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Martes, 5 de agosto de 2014

TEATRO › ENTREVISTA A ENRIQUE DACAL Y JULIO ORDANO

Los roles de maestro y alumno

El director y el actor estrenarán este sábado El chico de la última fila, del español Juan Mayorga, sobre un profesor de literatura que se sorprende con la perspicacia de la pluma de un adolescente. Podrá verse en el Kafka Espacio Teatral.

 Por Hilda Cabrera

¿Quién es el alumno que se ubica en la última fila? ¿Se esconde para no ser blanco del profesor? No parece ser ésta la razón, porque a raíz del pedido de una redacción sobre cómo fue el fin de semana de cada uno, ese adolescente queda al descubierto. Y no por escribir tonterías sino por la perspicacia con que describe a la familia de un compañero en cuya casa pasó ese fin de semana. La habilidad del adolescente, que además promete continuar su saga, seduce al profesor harto de leer textos sin consistencia. Lo rescata de su desgana y augura revelaciones. Esta situación expectante es el arranque de El chico de la última fila, obra de 2006 del español Juan Mayorga, licenciado en Filosofía y doctorado en Matemática, docente, autor de textos teóricos y numerosas piezas teatrales, entre otras El traductor de Blumenberg, Cartas de amor a Stalin, Hamelin, Himmelweg y El crítico, vistas en Buenos Aires.

Es justamente El chico... el nuevo estreno del director Enrique Dacal, quien temporadas atrás puso en escena Cartas..., ficción basada en el hecho real de la carta que el escritor y dramaturgo ucraniano Mijaíl Bulgákov escribió a Josef Stalin pidiendo libertad (denegada) para emigrar de la Unión Soviética. Dacal, junto al actor Julio Ordano, recuerda que esta pieza fue puesta en 2007, en Tucumán, por el director Leonardo Goloboff, y refiere el encuentro personal con el autor durante los ensayos de Cartas... De aquel entusiasmo compartido deriva este estreno de El chico... (los sábados a las 20.30 en el Kafka Espacio Teatral, Lambaré 866), donde Mayorga indaga en los roles del profesor y el alumno, en los resbaladizos caminos de la creación literaria y el lugar que ocupan los jóvenes, sean discípulos o hijos, a los que, según el personaje juez de Hamelin, hablarles es una tarea delicada.

–¿Cuál es aquí el eje de la relación entre maestro y estudiante?

Enrique Dacal: –Mayorga dice que ésta es una obra sobre personas que ya han visto demasiado y otras que se están acostumbrando a mirar. Ese, creo, es el meollo. El profesor, en este caso de literatura, reverdece frente a las posibilidades de talento que ve en ese discípulo casi único en la clase. Los límites de esa relación se van corriendo y la pregunta es hasta dónde, porque ese maestro ya no tiene la misma oportunidad de seguir creando, que sí tiene este joven que muestra a una familia de clase media y de una cotidianidad chata que a través de su relato puede trascender.

–¿Importa la queja de este profesor, fastidiado porque sus alumnos “no saben juntar dos frases”?

Julio Ordano: –Importa porque este alumno, especie de voyeur, atrevido y con buena escritura, estimula al profesor. En este sentido, podríamos decir que la obra es una estupenda clase de dramaturgia o narración literaria.

–Introducir teatro dentro del teatro, una característica en este autor, ¿amplía significados?

E. D.: –Convierten al espectador en un crítico y hacen crecer un enigma que se mantiene hasta el final. Porque si bien es cierto que ese chico escribe partiendo de su observación, el profesor y el espectador podrán preguntarse hasta dónde eso que cuenta es real o inventado.

–¿El afán literario justifica la intromisión?

J. O.: –El chico invade, y eso es molesto, pero quizá lo hace por necesidad, para incentivar la imaginación. Es probable que haya una identificación del profesor con el chico, y hasta del autor con sus personajes, como una forma o un deseo de “interrogar la realidad”. La observación es importante en un escritor, también en un actor o director. Tomar situaciones y gestos, y multiplicarlos, es común en el actor que los procesa y potencia, a veces sin darse cuenta. Yo mismo archivo en mi cabeza lo que voy viendo. Eso me servirá al momento de actuar.

E. D.: –En estas profesiones uno se acostumbra a que las personas que ve y conoce son esas personas más aquello que uno les pone y hace posible una mayor trascendencia.

J. O.: –En una escena de El chico..., el profesor menciona a Dostoievski, refiriéndose a uno de sus “secretos”: tomar personajes insignificantes y transformarlos en inolvidables. Pero más allá del sentido que se le quiera encontrar a la obra está el autor, presente en esta historia con sus alusiones a la matemática y la filosofía, disciplinas en las que se formó.

E. D.: –Mayorga encuentra poesía y belleza en la matemática. Para él, los números son parte del imaginario poético.

–¿Cómo trasladan ese imaginario a la escena?

E. D.: –Multiplicamos espacio y tiempo, y remarcamos que todo es teatral y no imitación de la realidad. El espacio escénico es caprichoso. No hay entradas ni salidas, y los seis personajes están siempre en escena. El profesor está hablando con el chico, se da vuelta y se dirige a su mujer como si estuviera en su casa. Esto se puede hacer en teatro y dejar en claro que por un lado se desarrolla la historia del adolescente y por otro la de los actores que representan la obra.

J. O.: –Estas historias coexisten y se entrecruzan, por supuesto, de modo distinto de lo que se ve en la película del francés François Ozon (Dans la maison), basada en esta obra. En esta película (premiada en el Festival de Cine de San Sebastián 2012), las superposiciones son las adecuadas al lenguaje cinematográfico.

–Siendo docentes, ¿atravesaron un desgano semejante al profesor de la obra?

J. O.: –Dejé la docencia después de enseñar durante cuarenta y cuatro años en mi taller, en distintas universidades y en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA). Pensé que me sentiría mal, pero no. A veces, uno se encuentra con alumnos que no se esfuerzan. Si doy un seminario, prefiero que sea corto. Además, no soy sólo docente: actúo, dirijo, escribo... Participé en el Festival Internacional de Novela Policial, con breves actuaciones entre las conferencias, y me convocaron para el capítulo La buena fe del ciclo Parejas (ganador del Concurso Federal del Incaa TV), que dirige Claudio Ferrari.

E. D.: –Estoy desde hace treinta años en la enseñanza oficial. Soy profesor titular de actuación en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD), y el problema, para mí, es que cada año tengo un año más y los alumnos tienen siempre veinte años. Esto es por un lado fascinante y por otro agotador, porque la juventud arrolla. Los jóvenes demandan y uno debe aprender hasta dónde puede seguir dando. En lo particular, tengo dos o tres proyectos en la cabeza, pero muy en la cabeza, y siempre de teatro. Para mi salud, porque me hace bien, supongo que cuando cumplamos un mes de funciones con El chico..., voy a decidirme por una nueva obra.

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“Los límites de la relación entre profesor y discípulo se van corriendo”, afirman Dacal y Ordano.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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