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Sábado, 5 de junio de 2010

TEATRO › NORMAN BRISKI Y MARíA PíA MOLINA BRESCIA HABLAN DE LAS PRIMAS

“El teatro popular es el que une sin banderas”

La actriz debuta como directora con la obra de su mentor, que la había minimizado hasta que Eduardo Pavlovsky la definió como “un calidoscopio teatral”. “El punto de partida fue la enorme oscuridad de las conductas femeninas”, reconoce el autor.

“Ese que entró viene de una escuela tomada. Ha sido el líder de los jóvenes. Es un poeta de la gran siete: escribe buenísimo y edita sus propios libros.” En la recepción del Teatro Calibán, la charla es interrumpida más de una vez por el timbre, el teléfono y la llegada de alumnos que se agolpan alrededor del grabador. Su maestro, Norman Briski, no los ignora. Al contrario: presenta a esos “cuerpos éticos”, concepto que utiliza para designar a los actores. En el caso de Ignacio Liang (el poeta), Briski finaliza la descripción con un consejo indirecto. “Es un capo siempre que no se engrupa, porque si cree que no es igual a todos, cagó.” La modesta fachada de la escuela, ubicada al fondo de un lúgubre pasillo en México 1428, contrasta con la magnitud de los valores que la edifican. Desde que la fundó, en 1987, el actor, director y dramaturgo educa a sus alumnos en la humildad, el compromiso y la independencia. Y cuando alzan vuelo propio, colabora en la supervisión de los espectáculos que dirigen. El caso más reciente es Las primas (todos los sábados a las 22 en el Calibán), pieza escrita por Briski y dirigida por María Pía Molina Brescia.

Como buena parte de sus compañeros –en total suman 200–, Brescia conoció a Briski en la Gráfica Patricios, de Barracas. La flamante directora integró, en carácter de asistente, el grupo teatral comandado por el actor que elaboró un guión en base a la lucha y recuperación de la fábrica por parte de veintiocho trabajadores, en 2003. “No podía creer que él estuviera ahí. Cuando va a esos lugares es la figura del acontecimiento. Nos induce, nos quedamos cerca de su presencia porque tiene vitalidad”, afirma la joven de 26 años sobre la primera vez que se topó con el dramaturgo, con quien estudia desde hace cinco años. Aquel guión inicial se convirtió en Maquinando, obra que se estrenó en el Calibán en 2007 y luego se presentó en espacios con historias similares a la que dio origen al texto. “¿En qué país del mundo hay tantos grupos de teatro que no quieran ver un centavo? Le dije a toda la gente que si quería seguir formándose viniera al Calibán. Y acá se aburguesó un poco”, bromea Briski, para luego explicar la metodología de trabajo que toma forma en su escuela: “Las obras se hacen como devenir de las clases. Cuando todo funciona bien, los estudiantes se convierten en actores y no tenemos necesidad de pedir jugadores prestados. Se trabaja mucho con el actor y con lo que elige para hacer, sin imponerle nada”. En efecto, esta segunda versión de Las primas –la primera data de 2006– surgió por iniciativa de las actrices-alumnas Coral Gabaglio y Sofía Guggiari.

Aunque “ni vaya a verla” y el hecho de que figure su nombre es “el respeto por el entusiasmo de los comienzos”, Briski es también el director de la ya clásica Potestad, de Eduardo Pavlovsky, actualmente en el Centro Cultural de la Cooperación. Como actor, integró el elenco de Tratame bien, éxito televisivo que ganó el Martín Fierro de Oro. Es injusto pero cierto: la de autor es su faceta menos (re)conocida. En relación con Las primas, él mismo admite no haberle otorgado al texto el valor que merecía. “Mucho después de que la escribí, mi amigo Pavlovsky me dijo que estaba bárbara. El fue quien subrayó la potencia de esta obra”, expresa. De hecho, su colega la definió como “un magnífico calidoscopio teatral”. Y lo es: Las primas es una historia de amor, erotismo y sensualidad; sensaciones y estados –por no decir tópicos, un término no demasiado briskiano– con fuerte presencia en otras creaciones del dramaturgo, como Copla y Fin de siglo. Pero tiene también su impronta sociohistórica, porque Ana y Eugenia, espesamente opuestas y complementarias, ingresan como mucamas a un hotel para cumplir con una misión: de-satar una revolución.

