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Viernes, 7 de marzo de 2008

DANZA › HUELLAS, LA OBRA QUE DESCOLOCA A PASEANTES Y COLECTIVEROS

Bailar detrás de la vidriera

El espectáculo de danza contemporánea creado por la coreógrafa Diana Theocharidis se desarrolla en un negocio de Palermo, como parte del interés de su autora por el trabajo en espacios no convencionales.

 Por Alina Mazzaferro

Nueve de la noche del sábado. Las arterias de Palermo comienzan a sentir la circulación de una masa en búsqueda de su hábitat nocturno. Todo fluye naturalmente, como si allí nada nuevo pudiera interrumpir los itinerarios ya conocidos, líneas y curvas que unen puntos dispersos compuestos por bares y negocios de moda y diseño. Sin embargo, un pequeño local llamado La Decorería (Cabrera 5299) ofrece cada viernes y sábado, a las 21, algo que altera el paisaje cotidiano: una obra de danza contemporánea se desarrolla en una vidriera, creación de Diana Theocharidis, una coreógrafa hace tiempo interesada en trabajar en espacios no convencionales.

Este fin de semana será la última oportunidad para ver Huellas, la obra que puede durar 40 minutos –para el espectador preparado que se acomoda con puntualidad en los sillones ubicados sobre la vereda– o tan sólo segundos, para aquellos que miran de reojo al pasar a pie o desde el colectivo.

Su directora cuenta con entusiasmo algunas de las respuestas del público a su propuesta: “Hay autos que paran y dan marcha atrás para ver qué sucede; hay gente que grita desde la ventanilla, otros pasan y tocan a los intérpretes a través del vidrio”. Es que Huellas está allí donde no se suponía que debía estar una obra de danza contemporánea. La pieza artística ocupa el lugar de la mercancía y ese acto transgresor descoloca al transeúnte. Pero no sólo eso: el lugar también descoloca a la obra, porque los cuerpos de los bailarines en ese universo desconocido que es la vidriera construyen una especialidad nueva, conectando a través de esa membrana transparente lo de adentro con el afuera: “Esa vidriera iluminada en la noche –una presencia repentina– funciona como un ojo: lo que es mirado también mira”, resume el programa de mano entregado en la vereda.

Parecería que esta coreógrafa tiene, desde hace tiempo, una obsesión por el vidrio y el modo en que éste transforma los cuerpos. Discípula de dos fundadoras de la danza contemporánea local, Ana Itelman y Renate Schottelius, Theocharidis realizó tres montajes en el ciclo Otras danzas que éstas organizaban a fines de los ’80 en una escalera vidriada del Centro Cultural Recoleta. Luego ella se convertiría en la coordinadora de este ciclo; esta primera tarea en gestión cultural le brindaría la experiencia para, mucho más tarde, ejercer la función de directora del Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC), que cumplió durante cinco años hasta la llegada de la nueva gestión municipal en diciembre de 2007. Si bien este rol la desvió un poco de su labor coreográfica, tuvo oportunidad de seguir mostrando algunos trabajos en los que nuevamente apareció su interés por la deformación de los cuerpos a partir del contacto con una membrana transparente: la puesta coreográfica de Varieté (2001), pieza del compositor Mauricio Kagel, en la cual una bailarina desplegaba su cuerpo dentro de una pecera y Transcripción (2003), en la cual los intérpretes debieron vérselas con un CETC literalmente inundado, son algunos ejemplos.

Si bien el vidrio y el agua han sido materiales recurrentes en su poética, la inquietud de esta coreógrafa es otra. Simplemente hay que preguntarlo y Theocharidis la confiesa. Investigar en espacios que participan de dos cualidades: ser interiores y exteriores, como las vidrieras, los halls de los edificios públicos o los patios internos. Lo considero una metáfora de lo que sucede con el ser humano: no existe un interior –lo que pasa en la mente– separado de algo exterior. Hay una continuidad entre ambos al igual que entre los espacios.

–Y el vidrio es el que los conecta...

–Claro. Los intérpretes, al tratar de trascender ese espacio, se deforman. Hago un trabajo de los rostros transformados contra el vidrio. Y no sólo la piel, también la ropa se transforma. Hay uno de los personajes que no puede soportar la transparencia y debe poner algo entre su cuerpo y el vidrio; desarrolla un largo strip tease, que dura 40 minutos, que pasa desapercibido como tal, para terminar con esta necesidad.

–¿Esta invasión de la ciudad es un intento por recuperar el espíritu del happening o de la performance, que busca modificar la experiencia cotidiana del transeúnte común?

–Sí, pero la presentación no tiene una característica invasiva. No ponemos la música muy fuerte –se escucha solamente si uno está cerca de la vidriera– y las luces son las fluorescentes que se usan normalmente en una vidriera. No hay ningún tipo de invasión visual o sonora que obligue a una persona a quedarse o que la moleste como para querer irse. Es simplemente una presencia.

–¿Realiza una crítica del arte que se vende como mercancía al poner la obra en el recinto por antonomasia de la mercancía, que es la vidriera?

–En Palermo hay muchos eventos –una palabra, tan bella, que hoy se utiliza para denominar un acontecimiento publicitario–. Las características de esta presentación no se vinculan para nada con ese mundo comercial. Utilizamos música contemporánea, de Martín Matalón. Transformamos la vidriera en una caja negra y usamos la cortina como telón, como si fuera un escenario a la italiana.

–¿Este nuevo espacio le brinda materiales nuevos a la danza?

–Este procedimiento me permitió poner de relieve que es la obra la que construye el espacio. Una caja negra no es un espacio sino un lugar neutro que permite que cada obra genere su espacio. En danza, no se trata de desplegar cuerpos en el espacio, porque el espacio no existe de antemano, sino que es creado por el intérprete. El gesto de un bailarín puede generar un espacio infinito o, por el contrario, opresivo. El teatro es simplemente el lugar. En los lugares no convencionales, como en esta vidriera, sucede algo más: las características propias del lugar son tomadas como material de la danza. Eso demuestra que el espacio no es el lugar; es el cuerpo el que lo construye. Claro que no estamos hablando de espacio en el sentido en que lo concibe la geometría clásica.

Este interés por la especialidad y la permeabilidad de la obra a los materiales que encuentra en los lugares donde es emplazada ha generado en Theocharidis la necesidad de desplegar toda una investigación al respecto. De hecho, Huellas, compuesta por tres solos musicales de Matalón, es tan sólo el inicio de un plan más ambicioso que consistirá en llevar una misma coreografía, realizada sobre ocho piezas instrumentales de ese compositor, a distintos ámbitos no convencionales. El proyecto, que llevará el nombre de Trazas, contará con la participación de Alfredo Arias, actores, músicos en vivo y textos de Alan Pauls.

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Huellas se podrá ver hoy y mañana en La Decorería (Cabrera 5299).
 
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