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Miércoles, 16 de diciembre de 2009

CULTURA › LAS INDUSTRIAS CULTURALES EN LA LEGISLACIóN ARGENTINA, DE GUSTAVO LóPEZ

Herramientas para el cambio

“No es un libro para llevarse a la playa, no es un libro para el verano”, reconoció el autor en el C. C. de la Cooperación, en un encuentro que buscó echar luz sobre la dinámica de las industrias culturales en un contexto de concentraciones monopólicas.

 Por Silvina Friera

La sala del Centro Cultural de la Cooperación podría desplegar el trillado cartelito, escrito a mano y con letra apretada, “no hay más localidades”. O colocar una pequeña pantalla para los que se quedaron afuera. Hay mucha gente parada o sentada en el suelo; están Taty Almeida, de Madres de Plaza de Mayo; la diputada Silvia Vázquez, el abogado Julio Raffo, el humorista Santiago Varela, el artista plástico Aníbal Cedrón, Carlos Borro y Vicente Muleiro. Lo curioso, lo que asombra a los dueños de casa, es que no se está lanzando un best seller. Se está por presentar un libro –“un pequeño opúsculo”, bromea, con una sonrisa de oreja a oreja, el autor y responsable de la imprevista convocatoria– que no es para el bolsillo del caballero o la cartera de la dama. Aunque es liviano, apenas 108 páginas, el contenido y el título alertan de entrada que no es apto para las vacaciones que se avecinan. Las olas y el viento recelan de obras incómodas y resistentes, trabajos honestos y fundados, como Las industrias culturales en la legislación argentina, de Gustavo López, coeditado por el CCC y la Universidad Nacional de Quilmes y prologado por Martín Becerra. Junto al actual subsecretario General de la Presidencia se alinean Becerra, Gustavo Lugones (rector de la Universidad) y Rodolfo Hamawi, director nacional de Industrias Culturales.

Publicado dentro de la colección Pensamiento Crítico, Lugones dice que es “un libro que hacía falta, un libro necesario”. Becerra destaca que en pocas regiones del mundo está tan extendida la idea de que los medios de comunicación y las industrias culturales son un espacio relativamente autónomo de la influencia que ejercen los distintos factores de poder. “El propio debate reciente de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual demostró que muchas veces se cita al Gobierno, que es una administración contingente del Estado, como único factor de poder; una idea obsesiva que tiene una buena cantidad de adeptos entre los periodistas, y que de tanto repetirse se ha convertido en un mito viviente que cuesta mucho desarticular”, explica el profesor de la Unqui y autor del prólogo. “Este mito de los medios como una esfera relativamente autónoma del poder es muy solidario con el mito de la autorregulación de los medios, otra de las ideas que circularon en la discusión de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.”

Becerra asegura que el libro de López “permite echar luz sobre una especie de genealogía de la regulación del sistema de industrias culturales, que incluye a los medios de comunicación”. “Esa genealogía demuestra que la intervención del Estado ha sido muy solidaria con el tipo de regulación que necesitaron los grandes grupos que fueron consolidándose gracias a esa producción de regulación.” Becerra sugiere que una de las principales funciones del libro es “desnaturalizar la idea de que el Estado ha estado ausente en algunos de los períodos de nuestra historia reciente, cuando el Estado ha producido, de manera cada vez más intensiva, distintos tipos de regulación, sea a través de leyes o decretos de necesidad y urgencia”. Otra de las cuestiones que pondera Becerra es el múltiple rol del autor, que en un ejercicio inusual es “un funcionario que reflexiona sobre su propia práctica”.

