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Lunes, 11 de septiembre de 2006

TEATRO › “HAMELIN”, DE JUAN MAYORGA

Los orígenes de la maldad

La puesta de Andrés Lima propone un relato circular, que admite muchas lecturas.

 Por Hilda Cabrera

Una crisis personal, una denuncia de pederastia y un viejo cuento destinado a infantes inciden con fuerza en el juez Montero, al punto de quitarle sueño y cansancio, y empujarlo hacia los barrios bajos de una ciudad que es la propia pero ve ahora con nuevos ojos. La crisis se relaciona con su mujer y su hijo, con el que aún no aprendió a dialogar; la denuncia, con un joven de 18 años que se siente desplazado por su hermano de 10 en la preferencia de un tal Rivas, protector y mecenas de carenciados; y el cuento, con El flautista de Hamelin, leyenda que hicieron célebre los hermanos Grimm y a Montero le narró en detalle su padre. A modo de lúcido cronista –demasiado, tal vez–, el Acotador que interpreta Andrés Lima, también director de Hamelin, señala hechos y contradicciones, y pauta el tiempo de cada escena o cuadro. Diecisiete en total, conformando en dos horas un relato circular, aunque no cerrado, pues el hilo conductor seguirá siendo El flautista..., una historia de innumerables lecturas.

Se sabe poco de las ratas que en esta obra del madrileño Juan Mayorga se adueñan de la ciudad retratada, espejo –según parece– de muchas otras. Y menos aún de las melodías del “encantador” de niños y de la estirpe de este vengador que al no recibir la paga que los adultos le prometieron se apropia de los hijos. Podría pensarse que es natural despreciar la tutela de unos padres desagradecidos y salir a recorrer mundo. Lo cierto es que ante este montaje las preguntas crecen y se multiplican mientras los intérpretes arman y desarman situaciones sin detenerse a zanjar conflictos dividiendo el mundo en buenos y malos.

“Hablarle a un hijo es la tarea más delicada.” Lo admite el juez que demora la charla con su vástago violento en la escuela y silencioso en la casa, donde pasa horas en su habitación, la única zona que ha merecido aquí una escenografía elaborada. Como lo adelanta el personaje-guía, no se han utilizado telón ni decorado, ni se ha recurrido a cambios de vestuario. La intención es no distraer al espectador, y centrarlo en las acciones y palabras que transcurren y son dichas en un ambiente que se asemeja al de un ensayo general. Lo fundamental es exponer una realidad social que ha sido silenciada, salvo en casos puntuales, exagerados por la crónica sensacionalista.

Esta Hamelin pide espectadores de mente abierta, capaces de advertir las ironías implícitas en eso de “perseguir el origen de la maldad”. Frase que pronuncia el juez ante los cotidianos atropellos y la indiferencia o el inútil palabrerío de una sociedad con dinero para construir lujosos edificios. Por este descubrimiento, Montero reúne a un grupo de periodistas a una hora desacostumbrada y les pide que no hagan literatura, que escuchen, pregunten e informen sin adornos. Al menos él se ha puesto en movimiento. Su primer convocado ha sido Rivas, acaso “un paidófilo enamorado”, y después otros que razonan sólo para la propia defensa, como Paco, padre de Gonzalo y José Mari, el niño de 10 años que encantó a Rivas. Paco es el prototipo del padre siempre desocupado, como su mujer, Feli, madre de seis hijos, la eterna embarazada. Ellos no quieren remover este asunto.

En este itinerario ciudadano, las reflexiones de la psicopedagoga Raquel Gálvez son copia de un pensamiento institucional. Su conocimiento no sirve para sacar del pantano a Jaime, el hijo pegador del juez. Tampoco a José Mari. Suenan ridículas las consideraciones sobre “reconstruir un proyecto de vida”. Por tanta tontería, resulta acertado haber elegido intérpretes adultos para componer a niños. Y esto más allá de las opiniones del público y del Acotador: “En teatro, el niño es un problema –dice el guía–-. Los niños nunca saben actuar. Y si actúan bien, el público atiende a eso, a lo bien que actúa el niño. En esta obra el papel de José Mari es representado por un adulto. Un actor adulto que no intenta hacer de niño.”

El buen desempeño del elenco suma puntos a esta decisión: Roberto Alamo compone a Gonzalo y Paco; Alberto San Juan se destaca como José Mari; Javier Gutiérrez es el juez; Andrés Lima, el Acotador; Nieve De Medina personifica a la psicopedagoga Raquel; Nathalie Poza, a las madres Feli y Julia; y Guillermo Toledo se luce en el difícil papel del acusado Rivas, a quien “le gustan los niños, pero se aguanta”.

“¿Te han hecho fotos, te han bañado, te han tocado?”. Las preguntas exasperan a quien las hace, y tal vez al público. “Hablar a un hijo es lo más difícil del mundo” ¿Y hablar a los hijos de otros? ¿Cómo saber si el chico miente? Raquel, muy profesional, dirá que es posible “evaluar la credibilidad del relato”. Quizás una de las escenas más inquietantes de este montaje sea la que muestra a Rivas casi compadeciendo al juez, porque éste “jamás entenderá lo que hubo entre ese niño y yo”. Otra, la secuencia del relato de Paco al juez, subrayada por la risa de una mujer sentada al fondo del escenario y de espaldas al público. Esa escena mete miedo y resulta bastante más simbólica que la pequeña jaula que se coloca en medio del escenario apenas iniciada la acción. Las ratitas blancas guardadas allí no asustan, aunque nos recuerden que esta puesta se inspiró en una historia de ratas, plagas, venganzas y robos.

8-HAMELIN

De Juan Mayorga

Intérpretes: Roberto Alamo, Nieve De Medina, Javier Gutiérrez, Andrés Lima, Nathalie Poza, Alberto San Juan y Guillermo Toledo.

Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan.

Diseño de iluminación: Pedro Yague.

Música original y sonido: Nick Powel.

Ayudantes de dirección: Celia León y Angela Cremonte.

Dirección: Andrés Lima.

Coproducción: Animalario (España) y Es Tres Producciones (Argentina).

Lugar: Teatro Broadway, Sala 2, Av. Corrientes 1155. Funciones: miércoles y jueves a las 22.30; viernes, sábado y domingo a las 22.

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La obra está montada en el Teatro Broadway.
 
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