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Domingo, 8 de agosto de 2010

TEATRO › ROBERTO ARLT SE MULTIPLICA EN LA CARTELERA PORTEÑA

Viaje a la literatura dramática

Hay quienes llevan a escena las obras de teatro del escritor. Otros prefieren adaptar sus aguafuertes. Lo cierto es que los textos del autor de El juguete rabioso siguen disparando múltiples lecturas, hasta dar con un menú teatral estéticamente variado.

 Por Facundo Gari

La vida artística de Roberto Arlt puede reconocerse según dos tipos de lectura que se ubican en los antípodas: por un lado, la de los que dibujan la existencia en una hoja cuadriculada con una línea cuyos cambios de dirección implican invariablemente sucesivos quiebres de 90 grados; por el otro, la de quienes prefieren serpentear sin senderos claros, con curvas sinuosas o bruscas, según sea el caso. Los primeros afirman que el escritor abrió paso al dramaturgo en 1932, tras la publicación de su última novela (El amor brujo), la invitación de Leónidas Barletta a presenciar una obra basada en un fragmento de Los siete locos en el Teatro del Pueblo y el inmediato estreno de Trescientos millones. Los segundos, que el escritor fue siempre el dramaturgo, que el laboratorio de agentes de una nueva moral de su novelística no estuvo nunca exento de teatralidad, como tampoco sus aguafuertes publicadas en el diario El Mundo, desde las que el periodista nacido el 2 de abril de 1900 y fallecido el 26 de julio de 1942 se transformó en un censor de la sociedad de entonces.

“Ser tajante es difícil”, admite en el segundo sentido José Menchaca, que dirige una versión de teatro ciego de La isla desierta. “Arlt fue cambiando mientras vivía. Era un periodista y un escritor en toda su dimensión”, asegura en diálogo con Página/12, y remata con que “si hubiera escrito un mail, lo hubiera hecho con el mismo estilo”. Julio Molina, director de La imagen fue un fusil llorando, va más allá: “Me parece que los textos de Arlt que no son obras de teatro terminan siendo a veces más teatrales que los teatrales”. ¿Pero qué característica de contenido justifica la observación? “La situación”, asevera. “El tipo escribe situaciones. Ves a una persona atravesada por un hecho, no su descripción, y eso la vuelve vívida. Arlt trabaja sobre sucesos: eso lo hace teatral, incluso en pequeños fragmentos”, explica. Y podría decirse aun que la organización dramática de esas situaciones exalta la disposición de los personajes hacia la representación, la simulación y el engaño.

Guillermo Ferraro, director de la adaptación de Saverio, el cruel, lo analiza desde una visión más rupturista, aunque concede que los cuentos y novelas del Arlt preteatral (por decodificación espacial) “no estaban exentos de teatralidad”. “Barletta hizo un fragmento de Los siete locos y cuando Arlt vio la puesta descubrió que tenía condiciones para el teatro. Después, cuando escribió Trescientos millones se dedicó de lleno a él”, apunta. “Es cierto”, intercede Laura Formento, directora de La terrible sinceridad. ¿Es cierto qué? “Que es literatura dramática. Leés los cuentos y las novelas y te das cuenta de que el tipo era ya un dramaturgo, que tenía mucha situación dramática. Se metía en el alma de cada personaje como un observador de la calle, de la vida cotidiana, y lo plasmaba con una maestría increíble”, le envidia.

Quizá sea por esto que sus obras estrictamente teatrales sean tan utilizadas en escena como sus novelas, cuentos y aguafuertes, aunque a veces sólo como disparadores.

La siempre abultada cartelera teatral porteña ofrece al menos cuatro propuestas del autor de El juguete rabioso: dos dramaturgias convencionales y dos aguafuertes volcadas al teatro, que acomodadas con cuidado en el almanaque pueden verse de un tirón durante un fin de semana, con un menú francamente dosificado y estéticamente variado. Es que la obra del “Mahoma de nuestro tiempo” –como lo denominó Abelardo Castillo– se puede “documentar desde la forma y desde el contenido”, según distingue Ferraro. “Arlt habla de temas inherentes a la humanidad, como el poder, el absolutismo, la locura y las relaciones entre los hombres, asuntos que siempre vuelven. Por el lado de la forma, permite hacer una relectura para hacer la obra que quieras. No se queda en un canon, como el realismo reflexivo o costumbrista, que dejan sólo un tipo de puesta, sino que te da apertura, no queda encasillado”, resume.