Hamawi cuenta que el libro es un enfoque sobre políticas de Estado en su relación con la cultura. “Es un texto sobre los derechos humanos, sobre identidad nacional, defensa de la diversidad, impulso de la soberanía –enumera el director nacional de Industrias Culturales–. Es un libro que nos habla del necesario enfrentamiento que las políticas públicas deben tener contra toda forma de concentración monopólica. Un rescate de la democratización en el acceso y producción de los bienes culturales; un libro que entiende que vivimos una época en la que la cultura puede ser la gran palanca para la transformación social.” Hamawi cita la entrevista al ministro de Culturas de Bolivia, Pablo César Groux, publicada anteayer en Página/12, en la que recuerda cuando Evo le preguntó ¿qué es la cultura? “Es todo, es lo que hablamos, cómo celebramos, lo que comemos, la cultura es todo, es nuestra relación con la sociedad”, le explicó su ministro. Al escuchar esa respuesta, Evo le dijo: “La cultura es como la bola blanca del billar. Distribuye todo el juego y si se cae, paga doble”.

El director nacional de Industrias Culturales advierte que no podrá haber un proyecto de país sin un sentido de pertenencia. “Si desde la cultura no podemos desterrar el pensamiento de la ‘pedagogía colonial’, como lo llamaba Jauretche, no habrá posibilidades de proyecto propio y soberano –esgrime el director nacional de Industrias Culturales–. Esa es la batalla de nuestros días: abrir espacios de reflexión, romper con el pensamiento unidireccional que siempre apunta a la defensa de un status quo. De eso habla este libro, de la necesaria participación del Estado en el apoyo a la cultura. Los ejemplos son claros: no habría prácticamente producción cinematográfica en la Argentina sin Ley de Cine, sin el Incaa. Seguiríamos eternamente rehenes de la lógica de concentración multimediática sin la Ley se Servicios de Comunicación Audiovisual, que con coraje histórico llevó adelante este Gobierno y las asociaciones civiles que pelearon por ella durante décadas.”

López recuerda las posiciones encontradas en la Organización Mundial de Comercio, en 2005, sobre si los bienes culturales podrían ser considerados mercancías de libre comercio. Afortunadamente, se logró imponer la excepción cultural para que los bienes y servicios culturales quedaran fuera de la libre disponibilidad. “En Europa y en América latina la producción cinematográfica sólo es posible a partir de las políticas de fomento”, precisa el abogado y periodista. “Nosotros somos nuestra historia, contada por nuestros autores, nuestros escritores, nuestros cineastas, nuestros actores, nuestros libros y nuestras películas –plantea el actual subsecretario General de la Presidencia–. En un mundo globalizado la identidad no tiene que ver con el alejarme del otro, sino con la única posibilidad que tengo de acercarme al otro en igualdad de condiciones. Somos iguales en tanto y en cuanto uno y otros nos respetamos las diferencias. Somos iguales porque somos diferentes.” López menciona dos fenómenos internacionales que aborda en el libro: la creación de las Coaliciones por la Diversidad Cultural, que surgieron en todo el mundo como respuesta política a la globalización; y El Fórum Universal de las Culturas, que aprobó la “Agenda 21”, en Barcelona, en 2004, con la participación de 450 alcaldes.

“La cultura fue un lugar de resistencia en la crisis mientras el país se derrumbaba y estábamos prácticamente al borde de la disolución. Desde allí se resistía no al cambio sino a la caída, y desde ese lugar de resistencia también se ayudó a la reconstrucción. Frente al fenómeno de la globalización –como dice Juan Carlos Portantiero, algunos países globalizan y otros son globalizados–, frente al fenómeno de reestructuración económica brutal de los países centrales a los países periféricos, nació una nueva idea: la diversidad cultural”, repasa López. Los libros no valen por lo que pesan o por a la cantidad de páginas, sino por lo que dicen. “No es un libro para llevarse a la playa, no es un libro para el verano –reconoce el autor–. Sí es un libro para algunos abogados, lamento decirlo, para algo estudié tantos años, y para aquellos que quieren entender qué son los bienes culturales.”

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Gustavo Lugones, Rodolfo Hamawi y Martín Becerra participaron de la presentación del libro de Gustavo López (izq).
 
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