuenta Almeida–. Con mi maestro de clown, el estadounidense George Lewis, los usamos de punto de partida para improvisaciones.” Con Lewis se juntaban a improvisar cinco días a la semana y dedicaban el fin de semana a ver los ensayos grabados. “Fuimos sacando numeritos, con lo cual llegamos a la estructura que tiene hoy, cambiando piezas de lugar y probando”, explica. Cuando su maestro volvió a su país, Almeida convocó a Mariano Marino, el director que terminó de montar la puesta en escena.

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Almeida, clown en la cornisa.
 
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