Si se pretende seguir el itinerario, el tour arltiano comenzaría el viernes a las 21 en Andamio ’90 (Paraná 660) con la adaptación de Saverio, el cruel, en la que Ferraro debuta junto al Grupo Punto de Fuga. Con una escenografía minimalista y funcional basada en el “constructivismo ruso”, esta comedia dramática en tres actos del vendedor de manteca que es engañado por Susana y sus compinches ricachones –en una farsa de signos sobre signos– no deja de lado el naturalismo y el humor del texto original en pos de una pretendida solemnidad. Según Ferraro, la intención fue “abordar la obra desde lo que cuenta en sí y no reversionarla, rescatar cierto aspecto que tiene que ver con el juego y con la comedia, que es una constante incluso en las aguafuertes porteñas y una arista que en otras adaptaciones se dejó de lado, como en la película de Alfredo Alcón (1978, dirigida por Ricardo Wullicher)”.

Abrumados por el tedio de una vida monótona, Susana y sus cómplices deciden realizar una broma: hacerle creer al mantequero, paladín del trabajo y fundamentalista del producto que comercializa, que aquélla está loca y que la única opción para regresarla al mundo de los cuerdos es seguirle la corriente a su delirio medieval. Así, Saverio tomará el papel de un sórdido coronel, y ya la ficción se sobrepondrá a la realidad y ésta a aquélla. “A veces, la joda no sale del todo bien”, lamenta Ferraro. Locos y cuerdos, farsantes y sufrientes, ser y parecer entran en conflicto en una estructura de “teatro dentro del teatro”, que algunos analistas confieren a una influencia de Enrique IV, de Luigi Pirandello.

Ensayo sobre la ceguera

Tal vez Arlt haya preguntado en algún momento de su vida por su Susana, y por el temor de sentirse predeterminado, haya saltado de vereda en vereda sobrevolando calles, como hace aún hoy cuando su fantasma posa en las mesas de las librerías y en las marquesinas de los teatros, incluso aunque muchos de sus manuscritos estén resguardados en la lejana biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín. Esa predeterminación acaso se deslice en la oficina con vista al puerto de Buenos Aires de La isla desierta, oficiada por el Grupo Ojcuro los viernes y sábados a las 20 y a las 22 en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), y su persistencia por “cruzar el abismo” del statu quo se explique en la “revolución” que la obra plantea, según Menchaca. “Arlt fue un hombre de su tiempo: vivió el primer golpe militar argentino, los movimientos anarquistas y revolucionarios de principios del siglo XX, con Marx y la Revolución Rusa del ’17”, enumera. Sin embargo, descarta que “la problemática de la obra sea la de un individuo bueno contra uno malo”. “La sensación que me da es que Arlt siempre está tratando la problemática social, los grupos sociales y sus reacciones, pero ninguno es bueno ni malo: todos lo son dependiendo de la circunstancia”, agrupa en una charla con este diario.

Lo que Ferraro puntualiza al comienzo sobre la versatilidad formal de los textos del esteta porteño aquí se vuelve teología. A minutos de comenzar la función, un presentador del colectivo que nuclea a actores videntes y miembros del grupo de teatro leído de la Biblioteca Argentina para Ciegos solicita con insistencia que los espectadores apaguen sus celulares. Es que en esta versión de la obra estrenada en 1937 la historia transcurre en la más completa oscuridad, y un mínimo resplandor produce similar efecto que el timbre de un reloj cuando se sueña lindo. Tras la advertencia, un primer atisbo lúdico: se le pide al público que haga fila en la puerta y que cada persona sostenga a quien tiene adelante por los hombros, para no tropezar en la negrura. Los propios actores serán los lazarillos hasta las sillas.

