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Viernes, 12 de agosto de 2016

TEATRO › LUCIANO CACERES Y SU PUESTA TEATRAL PIEZA PLASTICA

“Te preguntás de qué te estás riendo”

En la adaptación de la obra de Marius von Mayenburg hay una violencia familiar que se manifiesta en escena a través de la hipérbole y la exageración. Un extraño sentido del humor domina la puesta. “No hay una sola forma de contar una historia”, dice Cáceres.

 Por Sebastián Ackerman

En un mundo de impresiones, detrás de cada sonrisa o gesto amable puede esconderse una violencia desbocada, sometedora, prejuiciosa o revanchista. Y en Pieza plástica, del alemán Marius von Mayenburg adaptada y dirigida por Luciano Cáceres y estrenada en el festival de dramaturgia Europa+América, esa dualidad se muestra en una familia. Las relaciones de pareja, el vínculo con el hijo, las realizaciones laborales y las necesidades de la casa ponen en escena que la armonía del hogar puede ser una fachada que esconde demasiadas frustraciones. “Y acá se suman tres puntos muy atractivos –dice Cáceres en diálogo con Página/12–. Además de los grandes temas, como la familia, lo laboral y las relaciones, está la visión del arte dentro del espectáculo con el personaje del artista; la de un adolescente en formación, y su posición que permite que vaya juntando información como puede y saque las conclusiones que lo llevan a hacer lo que hace; y la presencia del servicio doméstico como otro punto de vista dentro de una misma estructura”, destaca.

Entre la sonrisa y el tono amable con el que los personajes cuentan su vida y la agresión física o el grito descarnado no hay transición: el pasaje entre uno y otro, en la obra, muestra que las dos caras de la moneda miran hacia el mismo lado, el del público, que así se hace cómplice de esas desgracias personales que Miguel, el padre (Joaquín Berthold); Ulrike, la madre (Brenda Gandini); Vincent, el hijo (Santiago Magariños); Jessica, la empleada doméstica (Shumi Gauto); y Haulupa, el artista provocador (Cutuli), atraviesan. La hipérbole de la actuación, su exageración, permiten paliar la obscenidad de mostrar todo, de hacer explícito lo que debería quedar implícito. “Hacer la situación naturalista del episodio de un reto o una discusión pierde valor”, explica el director. “Creo que desde este lugar de la opinión y los distintos planos distorsionados, permitirse el grito, la cachetada, volver cómplice al público de lo que piensan los personajes y no solamente de lo que dicen, multiplica las lecturas, las hace dinámicas y hasta graciosas”, analiza.

Este desdoblamiento, asegura Cáceres, fue una de las cosas que lo sedujeron para llevar adelante este proyecto, con una dirección que se apoya en los recursos del gag para construir diálogos ajustados y recursos de la comedia física para acentuar ese rasgo violento sin convertir en despreciable al personaje. “Me daba la posibilidad de jugar con un adentro y afuera que yo quería trabajar, y retomar el tema, exacerbado, de la violencia naturalizada. En este caso, con el dispositivo escénico, jugar con ese desdoblamiento que es el relato, lo que cuentan los personajes, y las situaciones que viven”, detalla. La multiplicidad de personajes le ofreció también la posibilidad de poner en escena diferentes puntos de vista sobre un mismo hecho (hasta el de una filmadora, con la que juega Vincent) y salir del lugar común de la moral en el teatro, algo que empieza a llamarse “teatro posdramático”. “En eso está lo que a mí me interesa de esta nueva generación de autores –destaca–, de no tener una sola forma de contar una historia”, resalta.

–¿Por qué mostrar esa violencia que en general queda supuesta?

–Esta es la segunda vez que trabajo con la violencia en un espectáculo. La primera fue Triple frontera, hace muchos años, y no le encontraba la vuelta. Y vi una foto de mi papá de chico en La Pampa, con las dos hermanas, todo rapado, y un jopito. Y hace poco hubo una época en la que eso estaba de moda, se dejaban el jopito los skaters, y le dije a mi viejo “mirá que onda que tenías”. Y me contestó: “¿Qué onda? Nos pelaban por los piojos y nos dejaban ese mechón para poder cazarnos de los pelos”. Eso es la violencia naturalizada, y me disparó por dónde tenía que ir. Los personajes no lo volvían dramático al hecho violento, y se volvía mucho más dramático por eso. Estaba naturalizado ese maltrato. Y algo de eso retomo ahora.

–Pero sin embargo, muchas de esas situaciones de violencia física o simbólica terminan resolviéndose desde el humor, generando risas en el público, aunque sea “una risa dramática”.

–Y te preguntás de qué te estás riendo… Moliere, en la mayoría de sus comedias, ponía todo alrededor de su personaje más gracioso. Decía algo así como que desde el humor, desde la carcajada, el público abre su boca, expande su lengua y ahí se le clavan los clavos de la razón. Así era mucho más potente dar un mensaje ideológico o político que desde lo solemne, o desde lo trágico. Por la desorientación catártica que te provoca la risa, después la razón es mucho más efectiva, está mucho más despierta.

La puesta en escena es clave en la obra: el dispositivo de puertas frontales le permite a Cáceres presentar en un único espacio escénico una multiplicidad de situaciones sin necesidad de cambiar de ambiente, aunque en el libro original sucedan en la sala, las habitaciones o el baño. Además, brinda una continuidad a la historia que de otra manera debería interrumpirse en cada acto. En ese sentido, el director explica que “el mecanismo del vodevil clásico me permitió la edición ‘en vivo’ de las escenas. Si no, tenía que hacer un apagón en cada una y no tenía sentido… Acá termina una situación y ya está empezada la otra”, adelanta, y remarca que el texto también es parte del dispositivo escénico, porque “las decisiones de ir más al público colaboran con el dinamismo de la puesta, y también con quitarle solemnidad. Y que el espectador también elija… Hay funciones donde no se ríe nadie”, asegura.

–El autor de Pieza plástica es alemán, pero podría haber sido escrito tranquilamente en Buenos Aires. ¿Por qué cree que pasa eso?

–Volverlo más físico y menos emocional, en el sentido de padecer ese sufrimiento de la discusión marital, o con los hijos, se vuelve una melancolía de teatro nacional de otra época. En esta puesta, la violencia no está escrita, son elecciones mías consensuadas con los actores. No está en el original. El espectador alemán tiene la razón, el pensamiento, la filosofía, la política, totalmente disociada de lo que es la emoción y el corazón. A los argentinos, cada pasión, cada idea, cada pensamiento, va directamente al corazón. Nosotros defendemos ese lugar. Esa distorsión que genero desde la puesta es más alemana, pero es bien argenta desde el funcionamiento, porque el actor no deja de ser emocional nunca. Lo catártico, lo lúdico, lo gracioso o lo más emocional de la pieza siempre va a estar, pero esa diferencia creo que hace interesante al teatro alemán acá, con público argentino. Estoy hablando de los discursos del arte. Ese discurso está naturalizado en el alemán que consume cultura, y acá tenemos que asumir que el teatro es entretenimiento, pero también puede ser inteligente. En este caso, es un entretenimiento inteligente, no es unos culos picarescos.

* Pieza plástica se presenta los sábados a las 23 en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131) y desde octubre viernes y sábados a las 20 en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551).

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Cáceres estrenó la obra en el festival de dramaturgia Europa+América. Ahora va los sábados en el Konex.
Imagen: Bernardino Avila
 
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