–Molina Brescia, ¿qué le interesó de este texto?

María Pía Molina Brescia: –Fue la segunda obra que vi en el Calibán, apenas entré. No me aburrió, pero no la entendí. Cuando las actrices decidieron hacerla en el seminario me encantó. Supongo que es porque pasaron los años, estoy más grande. Lo que más me gustó es por qué estas dos chicas están juntas, el objetivo que comparten.

Norman Briski: –Lo que le pasó a Pía la primera vez es que no sintió la obra. Era una versión más expuesta, menos íntima. Lo que yo busco es que resuene en la gente, en su cuerpo. No escribo pensando en que se va a entender. En este trabajo, cuando estás con una propuesta didáctica excluís el juego que sería producir, sin especulación alguna, cierta subjetividad.

–¿Por qué una historia de amor entre dos mujeres?

N. B.: –El punto de partida fue la enorme oscuridad de las conductas femeninas. Cuando uno está bien, dice “son un misterio del universo”. De lo contrario piensa que no las entiende. Tengo más deseo de conocer lo femenino que lo masculino. Y conozco más, por mi vida amorosa. En Las primas la promiscuidad invita, porque ellas están todo el tiempo al lado de la cama. Se quieren mucho. Por lo tanto se mienten, se hacen reproches y son muy solidarias. Odian, quieren, envidian, matan... esa diversidad es más cierta. En mi obra, el amor ocupa un lugar importante, pero necesitamos una definición de amor al margen de los estereotipos de conducta, que se apoyan en una idea bien renacentista. En general, el amor tiene aspectos relacionados con la tristeza, que uno combate mucho, pero no es tan fácil. Después, en el proceso de escritura, la compensación de un mundo afectivo y sexual resultó eminentemente práctica, de sobrevivientes, y aparecieron las contradicciones que tenían –por lo menos una de ellas– en su enorme pasión revolucionaria.

–¿Y qué tipo de revolución quieren estas dos jóvenes?

N. B.: –Sería una idea poética, tiene que ver con una imagen de muchísima luz, de descubrimiento de lo invisible, de cambiar el paisaje y no partidocráticamente. Pero detrás hay una cosa práctica, porque para producir la poesía tiene que hacer puntería y conceptualizar su sociedad con mucha precisión. Me interesa lo proyectivo del espectador sobre el juego que ellas hacen. Cada uno sale con su versión estética.

–¿Y cuál es la revolución que usted tiene o tuvo en mente al momento de escribirla?

N. B.: –Creo en los pequeños coágulos. Una revolución sería, por ejemplo, dejar la 9 de Julio sin que pasen más autos, como en los festejos por el Bicentenario: arte gratis para la gente. También, que la Juan B. Justo sea un canal, que hagan una Venecia de esa avenida. Y sería revolución en tanto capacidad creativa. La creación te la da la libertad, cosa que en el capitalismo no existe. Existen el capital y el trabajo, es decir, serialidad y producción a nivel cuantitativo. Por eso, no sé si hay tipos de revolución. Es una sola, con infinitas maneras de que sea multiplicadora. No hay cómo atraparla, cómo decir eso. Algunos dirán que es la eliminación de las clases, pareciera que sí, pero es muy difícil que coagulemos juntos. Por eso es que no tenemos que esperar sino hacer. Y pensar también es hacer. Es angustiante, tenemos que aprender como sociedad a vivirlo con un grado de alegría.

–Con un fin que no se explicita demasiado, ¿cuál fue el eje de la dirección?

