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Lunes, 25 de abril de 2011

DANZA › A DóNDE VAN LOS MUERTOS (LADO B), LO NUEVO DE KRAPP

Cuando la muerte es un juego corporal

La compañía formada por los bailarines Luciana Acuña y Luis Biasotto, el actor Edgardo Castro y los músicos Fernando Tur y Gabriel Almendros sorprende con su abordaje irreverente de la finitud. La mezcla de climas y lenguajes marca el espectáculo.

 Por Carolina Prieto

¿Cómo permanecer indiferente ante una creación de Krapp? Imposible. Esta compañía formada por los bailarines Luciana Acuña y Luis Biasotto, el actor Edgardo Castro y los músicos Fernando Tur y Gabriel Almendros sorprende en cada apuesta. Desde su irrupción en la escena local con ¿No me besabas? (la ópera prima que los llevó de gira por Estados Unidos), pasando por el éxito de Mendiolaza (una delirante recreación de un club social en decadencia, donde un grupo de personajes baila su desolación) y por la originalidad de Olympica (un montaje casi surreal sobre unos ex atletas que quieren recuperar un brillo ya opacado), cada trabajo propone un planteo distinto, aunque con algunas constantes. El desenfado, la irreverencia, la energía rápida y extrema, el gusto por la narración no lineal, la mezcla de climas y lenguajes son sus marcas. Lo último es A dónde van los muertos (lado B) –miércoles a las 21 en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759–, una obra que vuelve a despabilar, pero de una manera nueva.

No hay coreografías desaforadas con impactos y esquives –aunque sí algún pasaje de movimiento fuerte–, ni personajes kitsch, ni una atmósfera ciento por ciento ficcional, ni ritmos acelerados. Más bien los Krapp se instalan en una zona en la que exponen los pliegues de su trabajo: las formas de representación y sus dificultades, con sus trabas, sus intentos, sus silencios. Casi la cocina de una obra. Es que el espectáculo nació cuando el grupo estaba ensayando la pieza que en agosto estrenarán en el Teatro Argentino de La Plata y que aborda el tema de la muerte. Por eso ésta también lo hace y, desde el comienzo, queda claro que se trata de una obra que habla sobre otra.

Todo comienza cuando un espectador elegido al azar se para en medio del escenario y repite palabras que escucha mediante unos auriculares: “Buenas noches, señoras y señores. Voy a hablar en primera persona. Yo también soy público. Público que habla a otro público”. Continúa con los testimonios de personas comunes sobre la muerte: si piensan en ella, cómo la imaginan, qué pasa con el cuerpo, con el espíritu. Estos testimonios sinceros y desprovistos de toda pose se proyectan en una gran pantalla al fondo de la escena e instalan un tono de verdad que dominará la escena. Pero nada de solemnidad ni de tragedia frente al tema: en algunas confesiones hasta se cuela algo de humor, un elemento que las posteriores escenas en vivo potencian. Los intérpretes ingresan en fila trotando en forma suave y liviana al son de una melodía con aires infantiles. Algunos se instalan en una mesa ubicada al costado izquierdo del escenario, mientras que Biasotto y Acuña (con su panza de embarazada) se embalan en dúos que son puro juego, como si probaran distintas formas de moverse, de caerse, de transportar el uno al otro. Dúos de movimiento y también sonoros cuando Tur y Almendros dejan las sillas, pasan a escena y regalan diálogos con sus instrumentos (una guitarra y un bajo), y sus gargantas que emiten sonidos guturales tan raros como cautivantes. Nada de escenografía: la pantalla donde se proyectan las entrevistas grabadas por Alejo Moguillansky (las personas parecen hablar desde el más allá, una suerte de limbo o lugar todo blanco); la mesa donde el elenco se sienta, habla, intenta razonar algunas cuestiones, aunque con poco éxito; y una escena pelada donde despliegan sus hazañas, tan encantadoras como inútiles. Como el increíble robot que recrea Biasotto, que se mueve siguiendo el ruido mecánico que él mismo emite; o las diferentes maneras en que los varones tiran el cuerpo del otro al piso; o el picadito que juegan con polenta a pesar de ser un espacio chico; o el caballo que Biasotto y Castro forman con sus cuerpos y Luciana monta. Un caballo frágil, que puede desarticularse fácilmente, pero que también se mueve con inusual armonía, como un animal de carne y hueso. Un compendio de pruebas y experiencias casi infantiles, guiadas por el placer puro, sin una utilidad o resultado más que la dicha y la adrenalina del momento.

Más allá de las diferencias entre los registros (imágenes y textos proyectados, actuación en vivo), en ambos soportes hay una ausencia notable de acciones impostadas. Las dos instancias respiran autenticidad. Como si ante el tema de la finitud todos estuviéramos desnudos y lo que aparece es una actitud sincera. Enfrentados al tema de la muerte, Krapp parece desechar toda técnica o estilo de danza específico y apuesta a los cuerpos al servicio de juegos y de experimentos cargados de cierta inocencia. Sin recursos ni artilugios, tan indefensos como frente a la muerte. Antesala del espectáculo que pronto darán a conocer en La Plata, A dónde van los muertos (lado B) se disfruta como un primer plato extraño que se saborea mejor tras unos primeros bocados. “Si la muerte es el motivo principal de aquella obra del futuro, la imposibilidad de representarla es el problema de ésta”, aseguran los artistas en la gacetilla de prensa. Por eso, esta sucesión de escenas hechas de material casi sin editar, exponiendo mecanismos de construcción, pruebas fallidas, dudas, fracasos. Frente a semejante problemática como la finitud, Krapp no da respuestas, hace hablar a personas comunes y prefiere preguntar cosas como: “¿Es cierto que lo primero que se olvida de alguien que muere, es el sonido de su voz? ¿A quién vería por última vez? ¿Qué prefiere: bailar la muerte o matar la danza? ¿Es la muerte parte de un plan? ¿Dormir es parecido a morir?”. La obra moviliza. Es raro que un espectáculo sobre la muerte no deje una sensación de tristeza o bajón. Al contrario, algo parecido a la tranquilidad, el placer infantil y la placidez quedan flotando en el aire y en los cuerpos. Y se agradece.

* A dónde van los muertos (lado B) puede verse los miércoles a las 21 en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759 (interrumpe funciones en mayo y regresa en junio en mismo día y horario).

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La obra puede verse los miércoles a las 21 en el Espacio Callejón.
 
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