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Sábado, 11 de abril de 2015

TEATRO › CLAUDIO TOLCACHIR, LAUTARO PEROTTI Y MELISA HERMIDA HABLAN DE DINAMO

“Decidimos trabajar más con el cuerpo que con la palabra”

A diferencia de los anteriores trabajos presentados en Timbre 4, esta obra los tiene a los tres como directores y dramaturgos. Dicen que es la pieza “más arriesgada” de sus carreras. Para empezar, casi no hay texto en ella. La definen como “compleja” y “hermosa”.

 Por Paula Sabatés

Claudio Tolcachir, Lautaro Perotti y Melisa Hermida toman un café en el bar de Timbre 4, teatro que fundaron hace casi quince años. La excusa para el encuentro es Dínamo, el esperado trabajo que se estrenó anoche en esa casona de Boedo y que los tiene a los tres como directores y dramaturgos. Con las actrices –las geniales Marta Lubos, Paula Ransenberg y Daniela Pal– y el músico, Joaquín Segade, ensayaron un año. Pero para el cuestionario de esta cronista se nota que no pautaron nada: frescos y originales, como cada uno de los espectáculos que montó la compañía de la que forman parte, los teatristas se sientan y charlan distendidos –como quien ya no carga con la presión de terminar un buen trabajo y puede empezar a disfrutar de sus frutos– sobre esta nueva propuesta, a la que consideran “la más arriesgada” de sus carreras.

Coproducida en conjunto con festivales y teatros de todo el mundo en los cuales más adelante se presentará en gira, Dínamo se diferencia de La omisión de la familia Coleman, Tercer Cuerpo, El viento en un violín y Emilia (todas escritas y dirigidas por Tolcachir, y en algunas de las cuales actúan Perotti y Hermida) por una cuestión fundamental: casi no hay texto en esta obra, y el que hay es, según sus creadores, “un poco inútil”. Los personajes –tres mujeres que cohabitan una casa rodante sin saberlo, hasta que se encuentran– dicen pocas palabras, y las que dicen poco explican y aportan algo al espectador. El personaje que más habla, de hecho, lo hace en un idioma inventado, que el público no podrá descifrar, porque no es esa la intención. Distanciada también del tono hiperrealista que tienen las otras obras (todas multipremiadas, traducidas a otros idiomas y éxitos rotundo de público), esta nueva creación de la compañía es más simbólica, y hace especial hincapié en los cuerpos y la forma en que, sin palabras, pueden comunicarse con otros.

“Hay muchas maneras de dialogar con el público y esa posibilidad es lo que más nos excitaba. Hacía como tres obras que, personalmente, quería trabajar sin texto, pero no me salía porque es muy difícil. Pero nos animamos y pusimos en duda a la palabra como único medio para contar una historia. Y creo que eso resultó en el trabajo más experimental de nuestras vidas, en el salto al vacío más grande que pegamos individualmente y como grupo”, asegura Tolcachir sobre esta obra, que cuenta con una escenografía poca veces vista en una producción independiente, a cargo de Gonzalo Córdova Estévez.

–¿Cómo nació Dínamo?

Claudio Tolcachir: –Nació de las ganas de trabajar juntos. Mucho antes que la obra estuvimos las personas. Nosotros tres y las actrices, con las que también queríamos trabajar. Hace mucho ya que nosotros trabajamos juntos, toda nuestra vida de Timbre e incluso antes. Pero, al menos yo, estaba un poco aburrido de la soledad de escribir y dirigir solo y quería navegar con amigos aguas nuevas, descubrir nuevos lenguajes. Necesitaba compartir la búsqueda de una nueva forma de contar con gente que me estimulara, que me hiciera feliz, que me diera ganas. Los tres tenemos miradas distintas pero coincidimos en cosas esenciales como el deseo, el trato y el trabajo comprometido, así que partimos desde ahí. Igual no es que nos organizamos, sólo nos mezclamos y empezamos a trabajar a ver qué salía. Hoy no sabríamos bien quién puso cada cosa porque fue la mezcla de miradas lo que fue construyendo el espectáculo final.

Lautaro Perotti: –Los tres teníamos ganas, además de trabajar juntos, de emprender una búsqueda de una forma de contar que fuera por otro lado de la que manejábamos, conocíamos o teníamos más aprendida. Estábamos muy acostumbrados a trabajar con la palabra castellana de forma convencional y este trabajo fue un salto al vacío para todos. Nos entregamos por completo a ver con qué nos encontrábamos.

