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Lunes, 6 de abril de 2015

TEATRO › SURMENAGE, DE FERNANDO TUR Y MILLIE ALMEIDA

El mundo de una diva en decadencia

La nueva creación de la cantante y actriz, junto a su banda Les Manontroppo, bajo la dirección del músico y actor, despliega una trama de frustraciones, deseos, romances truncos, desencuentros familiares y soledad.

 Por Carolina Prieto

Una mujer recostada en un canapé, cubierta con una manta blanca de pies a cabeza y lentes oscuros, dice: “Soy un paisaje agrisado”. Sola en un escenario vacío, una lámpara de pie es lo único que la acompaña. De a poco, un grupo de músicos y cantantes aparece desde uno de los laterales. Así arranca Surmenage, la nueva creación de la cantante y actriz Millie Almeida junto a su banda Les Manontroppo, bajo la dirección de Fernando Tur, talentoso músico y actor, uno de los integrantes de Krapp, la compañía de danza-teatro. Y lo que sigue, durante una hora, no tiene nada de paisaje agrisado, monótono ni monocorde. Por el contrario, durante una hora, la troupe despliega el mundo interno de esta mujer con aires de diva de los años ’50: vestido largo, pelo recogido y, detalle, ojos ennegrecidos. Es que el maquillaje se corrió, las lágrimas desparramaron el rímel formando una mancha, acaso un signo del dolor y el desborde que la atraviesan.

No hay una linealidad argumental ni temporal, sino situaciones que se hilvanan con fluidez. Música, textos, voces, movimientos, instrumentos diversos, canciones en francés, en español y en inglés. Y con estos elementos surge un mundo intenso, colorido, con emociones a flor de piel. Una trama de frustraciones, deseos, romances truncos, desencuentros familiares y soledad. Todo recubierto de un humor ácido y picante que sobrevuela las canciones creadas por la misma protagonista, que se pasean por distintos ritmos, con arreglos vocales y un tratamiento sonoro muy cuidado. Los músicos no tocan de frente al público, los sonidos nacen fuera del escenario y, luego, su ubicación en la escena es de lo más variada. Pueden tocar de espaldas a la platea, de perfil, rotar, moverse, o son empujados mientras ejecutan. Pueden abandonar sus instrumentos y jugar breves situaciones dramáticas, como las dos cantantes que asumen los roles de padre y madre de la protagonista. Nada es estático ni previsible. Hasta el espacio escénico, con un sofá y una lámpara, les permite dibujar distintas situaciones. Hay giros rápidos y caminatas aceleradas alrededor de esos objetos, un buen uso de los laterales de la sala, del fondo y del detrás de escena o más bien de un costado. Ese espacio contiguo no está a la vista del público, con una puerta y una entrada desde donde aparecen los músicos y que se integra a la acción. Una muestra de que con pocos elementos y mucho ingenio se puede crear un montaje dinámico.

La casa de Almeida tiene algo de su espectáculo. Es muy colorida, está poblada de objetos que a veces asumen funciones insospechadas; un mix de creatividad y juego. En ese ambiente, la artista y el director reciben a Página/12 para hablar de su trabajo. “Tenía muchas ganas de dirigir. Un día, Millie me invita a ver su show con Los Manontroppo y sentí que había mucho material para trabajar, más allá de que ya era algo muy armado con ese clima de época, con canciones y con algunos momentos teatrales sin palabras”, cuenta Tur. “Pero era yo misma haciendo mis canciones, cosa que me incomodaba un poco. Necesitaba tener un personaje, salir de lo que venía haciendo, buscar un opuesto”, agrega Almeida. El director cuenta que focalizó en ciertos puntos de los cuales podía “tirar”, empujar rasgos que Milagros delineaba hasta llegar a ese personaje totalmente colapsado. “Es como una diva en decadencia, como si le hubiera pasado un camión por encima y quedó aislada del mundo”, coinciden. El proceso creativo fue intenso: mucho trabajo de mesa para poner en limpio lo que imaginaban antes de juntarse con el resto del equipo y empezar a improvisar y a modificar lo que habían pensado. Nada de forzar desde una idea previa, sino estar abiertos a lo que la escena iba sugiriendo. “Fui tirando de algunos hilos, arrastrando elementos hasta que tomaran vida. Me importó estar atento a lo que se fue armando al punto de que la obra empezó a tener vida propia y a imponer ciertas cosas: ya no le iba cualquier vestuario, cualquier música, cualquier tono de actuación o de luz... Es ir escuchando lo que se va armando y respetarlo”, explica Tur.

El resultado es un recorrido por el mundo emocional de esta hermosa mujer, que con sus ojos negros y borroneados recuerda a la novia (Erica Rivas) del episodio final de Relatos Salvajes, otra damisela desbocada, quemada por los acontecimientos. Y acaso las escenas de este recital teatralizado sean lo que imagina, recuerda o sueña. No se sabe ni su nombre y las referencias a su vida son pocas: padres separados y ausentes, un flechazo con un hombre viril. El resto son canciones y situaciones que vive con su banda entre aires líricos, afrancesados (se escucha un fragmento de “Sous le ciel de Paris”, de Piaf, y muchas otras en ese idioma compuestas por Millie), un bolero y una versión que destila alegría (tal vez uno de los pocos momentos de algo parecido a la felicidad) de “It’s Oh So Quiet”, un estándar de jazz que versionó Björk. “Casi no hay alusiones a su vida. En los ensayos fuimos borrando nombres y referencias que permitan ubicar la acción en tiempo y espacio. Sólo queda un espacio interior, su cabeza, su mundo onírico”, comenta Tur. En este punto, enseguida Almeida suma: “Que el espectador pueda participar con su imaginario, absorbiendo y armando su propio rompecabezas”. Este diálogo entre imaginarios (el de la protagonista y el de cada espectador) supone una valoración no siempre habitual del público. “Es más, que los interpretes estén por momentos de espalda lo hace más natural, ¿o acaso siempre percibimos las cosas de frente? Uno sale a la calle y todo se mueve. En el teatro hay una convención, vemos de frente, pero dentro de esos límites intento ofrecer otras alternativas. Además, estar de espalda supone no develarlo todo”, destaca el director. Almeida enfatiza la decisión de no subestimar al espectador, de proponerle una visión “más cinematográfica, que hace foco en detalles y partes desde distintas perspectivas y que oculta otras”. Los Manontroppo también tuvieron que salir del lugar de comodidad: asumen textos, breves personajes, se mueven muchísimo en escena. Desplazamientos de lo obvio y de lo más natural, perspectivas varias, falta de una linealidad temporal. Una diversidad de enfoques, un supuesto caos que se integra orgánicamente y que para el director y su actriz, lejos de ser una apuesta delirante, se acerca bastante a las muchas caras de lo real.

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Tur y Almeida proponen una especie de “recital teatralizado”.
Imagen: Carolina Camps
 
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