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Viernes, 14 de septiembre de 2007

TEATRO › EL TEATRO POETICO DEL DIRECTOR ITALIANO PIPPO DELBONO

“El otro tiene algo para ofrecer”

El fundador de la compañía que exhibe Racconti di giugno e Il silenzio apuesta a la diversidad de su elenco.

 Por Cecilia Hopkins

En el marco del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), el italiano Pippo Delbono y su compañía presentarán dos espectáculos: Il silenzio (hoy y mañana a las 21 y el domingo a las 15, en el Teatro Presidente Alvear) y Racconti di giugno (hoy y mañana a las 17, el Teatro Sarmiento). De adolescente, Pippo Delbono hacía teatro amateur junto a sus padres en Savona, su ciudad natal. “Allí nació mi deseo de estar con la gente desde un escenario”, cuenta en la entrevista con Página/12. “Y esa primera experiencia me llevó a encarar luego un estudio formal en una escuela de actuación.” Aunque ambas experiencias fueron válidas para el desarrollo de su carrera, hubo dos encuentros que lo marcaron a fuego: su participación, en 1981, en un seminario de Richard Cieslak, el actor fetiche del director polaco Jerzy Grotowski y, poco después, su encuentro con Iben Nagel Rassmussen, actriz del Odin Teatret –el mismo que dirige en Dinamarca el italiano Eugenio Barba–, quien por entonces integraba el grupo Farfa, a modo de experiencia paralela con el grupo danés.

Con esta agrupación, Delbono estableció un vínculo creativo que duró tres años. “Allí descubrí una forma de entrenar mi presencia física y vocal al estilo de los actores orientales, cuya concepción del teatro no tiene que ver con la composición psicológica de los personajes. Con el inicio de aquel entrenamiento físico gestual, el actor se vuelve consciente de su cuerpo y está en condiciones de expresarse como un instrumento musical, con todas sus posibilidades”, explica. Después llegó el momento de crear su propia compañía, un proyecto que concretó junto al actor argentino Pepe Robledo, integrante del mítico grupo cordobés Libre Teatro Libre. No obstante, hubo un tercer encuentro que terminó de definir el derrotero artístico del actor y director. “Con Pina Bausch encontré un lugar de libertad que estaba necesitando, después de mi rígido período de trabajo físico. De todos modos, descubrí que lo que había aprendido con aquel entrenamiento, ya lo llevaba internalizado en el cuerpo.” Tras ocho meses de trabajo conjunto, la directora de Wupperthal le hizo una recomendación: “Ahora tienes que hacer tu propia historia”.

–¿Qué fue lo primero que hizo entonces?

–Decidí hacer mis obras a partir de una construcción cada vez diferente, pero muy cerca de mi propia biografía. Como sucede en Ra-cconti di giugno, que es un monólogo muy fuerte, muy ligado a mis experiencias de vida, algunas muy tremendas, que sólo después de haber superado estoy en condiciones de contar. Racconti... es una lucha entre locura y enfermedad y muestra cómo la vida se me ha mezclado con el teatro. Allí hago partes de algunas obras que hice. Hasta mi encuentro con Bobó –quien ahora integra mi compañía–, un napolitano sordomudo y analfabeto que pasó 46 años encerrado en un neuropsiquiátrico. El, como actor, tiene la fuerza y la sensibilidad, la energía primordial que hemos perdido por las convenciones sociales. Pero Racconti... no es una autoconfesión psicologista porque, aunque lo que digo es íntimamente mío, en escena se convierte en materia teatral. Creo que, en general, las personas han perdido el coraje de decir la verdad. Y esta obra es una decisión política de mostrar con orgullo mi diferencia, el camino particular que elegí para mí.

–Su grupo está integrado por actores bien diferentes entre sí...

–Eso es algo que busqué conscientemente. Hay un sordomudo, un down, chicas y chicos lindos, cuerpos diferentes. En la diferencia encuentro una manera de mirar el mundo. Si no, entramos en lo de todos. En Nápoles, por ejemplo, un lugar que siempre tuvo tanta personalidad, hoy todos visten iguales, tienen el mismo celular. Y se mira a los extracomunitarios con pena o con racismo. Como a pobrecitos o como a gente que debe irse inmediatamente del país. No hay conciencia de que el otro tiene algo que puede ofrecerme, desde su propia belleza o desde sus saberes particulares.

–¿Cómo surgió Il silenzio, la segunda de las obras que presenta en el Festival?

–Fue creada hace seis años, para ser presentada en Sicilia, en el mismo lugar donde, en 1968, sucedió un terrible terremoto. Después, se nos convirtió en una obra de repertorio. Habla de la muerte y la fragilidad de la existencia y de su contrario, el impulso de vida. En realidad, se habla de lo que uno querría tener para siempre, aunque sea un imposible. La obra es un viaje onírico por el mundo del amor carnal, en el que está muy presente la necesidad que uno tiene por otro. Y aparecen también las contradicciones propias de Sicilia, donde se encuentra la fiesta, la mafia y el culto por la Virgen, la Madonna.

–¿Trabaja con imágenes y escenas fragmentadas o cuenta una historia?

–A mí las historias me aburren, en general. Me gusta que el espectador se arme su propia historia, a partir de su experiencia personal. Me gusta un teatro poético, más que narrativo. Sé que existe el peligro de que la gente sienta que el teatro actual no le pertenece y se encierre a ver televisión. Por eso los artistas deberíamos vencer nuestro aislamiento y egoísmo para juntarnos a reflexionar sobre nuestro oficio, sobre las razones por las cuales hacemos teatro, para generar un arte que le importe a la gente.

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El teatro de Pippo Delbono elude la composición psicológica de personajes.
Imagen: Ana D´Angelo
 
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