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Miércoles, 13 de abril de 2011

TEATRO › EL AIRE DEL RíO, DE CARLOS GOROSTIZA, EN EL TEATRO SAN MARTíN

Un malentendido que no da tregua

En la puesta de Manuel Iedvabni, los personajes que encarnan Pompeyo Audivert, Ingrid Pelicori y Alejandro Awada arrastran un conflicto amoroso inscripto en el contexto colonial rioplatense. Y atraviesan distintas épocas para acabar con ese dolor.

 Por Hilda Cabrera

Existen momentos de gran felicidad o de gran dolor, donde la incidencia del entorno pasa a un segundo plano. Algo de esto ocurre con Domingo, Isabel y Francisco, personajes inscriptos en un determinado contexto, el colonial del Virreinato del Río de la Plata, en tiempo de rebeldía. Ellos arrastran un malentendido amoroso que no les da tregua. ¿Por qué entonces no atravesar épocas hasta acabar con ese dolor? Con los nombres apenas modificados, los coloniales Domingo, Isabel y Francisco adoptarán sucesivamente la figura y el decir de los inmigrantes y la postura y el lenguaje de personajes actuales. El recorrido se interrumpe a comienzos de 2001. En este punto, la pregunta es si este pasaje se debe sólo a la necesidad de dilucidar el malentendido y aquietar conciencias. Sin duda, El aire del río sugiere bastante más respecto de situaciones y conflictos, reconocibles para el espectador pero no explicitados en la escena, como los que se desarrollan en un afuera, supuestamente en lucha. Los entredichos corren parejos con los sentimientos, y aunque el texto sea ajeno a la sensiblería humanista, sorprende la expresión con la que un personaje define al amigo rebelde: Mingo (antes Domingo) dirá “Tal vez hagan falta tipos así. Muchas veces me lo pregunté”. La frase –un difuso autorreproche– tiende líneas hacia la reflexión. Sin baches en los contrapuntos, y entre saltos en el tiempo, la obra dispara interrogantes desde el momento en que el revolucionario Francisco ingresa en la casa de quien fue su amigo en la infancia y es marido de la mujer deseada.

En la ficción, como en la vida, que no es teatro, quien se presenta inopinadamente en un ambiente cerrado, aquí, una casa, trastrueca e inquieta. Francisco quiere contar algo a ese ex amigo que en la casa acumula silencio jugando una partida de naipes en solitario, y a la esposa, Isabel, que parlotea y se abanica, acalorada por el sopor que le produce el aire caliente y húmedo del río. Un aire premonitorio, que se pega al cuerpo y perturba. El “intruso” convulsiona, pero facilita la charla y acerca aquella etapa mal arrumbada.

La búsqueda de un equilibrio entre lo ganado y perdido parte de una historia y una espera que atravesó épocas, significativas en este rescate por los acontecimientos políticos y sociales y el original collage de lenguajes, entre arcaicos y pintorescos, que utilizan los personajes. En ese tránsito por el tiempo –en el que la pasión de la mujer se aquietó sin consumirla, y los varones se afirmaron en lo que eran–, los intérpretes, Ingrid Pelicori, Pompeyo Audivert y Alejandro Awada, transmiten comicidad en los subrayados y las sutilezas.

En esta reciente creación de Carlos Gorostiza, la estrategia de enlace aplicada a los distintos períodos y sus correspondientes géneros teatrales es fundamental para llegar a un final abierto. El futuro, como la tierra prometida, está en cada personaje, en el rebelde y el desmovilizado, firme en sus pensamientos, decidido a que éstos no desaparezcan “al soplo de cualquier airecito”, como dirá Mingo, refugiándose en sus naipes. Isabel, por su lado, optará por un “tal vez”.

Las situaciones planteadas no son aquí totalmente trágicas ni cómicas. Finalmente, lo que sucede está en duda, tanto para Domingo, quien intenta aventar inquietudes desterrando la palabra política, como para su opuesto, el Francisco perseguido que lo corrige: “no escapo, busco”. Ironías que arrancan del sainete, de la autonomía del personaje que, echando una mirada tangencial al público, dice “si es la policía, lo denunciamos”.

Una obra de estas características necesita de un especial manejo del tiempo, logrado a la perfección por el director Manuel Iedvabni. A esta singularidad se pliegan los intérpretes, cada uno destacable en su estilo sin que por esto se pierda la noción de conjunto. Ellos transparentan oficio y elocuencia, incluso cuando utilizan un medio tono zumbón o descubren el hostigamiento interior que les ha producido el malentendido amoroso.

¿Será cuestión de hacer las paces al filo de la derrota? El aire... trae interrogantes que favorecen la multiplicación de lecturas e invitan a hilvanar asuntos referidos a la historia y el teatro desde una perspectiva intelectual y emotiva. Otorgando mayor significado y realce a la obra se destaca la funcional escenografía de Héctor Calmet, también iluminador, junto a Miguel Morales, y la música original de Federico Mizrahi, que se ofrece grabada por Nacho Gobello, Germán Moire y Fabián Aguiar.

9-EL AIRE DEL RIO

de Carlos Gorostiza

Intérpretes: Pompeyo Audivert, Ingrid Pelicori y Alejandro Awada

Escenografía: Héctor Calmet

Iluminación: Héctor Calmet y Miguel Morales

Música original: Federico Mizrahi

Vestuario: Aníbal Duarte

Músicos: Nacho Gobello (guitarra), Germán Moire (clarinete) y Fabián Aguiar (flauta)

Asistencia de dirección: Rubén Pinta

Dirección: Manuel Iedvabni

Lugar: Sala Casacuberta del TGSM, Av. Corrientes 1530. Funciones: miércoles a sábado a las 21, domingo a las 20. Localidades: 45 pesos, miércoles, 25 pesos. Reservas: 0-800-333-5254. Duración: 90 minutos

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La obra puede verse de miércoles a domingo en la Sala Casacuberta del San Martín.
 
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