Melisa Hermida: –Nos entregamos a ver qué obra aparecía, porque si bien había una búsqueda en común y una claridad relativa sobre lo que queríamos explorar, la obra fue apareciendo, no la inventamos. Surgió todo de la mezcla de nosotros, las actrices y el músico, y no de una intencionalidad previa. Descubrimos algo que ya casi preexistentemente estaba dado. Fue muy lindo encontrarnos con eso.

–¿Y qué obra apareció?

C.T.: –Aparecieron tres personajes, tres mujeres que conviven en un espacio que es una casa rodante. Las tres tienen una historia bastante compleja y de alguna forma perdieron algo, aunque se resignan a aceptarlo. Estas mujeres se acostumbraron a estar solas, pero en un momento se encuentran. No es que arman un equipo de fútbol, pero sí sucede que las soledades se rozan y eso está bien. Decimos que la obra apareció porque no la habíamos pensado así. Cuando empezamos los ensayos la idea era que estuvieran siempre solas en la casa, que nunca tuvieran registro de las otras. Pero la obra fue pidiendo otra cosa. Nos pidió que se encontraran y que lo hicieran de una forma particular. Así apareció el tema de la comunicación.

L.P.: –Como eso, también pasó que un montón de cosas que nos gustaban se fueron cayendo, porque la obra sola buscaba otro camino. Al principio intentamos con la palabra, porque siempre es una gran tentación. En algún momento incluso probamos agregar texto en una escena entera. Pero esa idea también se fue cayendo sola.

C.T.: –Bueno, yo compuse un rock y ellos dos me lo rebotaron...

M.H.: –Eso no era un rock, Claudio...

–¿Alguna de las ideas iniciales se mantuvo?

C.T.: –Sí, persistió la premisa de que fuera una obra sobre la intimidad, sobre la soledad, sobre cómo se comporta uno con sus espacios, sus fantasmas y su relación con el pasado y el futuro. Y también estábamos seguros de que queríamos que el público tuviera que descubrir, y no nosotros contar, y eso se mantuvo. Sabíamos que teníamos que encontrar los mecanismos para que el espectador pudiera activar su imaginación, y que para eso teníamos que trabajar con distintos elementos que dejaran adivinar qué es lo que sucedía. Ese fue un trabajo muy complejo y hermoso, porque decidimos trabajar más con el cuerpo que con la palabra. Dínamo es una obra de teatro donde no manda el texto, sino las acciones y las imágenes. Y lograr eso fue complejo y desafiante.

–¿Lo de que fueran todas mujeres también lo supieron desde el principio?

M.H.: –Sí, eso también estuvo antes de que la obra empezara a pedirnos cosas. Sabíamos que queríamos trabajar con ese universo, y particularmente con esas actrices. Me acuerdo que una de las imágenes que más me atrajo cuando empezamos a trabajar fue esto de qué es lo que uno hace cuando nadie lo mira. Yo no sé lo que hacen los hombres, pero sé lo que hacen las mujeres, o lo que hago yo. Y es un espacio muy privado, muy íntimo. Como una apertura de cajones de una misma. Creo que hay mucho de eso en la obra.

–¿Cómo fue dirigir entre tres?

M.H.: –Ni más fácil ni más difícil que dirigir solo. Sí más divertido. Y hay algo bueno que es que no estás solo con la responsabilidad de saber si vas bien o vas mal porque tenés a otras personas que piensan distinto y te ayudan a ver de otro modo.

L.P.: –Nunca estuvo la sensación de tener que convencer al otro o imponer tus ideas, ni se dio la situación de tener que votar. Hubo más bien una sensación de confianza en que del encuentro iba a surgir lo que queríamos hacer y cómo debíamos hacerlo. En ese sentido no hubo reglas preestablecidas.

C.T.: –Igual no fue fácil. Teníamos reuniones totalmente estériles que duraban horas, nos íbamos cada uno a su casa medio angustiados, y al rato empezaban a llegar mil mensajes de Whats-App con ideas. Explotaba ese WhatsApp...

L.P.: –Sí, te descuidabas dos horas de ver el celular y perdías...

