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Domingo, 21 de octubre de 2012

TEATRO › JUAN CARLOS DE PETRE Y SU OBRA CAOS Y OTRAS ESPERANZAS

“El caos es el estado normal de la vida, no hay que temer”

El actor, dramaturgo, ensayista, poeta y director santafesino, radicado en Venezuela desde 1976, donde creó el Teatro Desconocido, presenta hoy, junto a su esposa Ana y su hija Luz, la única función local de su espectáculo más reciente.

 Por Hilda Cabrera

¿Cómo anticipar una obra que se presenta a sí misma como “un desafío a la lógica”, en tanto se interna en el caos, sugerido por el título? Pero algo nos dicen sus personajes, un padre y una hija, “condicionados por la partida de ella y el intento de él por retenerla”. La obra del premiado Grupo Altosf, de Caracas (Venezuela), se denomina Caos y otras esperanzas, y podrá verse en única función hoy domingo a las 20, en el Teatro Celcit (Moreno 431), a modo de cierre de una gira realizada por ciudades de Santa Fe y Entre Ríos. El elenco está conformado por Luz De Petre y su padre, Juan Carlos De Petre, actor, dramaturgo, ensayista, poeta y director santafesino que emigró a Venezuela en 1976, tiempo después de haber presentado obras como La patada (con puesta de Roberto Durán), prohibida durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía.

De Petre prosiguió su tarea artística en Venezuela, donde creó una técnica actoral reconocida en el mundo. Realizador, junto al Grupo Altosf, de numerosas obras, algunas presentadas anteriormente en la Argentina, como Tres de copas, Engracia, Los intérpretes y El desordenado vuelo de las mariposas, trae ahora este trabajo que dirige su esposa, Ana De Petre. Sus montajes, basados en lo que ha dado en llamar Teatro Desconocido (también título de uno de sus ensayos), han sido invitados a festivales internacionales de Polonia, República Checa, Francia, España, Holanda, Grecia, Finlandia, Uruguay, Brasil, Colombia y Estados Unidos.

Para De Petre, “el caos es el estado normal de la vida” y toda situación caótica “se convierte en sustancia iniciadora de la creación”, no hay razón para alarmarse. En diálogo con Página/12, junto a Luz, señala aspectos de su técnica: “Partimos de lo que llamo Teatro Desconocido, un desaprendizaje, una especie de blanqueo necesario para alcanzar un estado de inocencia frente al trabajo: el actor se para en el espacio sin ningún tipo de consigna, parte de sí mismo y emite códigos, una palabra, un gesto, un silencio... Todo eso es un caos, y lo registramos. Este acopio de material y la forma de estructurarlo puede llevar año y medio”, apunta.

–¿El caos no deviene necesariamente en confusión?

Luz De Petre: –No. Lo que produce la obra es claro, y lo más atrayente, para mí, es la variedad de mundos que se arman y desarman. Existe una línea central desde el comienzo hasta el final, pero también un montón de historias que se atan y desatan y le dan gracia a la obra, además de un movimiento acelerado, porque cada instante es nuevo, como en la vida.

–¿O sea que no le escapan al entorno?

Juan Carlos De Petre: –Ni a los gestos, ni a los silencios... En general se habla de caos y se piensa en lo social, en los conflictos, las guerras... y no en la interioridad que descontrola, nos atemoriza y nos lleva a refugiarnos en “el orden establecido”, que es mortal. Por eso, parte de nuestro método de trabajo es destruir lo que va quedando de los montajes anteriores. La mayoría tiende a repetir formas, cuando lo interesante es romperse y armarse de otra manera, porque de esa práctica nace una enseñanza. Algunos olvidan que el teatro es un camino de conocimiento. También lo es para el poeta o el escritor que al iniciar un texto no sabe exactamente qué va a escribir.

–¿Cuál es esa enseñanza que “nace”?

J. C. D. P.: –La del descubrimiento que se produce a través de la acción y el deseo de “no quedarse”, porque uno tiende al ostracismo y así no se oxigena. Pretendemos que Caos... sea una obra sencilla, un desafío en un momento en que el teatro es ganado por lo espectacular. En nuestro grupo, ninguna persona actúa sin haber cumplido tres años de aprendizaje, porque el trabajo debe ser preciso y la técnica debe contener una idea del ser humano. Muchas veces se olvida que el teatro es un arte para hablar de lo humano, para comunicar y encontrar formas de relación con la vida. Esa ha sido, ante todo, la propuesta de los grandes creadores, y cada uno lo ha logrado a su manera, como Bertolt Brecht, Jerzy Grotowski, Konstantin Stanislavski, Eugenio Barba...