M. P. M. B.: –En la primera versión lo central era la puesta. En esta son las actrices, que son muy buenas, la vinculación entre ellas y con el objetivo; su vida militante, ideológica. Su camino al objetivo cambia porque ellas son diferentes. Cada una lo vive con sus vicisitudes, sus características, su lógica. Lo que es lindo de ver es que no es por compromiso. Más que eso, tienen ganas, están entusiasmadas, pero no saben muy bien cómo tendría que ser.

N. B.: –Lo lindo es que no podemos suponer que ellas tienen esa capacidad. La maldición de la militancia es creer que el que participa debe tener ingredientes. El desafío está en plantearnos qué podemos esperar de ellas, del discurso anecdótico, de la fábula.

–Entonces, Ana y Eugenia están motorizadas por el deseo.

N. B.: –La revolución no se hace con todos sabiendo. Está esa cosa de contagio, de compañerismo, de “si vos vas yo también”. A mí me ha pasado. En los ’70 (N. de R.: militó en el Peronismo de Base e integró el Grupo Octubre) tenía un compañero que ya no está que me decía “andá para allá, vení para acá”. Yo no sabía bien lo que hacía. Y hemos hecho cosas lindísimas. Me extraña porque yo me enteraba mucho después de lo que realmente había hecho. Cuando en política decís que hay que cambiar las cosas, el otro dice “dígame diez puntos”. Es terrible la idea de la concreción, porque cuando uno tiene una idea termina con el juego. A los actores les cuesta asumir el entusiasmo por hacer una revolución. Con la Argentina, entre Menem, De la Rúa y otros te sacan el entusiasmo por ver una sociedad distinta. Además, hay una confusión con lo que pasa en el país, porque no hay un enemigo claro como en otro momento. Eso sí, si hay compromiso es una cagada, no sirve querer cambiar algo por compromiso. Es mejor decir: “Está bueno, vamos”.

M. P. M. B.: –Es que si estás en el plano de la conciencia, el miedo no te deja hacer.

–¿Y qué lugar creen que le cabe al teatro popular hoy?

M. P. M. B.: –Ya no lo hacemos más, pero con Maquinando íbamos todos los viernes a hacer funciones a fábricas recuperadas. Lo hicimos en Zanón, en Neuquén. Está bueno estar acá, pero también hacer otra cosa que te saque de la burguesía.

N. B.: –El teatro popular no es el deseable sino el necesario, el de la inmediatez. Cuando se hace teatro popular indica que la gente se une sin ninguna bandera de unidad ni que la estén citando, lo cual es distinto al encuentro. Con mis alumnos no provoco ninguna situación, ni ellos me hacen a mí ni yo no los hago a ellos. Nosotros hacemos a Marx, no él a nosotros. También nosotros hacemos a Videla.

–Briski, ¿por qué dijo que el teatro no puede ser revolucionario?

N. B.: –Pensar que lo es implica idealizarlo. En realidad, es un instrumento para acompañar una revolución y en potencia podría ser el ojo crítico. Eso sí: no deberíamos siquiera proponernos una relación entre teatro y política, porque el teatro es siempre político. Hay uno que no cambia nada, que no te hace pensar, y aún así es político en la medida en que está hecho para que el espectador no juegue con lo que está pasando sino que consuma. El teatro es revulsivo porque quiere producir un malestar, una incomodidad, sacarte de algún lugar para que no sea teatro muerto y sí placentero, aún desde el malestar.

* En Las primas, de Norman Briski, actúan Coral Gabaglio y Sofía Guggiari. Juliana Giaquinta asiste a María Pía Molina Brescia en la dirección. El diseño sonoro está a cargo de Martín Pavlovsky; el de luces, de Javier Rincón. La realización escenográfica es trabajo conjunto de Javier Rincón, Sergio Baratucci, Ignacio Parra, Sofía Guggiari, Coral Gabaglio. El vestuario es de Ana Nieves Ventura. Las funciones se realizan los sábados a las 22. Entrada: 20 pesos. Tel. 4381-0521.

Entrevista: María Daniela Yaccar.

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“La revolución no se hace con todos sabiendo. Está esa cosa de contagio, de compañerismo, de ‘si vos vas yo también’.”
Imagen: Carolina Camps
 
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