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Sábado, 2 de julio de 2011

TEATRO › CLAUDIO TOLCACHIR PRESENTA SU NUEVA OBRA, EL VIENTO EN UN VIOLíN

Por una realidad autogestiva

De regreso de una exitosa y extenuante gira europea, el autor de La omisión de la familia Coleman estrena mañana para los lectores de Página/12 su flamante pieza, que trabaja sobre la idea de una nueva construcción de familia. “Son personajes sin reglas”, dice.

 Por Carolina Prieto

Funciones con entradas agotadas en el Théatre du Rond Point, una de las principales salas de París, a sólo una cuadra del Arco del Triunfo. Elogios de la crítica especializada. Ovaciones en festivales internacionales. Temporadas y giras por Europa y ciudades de América. Postales de un éxito que Claudio Tolcachir aún no puede creer y que no altera su humildad ni su tono pausado. Recién llegado de San Pablo, el autor y director se dispone a trabajar y disfrutar en su ciudad tras una primera mitad del año a puro viaje con La omisión de la familia Coleman, Tercer cuerpo y El viento en un violín. Las tres obras son de su autoría y conjugan drama y humor, una fuerte carga emotiva y actuaciones sólidas. También una carnalidad y una alta exposición afectiva de los personajes, que por momentos viran del realismo hacia zonas expresionistas o grotescas, y que encandilaron al público extranjero. El teatro de este hombre de 35 años deja de lado los artilugios escenográficos –aunque consigue climas y ambientes hipnóticos con las luces– y hace foco en los conflictos humanos que estallan en escena.

Fueron meses de valijas, convivencia con los elencos y bastante nerviosismo por la recepción que cada espectáculo podía tener ante un público nuevo, que en muchos casos desconoce el idioma y tiene que leer el subtitulado. Actuaron en España, Francia, Canadá... Hasta llegaron a ciudades del Este europeo como Belgrado, y ahora es el momento de estrenar en Buenos Aires su última creación, El viento en un violín. Lo hará en Timbre 4, el espacio cultural que maneja junto a su grupo en forma de cooperativa, una extensión de la sala que creó en el 2001 en un PH de Boedo 640. Esta es una suerte de segunda sede, más grande y muy bien equipada, ubicada en la misma manzana, en México 3554, lo que le permite montar varios espectáculos a la vez. La pieza se estrenó en noviembre del 2010 en el Festival de Otoño de París, participó del Festival Temporada Alta de Girona (España), del Festival Santiago a Mil (Chile) y del Festival de Otoño en Primavera de Madrid. En forma previa al debut porteño del 9 de julio, mañana se realiza una función para los lectores de Página/12. De todo esto habló Tolcachir en esta entrevista.

“La empecé a escribir antes de Tercer cuerpo y me llevó mucho tiempo. Lo fui haciendo durante los viajes, cuando iba teniendo material se lo daba a los actores para que lo vean. Me interesaba meterme con una nueva construcción de familia, imaginar cómo puede haber una buena convivencia entre seres extraños”, cuenta Claudio. ¿Qué define a los personajes de este nuevo clan familiar? “Por un lado hay dos chicas humildes que son pareja, están locamente enamoradas, quieren tener un hijo juntas y pueden hacer cualquier cosa para conseguirlo. Por otro, una madre y un hijo de buena situación económica. El no sabe qué hacer de su vida, trata de encontrar qué hacer, encontrar algo que lo motive; y ella se desespera por la felicidad del pibe, al punto de hacer cosas tremendas y meterse en ámbitos que no le corresponden”, describe. Este es el punto de partida del espectáculo, que irá desplegando el devenir de un cuarteto cuyas vidas se entrecruzan en el intento de forzar la realidad para concretar, sus deseos. “Quieren algo y van a empujar el mundo para obtenerlo, pudiendo llegar a lastimar gente y a cometer delitos. Pero el motor de sus acciones es un amor inmenso hacia el otro, y ese sentimiento justifica sus acciones. No son personajes ejemplares, pero lo que hacen lo hacen por amor”, adelanta.

–¿Tienen bastantes similitudes a pesar de las diferencias económicas?

–Son personajes sin reglas y prepotentes en lo que hacen. No pretenden entrar en un mundo de reglas establecidas. Empiezan a crear algo diferente, una realidad autogestiva a partir de lo que son. Creo que es una obra que habla del amor y de la aceptación.

El elenco –formado por actores de La omisión... como Araceli Dvoskin, Tamara Kiper, Inda Lavalle, Miriam Odorico, Lautaro Perotti y Gonzalo Ruiz– tendrá que zambullirse en un vendaval de emociones intensas desde el inicio hasta el final. “Imagino los espectáculos como un desafío actoral. En este trabajo casi todos los momentos son extremos y expuestos; y crear una verdad escénica en situaciones al límite no es fácil. Los personajes tienen que hacer transiciones muy grandes en escena, pasan por estados muy contradictorios”, asegura el director.

–¿Cómo trabajaron esa intensidad?

–El teatro argentino maneja muy bien un medio tono, pero cuesta ir más a fondo y conservar esa verdad sin sobreactuar ni impostar. El desafío fue meternos en esa zona, meter el cuchillo a fondo. Los actores me odiaron cuando leímos las escenas, me quisieron mandar al psicólogo urgente. Pienso las escenas en relación con lo que sucede, lo que les pasa a los personajes, no en función de lo que habría que mostrar. Los actores tienen que tener claro hacia dónde van sus personajes y qué quieren para así mantener vivas las escenas. No pensar en el lucimiento de ellos ni del autor ni del director, sino en crear una verdad escénica y que el público sienta que está espiando algo muy íntimo.

–¿Cómo concibió la puesta en escena?

–La siento más cinematográfica que las anteriores porque maneja varios espacios, como cinco o seis. Pero siempre termino haciendo las cosas de la manera más simple posible. En este caso usamos unos muebles que son muy significativos, que tienen mucha historia y que ya sugieren el resto del espacio. Y hay un trabajo de luces muy específico. Los muebles, las luces y los actores son los ejes de la puesta. En este marco quería probar una estructura simple: presentar los personajes, que estalle el conflicto y resolverlo. Una estructura tradicional hasta cierto punto porque la historia tiene unos vuelcos fuertes en el tiempo. Pero como no soy autor de teatro, voy probando y resolviendo.

–¿Cómo que no es autor?

–No me siento un autor profesional, escribí tres obras nomás. Jamás podría enseñar, sólo puedo hablar de mi experiencia. Es una cuenta pendiente: el año próximo quiero estudiar dramaturgia.

–El título de la obra tiene un halo poético. ¿Puede decir algo al respecto?

–Es una imagen que tuve en el proceso de escritura y que me gusta mucho, relacionada con mi infancia. Mi hermano tocaba el violín. Me encantaba la parte de adentro de la caja de resonancia, un lugar medio oculto. Yo metía lápices y cosas ahí. Mientras escribía me vino esa imagen, de ese aire algo oscuro en un espacio oculto pero donde hay vida, donde se crea el sonido. Sería como la vida que no se ve, lo que existe fuera de los lugares más visibles y aceptados. Y lo pienso también en función de no-sotros en tanto sociedad tercermundista: no estamos en el lugar más visible, pero podemos construir nuestra realidad desde nuestras posibilidades.

* El viento en un violín, desde el 9 de julio, los sábados a las 21 y 23.15 y los domingos a las 19 y 21.15 en Timbre 4 (México 3554).

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“Al teatro argentino le cuesta ir más a fondo y conservar una verdad sin sobreactuar”, afirma Tolcachir.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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