–En los avances de la obra mencionan la palabra “absurdo”. ¿Creen que es una obra que entra en ese registro?

C.T.: –Sí, si el absurdo es una verdad imposible, o algo imposible que se vuelve verdad, entonces creo que sí lo es. Seguro que no es realista, porque lo que pasa en la obra no podría pasar en la realidad. Y me encanta que sea así porque me encanta el absurdo, la esencia de algo que significa otra cosa.

–Sin embargo, pareciera que eso se choca con la escenografía, que es muy precisa, muy detallista, muy real...

C.T.: –Es verdad. Como la obra deja muchos espacios de tiempo y de indeterminación, sentíamos que necesitábamos un marco hiperrealista para poder jugar en lo abstracto, como si fuera un cuerpo que contuviera esa abstracción. Realmente la casa es un personaje más dentro de la obra, y el uso que se le fue dando fue cada vez más rico y más interesante. Además, lo de la escenografía es muy loco, todavía no lo podemos creer. Es impresionante, porque nosotros siempre nos manejamos con tres cajoncitos o almohadones, algo mucho más humilde, y esta casa es una locura. Es impensado que una producción como la nuestra tenga una escenografía así, así que estamos contentos con eso.

–Dicen que cada una de las mujeres de la obra es un mundo. ¿Cómo fue el trabajo con ellas? ¿Ensayaron con todas juntas o por separado?

L.P.: –Al principio de todo: a veces juntas, a veces separadas, a veces juntas por separado. Después cuando empezó a aparecer la historia ya fue necesario que estuvieran siempre las tres.

M.H.: –A mí me gusta pensar que cada una es un planeta distinto y que la casa es como el sistema solar. No funcionan por sí solas dentro de ella. Quizá pueden funcionar solas por afuera, pero acá lo que las agrupa es la casa. Necesitan de las otras, de la cercanía.

–¿No es como una metáfora de lo que les pasa a ustedes con Timbre 4?

L.P.: –Pero a nosotros nos tocó distinto. Nosotros inventamos la casa porque ya nos habíamos encontrado. Y nos encontramos, nosotros tres y muchos más, porque nos buscábamos desde siempre. Eso hizo que termináramos construyendo nuestra casa. Fue al revés.

C.T.: –De todos modos, en todas las obras hay algo que inconscientemente emerge de la necesidad de uno. No me doy cuenta en el momento pero sé, cuando miro mis obras, qué me irritaba, qué miedo tenía, qué soñaba al momento de crearlas. Y si bien acá no nos propusimos contar una historia, estos personajes están en mí y en nosotros, de una u otra forma.

–Anteriores obras en las que trabajaron tuvieron muchísima repercusión, tanto en la Argentina como en otros países. ¿Les pesó la expectativa que el público pudiera llegar a tener con un nuevo estreno de este equipo creativo?

C.T.: –El cómo sacarnos de encima esa expectativa fue un trabajo más. La verdad es que esa presión no te suma nada. Existe, y somos conscientes, pero tratamos de ser hábiles y que eso no nos coma la cabeza porque no iba a resultar en nada positivo. Lo único que te puede calmar es tu propio eje con tu trabajo, algo que nosotros ahora por suerte ya encontramos.

L.P.: –Además llegamos hasta acá de esa manera, sin pensar en lo que podía pasar, siendo fieles a lo que podíamos hacer. Después de todo, eso es lo único que podés manejar. Preocuparte por el trabajo. Después ya no podés tener el control.

M.H.: –Además, lo más importante es que a uno le gusta lo que hace. Empezamos de cero y encontramos un lenguaje y una historia que a mí me enamora. Lo demás se verá después.

–¿Por qué Dínamo?

L.P.: –Dínamo es un motor que libera energía por sí solo, con su funcionamiento. Fue una pieza clave en un momento de la construcción de la obra, algo que nos estimuló y nos hizo avanzar muchísimo. La idea de una regeneradora de energía, ese criterio de fuerza, fue muy importante para seguir, incluso en los momentos en los que nos angustiábamos porque no nos salían las cosas.

* Dínamo hará doble función los viernes y los sábados a las 21 y a las 23 en el teatro Timbre 4, México 3554.

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“Fue la mezcla de miradas lo que fue construyendo el espectáculo final”, sostienen Tolcachir, Perotti y Hermida.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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