–¿La necesidad de plantear cuestiones esenciales se conecta con la propia experiencia? El hecho de verse obligado a emigrar, por ejemplo...

J. C. D. P.: –Acá uno patalea, grita... y subsiste la idea de que en otros lugares es distinto, que no pasa nada, pero no es así. También en otros lugares las personas estallan, aunque de otra forma. En uno de los talleres que organicé en Helsinki (Finlandia), pedí a la gente que se abrazara de modo franco, cuerpo a cuerpo. La reacción de algunos fue llorar porque –dijeron– era la primera vez que se abrazaban entre desconocidos.

L. D. P.: –A diferencia de los venezolanos, que son tan abrazones, para esas personas era algo nuevo.

J. C. D. P.: –Romper con lo que ha cristalizado es vital.

–¿De ahí surgen “las otras esperanzas”, previstas en el título?

J. C. D. P.: –La esperanza está contenida en el caos, ante el cual no hay que cerrar los ojos sino aprovecharlo. Algo semejante pasa con el vacío. Una de nuestras prácticas es “tocar el vacío”. Cuando uno dice que está harto de su trabajo, que se siente vacío, desilusionado... no debería pensar que ese estado es negativo. Es mejor sentir esos cimbronazos que disimular o aparentar, que es además un estigma en el teatro. Se dice comúnmente “no hagas teatro”, no engañes.

–¿Cuál es la alternativa? ¿“Destruir” esa teatralidad?

J. C. D. P.: –Los grandes creadores lo han intentado. Esa es una vieja historia.

L. D. P.: –A pesar de ese estigma, los trabajos pueden ser nuevos si se descubre algo que antes no conocíamos. Las acciones no son un artificio cuando se trabaja desde adentro hacia afuera.

J. C. D. P.: –Ahí es cuando aparece el problema de la libertad del actor y la del director en su planteo, porque dirigir no es señalar al actor o a la actriz dónde colocarse sino ser “un organizador filosófico”. Cada actor es una persona libre, pero el grupo no es la suma de las partes sino un organismo diferenciado. Cuando ese organismo se rompe es porque alguien creció, otro se quedó y otro tuvo una crisis, ante la que no hay que hacerse el tonto sino enfrentarla, porque crisis significa crecimiento.

–¿Cómo es esa crisis en una actriz joven?

L. D. P.: –Con este sistema, empiezo mi trabajo con una crisis. Esto lo heredé de mi padre. Siento que no tengo piso, pero me interesa recorrer ese camino que, además, puede aplicarse a cualquiera otra rama artística. En el grupo, que inicialmente era sólo de teatro, investigamos en muchas áreas. También estoy en el área de cine, y mi hermana, Octavia, que es actriz y psicóloga, tiene como especialidad la Psicología del trabajo creador. En nuestro Centro de Investigación de Colonia Tovar se estudia literatura, que nosotros llamamos palabra; música, que denominamos sonido, y danza, para nosotros, movimiento.

J. C. D. P.: –El Centro está en una zona montañosa, a 1800 metros de altura. En otro tiempo se instaló allí una colonia de alemanes provenientes de la Selva Negra. Cuando llegamos, en 1976, no teníamos nada, tampoco electricidad. La gente del grupo fue construyendo sus casas y armamos una comunidad. Lógicamente tenemos problemas, pero los vamos superando. Cumplimos 36 años de permanencia y no nos destruimos. Mantener un grupo no es sencillo, porque en teatro uno está obligado a compartir.

* Caos y otras esperanzas. Creación grupal del Teatro Altosf, de Caracas (Venezuela). Con Juan Carlos De Petre y Luz De Petre. Vestuario y dirección de Ana De Petre. Unica función hoy a las 20, en el Teatro Celcit, Moreno 431 (tel. 4342-1026). Entrada: 70 pesos. Estudiantes y jubilados: 50 pesos.

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“Nuestro método de trabajo es destruir lo que va quedando de los montajes anteriores”, dice De Petre.
 
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