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Miércoles, 4 de octubre de 2006

TEATRO › PATRICIO CONTRERAS Y SU DEBUT COMO DIRECTOR EN “EL MANJAR”, DE SUSANA TORRES MOLINA

“Lo que llamamos arte ha cambiado”

Para el actor chileno, radicado aquí desde 1975, la tarea de dirigir tuvo un punto de contacto esencial con la actuación: “Yo no soy tacaño en mi trabajo, me entrego –dice–, y el trabajo que uno dedica a una obra debe verse”.

 Por Hilda Cabrera

“Una adolescente descubre que su destino está marcado, que seguirá siendo miserable si no transforma la basura que la rodea en instrumento para su felicidad. Es una linda historia”, resume el actor Patricio Contreras, refiriéndose a El manjar, de Susana Torres Molina, obra con la que debuta en la dirección. Luego de Ella, de la misma autora (protagonizada junto a Luis Machín y presentada en Chile), y el estreno y gira de Rotos de amor, este artista de valiosa trayectoria escénica se animó a dirigir un melodrama, tocado por la experiencia de aquellos que desde el nacimiento son condenados a la marginación. Una trampa que El manjar describe a partir de “la trata de blancas” y el deseo de escapar de ese callejón sin salida. En diálogo con Página/12, Contreras subraya la importancia de la educación, “esa cosa tan simple pero tan difícil de concretar que es educar a un pueblo; una carencia que lo condena a la esclavitud”. La sumisión del cuerpo y el pensamiento multiplica las humillaciones: “La trata de blancas es una lacra en nuestra sociedad. A uno le da miedo hasta de informarse sobre esa sordidez que nos cala el alma. Uno queda estupefacto ante el abuso, el rapto, el chantaje y la droga. Se utilizan formas tan truculentas para someter a la gente, que descolocan”. En la obra, Miguel, padre, tío o simple conocido (eso no queda claro), ocupado en “vender chicas”, dice que en lo único que cree es en el arrepentimiento. Algo que tampoco podrá ser verificado.

–El tema de la prostitución adolescente “descoloca”, pero se fomenta.

–Se ha formado una red compleja, difícil de desarmar. Durante años se fomentó el embrutecimiento. Cuántos que en otra época apoyaron a grupos de delincuentes por interés, ahora hablan de falta de seguridad y proclaman lo que no son. Lo real es que no saben cómo alimentar a esos que alguna vez les sirvieron.

–¿Qué papel desempeñan hoy los artistas? ¿Preservan las ganas de crear?

–El entusiasmo se renueva, y lo que llamamos arte ha ido cambiando. Hace treinta años, uno no hubiera vinculado lo cultural con la industria. Pensando en mi debut como director, y comparándolo con mi actitud de actor, veo que mantengo algo en común. No soy tacaño en mi trabajo: me entrego. Para un artista, el enemigo mayor es la especulación. En los años ’60 y ’70, al menos en Chile, la autenticidad era un factor esencial para el creador y el intelectual. Era obligación ineludible preguntarse hasta qué punto uno era auténtico en su trabajo. En las últimas décadas se desarrolló el marketing para adoración de todos, y ante él sucumbimos. Lo normal es preguntarse cómo se va a vender una obra, una película o lo que sea, y cómo se va a enganchar al público. Se elaboró una “ciencia” con todas estas inquietudes para poder determinar el destino que le espera a una supuesta obra de arte. Nos fuimos volviendo mezquinos. La preocupación está puesta en si lo que hacemos se encuentra o no entre lo que se llama “nuevas tendencias” o si es posible “embocar” en algún festival.

–¿Qué se logra con ser auténtico?

–Ganar, no sé, pero uno la pasa mejor. Puede hacer incluso cosas horrorosas y de pronto algo que impresione bien y el público no lo olvide. Yo quiero apostar a eso.

–¿A ese instante de magia?

–A conmover, porque uno va al teatro para emocionarse. Como director, quise rescatar con fidelidad el espíritu de la obra, y empecé jugando con el contenido. La experiencia me dice que el trabajo que uno le dedica a una obra debe verse. Como espectador, lo espero. A veces veo algo que no me gusta, pero no me molesta si ese algo está hecho con maestría.

–¿Cuestión de respetar el trabajo del otro?

–Sí, y sobre todo cuando uno ha pasado por todos los estados de ánimo previos a un estreno. Yo he querido incluso eliminarme para no estar en el debut de El manjar. Son ideas locas, propias de esta profesión. Uno se pregunta cómo llegar a las otras subjetividades, qué palabras utilizar para comunicarse. Y una vez elegidas éstas, pensar si realmente alcanzan. Como director, necesito ocuparme también de cuestiones administrativas y ponerme el mameluco.

–¿Cómo es su relación con el Chile natal?

–Viajo seguido, pero tengo casi toda mi vida hecha en Argentina. Llegué en 1975 con el grupo de teatro chileno Ictus y me quedé. Con el apoyo de alguna gente empecé a hacer teatro y cine. Hace unos meses, estuve filmando en Chile una película que se presentó en el último festival de San Sebastián. El título es Fiestapatria, con guión y dirección de Luis R. Vera, un chileno que vivió veinte años en Suecia. Realizó cortos y documentales y seis largometrajes en Suecia. Es conocido en todo el mundo, pero él sigue siendo muy chileno. Vive un tiempo en Valparaíso y otro en Estocolmo. En su historia junta a dos familias de clase media chilenas de ideología diferente (una proviene de la derecha militar y la otra del socialismo) que celebran el compromiso de sus hijos durante las llamadas fiestas patrias. La reunión tiene el tono de la tragicomedia y transcurre entre el atardecer de un 17 de septiembre y el amanecer del 20.

–¿Qué opina en líneas generales del gobierno de Michelle Bachelet?

–Creo que somos muchos los que esperamos que se ocupe de que haya una mejor distribución de la riqueza, históricamente injusta en Chile. Consolidada la democracia, le tocaría esa tarea. Su gobierno se ha iniciado con mucho cimbronazo, pero eso da cuenta de que se está ocupando. A los gobiernos progresistas se les exige más.

–¿Observa una mayor participación?

–La gente se manifiesta, y eso es muy saludable, sobre todo porque se ha ido recuperando al sector estudiantil, que durante décadas tuvo gran influencia en la política. La política chilena era una preocupación en la escuela secundaria. Conozco a casi todos los políticos de mi generación, porque ellos y también yo éramos dirigentes estudiantiles. De esas agrupaciones surgieron las más notables personalidades políticas. Es bueno que los jóvenes vuelvan a ocupar ese lugar.

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El manjar se ve los sábados y domingos a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación.
 
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