El viaje arranca con el sabor del café filtrado por las fosas nasales (“¡el aroma es una partícula de materia que se mete en el espectador!”, se entusiasma Menchaca) y unas máquinas de escribir tamborileando en surround, mientras un grupo de oficinistas murmura sinsabores. Hasta que aparece la voz del cordobés Cipriano para narrar sus aventuras alrededor del mundo. “Me tomé el atrevimiento de adaptarla, y están diferentes los relatos de los viajes en donde el protagonista se hizo sus tatuajes, porque en la original transcurre todo en la oficina. Me servía escenificar dónde se los hizo, meter pluma y potenciar el teatro ciego, la particularidad de que con sonidos podemos cambiar la escenografía”, revela. Pero además de los estímulos auditivos y olfativos, el espectador es acariciado por los actores, sorprendido por una leve llovizna e incluso consultado por algún personaje al pasar.

–¿Dónde está mi corpiño? ¡Vos que te reís tanto debés saber!

–¡...!

Si se eligió la función de las 20 de La isla..., hasta que La terrible sinceridad en El Fino Espacio Escénico (Paraná 673) comience, a las 22.30, habrá poco menos de una hora para caminar hasta la estación de subte Carlos Gardel, descender en la de Uruguay y caminar tres cuadras hasta el primer piso en que se asienta el teatro. Inclusive puede quedar tiempo para tomar un vermucito mientras suenan los Redondos en el cálido bar de El Fino. Lo primero que llama la atención al ingresar a la sala es la atípica disposición de la platea de madera y el fino espacio escénico, con perdón por el cliché. “Me pareció mejor utilizarlo apaisado. El público y los actores están muy cerca unos de otros, y como los textos son crudos, uno se compromete más con la situación”, argumenta Formento. Los textos a los que hace referencia son los tres que Liliana Cuomo y Hernán Darío Muñoz monologan: el aguafuerte homónimo de Arlt a dúo, de arranque, y luego “Una ama como uno puede” y “Falta de modestia”, de Griselda Gambaro. “El punto que encontré entre ella y Arlt es que son muy incisivos a la hora de escribir, manejan una ironía especial y a la vez son conmovedores. La palabra tiene un valor especial y, al mismo tiempo, van bien al fondo del dolor, la angustia que experimentan los seres marginales”, compara. “Gente terrestre, triste y somnolienta”, los describe el escritor en la dedicatoria de El jorobadito.

Verlo morir, morir viéndolo

El luchó. Severino Di Giovanni, “el Robin Hood moderno”, anarquista italiano radicado en Argentina, fue fusilado el 1º de febrero de 1931 por el gobierno de facto de José Félix Uriburu. “Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo”, narra Arlt en el dramático aguafuerte “He visto morir”, que Molina tomó para crear el guión de La imagen fue un fusil llorando, que cerraría el tour el domingo a las 20 en DelBorde Espacio Teatral (Chile 630). Allí, el autor de Los lanzallamas describe con indignación la ejecución del militante a la que fuera invitado en su carácter de periodista, junto a “Gauna, de La Razón, Alvarez de Ultima hora, Enrique González Tuñón, de Crítica, y Gómez, de El Mundo”. El director, dramaturgo y docente teatral explica que el texto fue “un convite por un proyecto que coordinó Luis Cano y que terminó conformando La carnicería argentina, un volumen del Instituto Nacional de Teatro cuya consigna fue que de un texto literario se produjera una obra teatral”. “Me lo pasó Luis y acepté porque es un autor que trabajé mucho. Mi debut teatral fue en el ’88 con Saverio, el cruel en el Teatro Cervantes, puesta de Roberto Villanueva, con Lorenzo Quinteros, que era entonces mi profesor”, reseña.

–¿Qué reflexión aporta la obra sobre la justicia?

Julio Molina: –La deja abierta, porque me interesan las preguntas antes que las certezas. El texto que te agarra y te pone en tu propia pregunta es más interesante que el que te tira algo sobre eso. Tenés que preguntarte, el teatro te tiene que llevar a una zona de reflexión, porque eso incomoda, te pone en una situación de movimiento.

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Arlt se volcó a escribir teatro recién en los años ’30.
 
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