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Jueves, 18 de febrero de 2010

CULTURA › JAVIER SINAY, AUTOR DEL LIBRO SANGRE JOVEN

“Los estereotipos no existen”

El periodista encaró la crónica de seis asesinatos, entre ellos la masacre de Carmen de Patagones. El común denominador es que los que matan y los que mueren son jóvenes. “Respeté a los chicos que ya no están, pero también a los que cometieron los delitos”, señala.

 Por Silvina Friera

Hay jóvenes que matan y jóvenes que mueren en la Argentina post 2001. Aunque los escenarios de los crímenes sean diversos –una disco en Colegiales, una escuela en Carmen de Patagones, una calesita en La Plata o una bailanta en José C.Paz–, el desenlace fatal de una situación que aparentaba ser ordinaria, el homicidio como caso extremo, no es propiedad exclusiva de una clase, sino más bien una cuestión generacional. “Si no hay lugar para mirar a esta generación con ojos complacientes, tampoco hay que hacerlo con ojos condenatorios. Porque lo importante, apenas, es mirarla con claridad”, plantea el periodista Javier Sinay en su primer libro, Sangre joven. Matar y morir antes de la adultez (Tusquets). El cronista narra con suma claridad seis asesinatos protagonizados por víctimas y victimarios de entre y 15 y 26 años; los cuenta sorteando los estereotipos, buceando en la vida cotidiana, los hábitos, los lugares que frecuenta y la música que escucha esa generación que crece, como advierte, “al amparo de lo trunco”.

No es casual que la primera crónica del libro sea la de “Los amantes de Villa Pueyrredón”, el crimen de la discoteca El Teatro. Sangre joven está dedicado al chico asesinado a puñaladas a fines de diciembre de 2003, Federico Medina (20 años), cuando había más de mil quinientas personas en la pista de la disco del barrio de Colegiales. Cala, el novio celoso de la Pimpollo, la femme fatale que entonces tenía 17 años, con un cuchillo y tres certeras puñaladas puso punto final al triángulo amoroso. Sinay habló con el tío de Fede, con el primo, testigo del crimen, y con varios amigos. Hasta que recibió un llamado que le “congeló la sangre”: la Pimpollo, la figurita más difícil y pieza clave de la historia. Es notable cómo a partir del encuentro, en la vieja pizzería Kentucky de Palermo, Sinay se encarga de demoler el estereotipo de esa heredera de las medidas de la Coca Sarli, simplemente preguntando y escuchando. Ante la mirada del cronista, la Pimpollo se revela como una chica frágil, una víctima más del caso.

Entre los homicidios que se narran en el libro, el de la masacre de Carmen de Patagones fue el itinerario más arduo que le tocó a Sinay. El cronista se encontró con la reticencia de mucha gente que no quiere recordar a Junior, el chico de 15 años que mató a tres compañeros e hirió gravemente a cinco más. Con la tercera historia, Sinay (Buenos Aires, 1980), colaborador de las revistas Rolling Stone y Hombre, entre otros medios, abre las puertas del universo villero para sumergirse en el mundo de las pibas chorras que no tienen miedo a batirse a duelo con botellas rotas en la mano; que van a bailar con una sevillana en el bolsillo, como Andy (18 años), que mató a un pibe en la bailanta S’Combro en julio de 2004. Lo asombroso es que esa chica curtida por la extrema pobreza y la falta de oportunidades, condenada a veinte años de prisión, llevaba un diario íntimo en el que confesó el crimen. El inventario de esa sangre joven se completa con una tragedia griega protagonizada por una familia santiagueña en La Plata. Jaime vivía en la casa de su prima Silvana. Se enamoró de ella. Los dos tenían 22 años; él la mató, la descuartizó y la enterró en el cubículo central de la calesita Del Duende Poppy, donde trabajaba.

La Plata también fue el escenario de las peripecias del Hombre Araña. Brian, 16 años, trepaba por los balcones para robar y violar; luego de un raid aterrador encontró su final cuando un joven policía se despertó por los gritos que venían de la ventana de al lado, salió al balcón con el arma en la mano y le disparó. El último, en Chascomús, tiene como víctima a Perico, un joven con la pierna derecha amputada por completo y la izquierda por debajo de la rodilla, que cobró la indemnización por el accidente que sufrió a los 11 años y fue asesinado.

“En esta Argentina de la que habla el libro hay pibes con mucho abandono que se van armando solos”, dice Sinay a Página/12. “Varios de los casos que investigué son hechos rutinarios que terminaron mal, por ejemplo el caso de Andy. Es frecuente pelearse a la salida de una bailanta, incluso puede dar lugar a anécdotas durante la semana; pero de repente aparece una delgada línea roja que se quiebra. Y no sé si se dan cuenta de que están tan cerca de quebrarla. Algunas sentencias tuvieron un atenuante, algo así como ‘inexperiencia de vida’; eran demasiado jóvenes para estar en una situación así. Creo que ese atenuante es adecuado”, opina el periodista que conjuga el interés por la cultura joven y el género policial. Crítico ante la posición del entrevistador que tiene que escarbar en heridas que no cierran, que acaso nunca cicatrizarán, cuando estaba con la Pimpollo se preguntó qué hubiera hecho él frente a la posibilidad de conceder una entrevista si la desgracia le hubiera tocado como le tocó a ella. “Siempre me preguntaba qué haría si estuviera en ese lugar –cuenta Sinay–. ¿Aceptaría una entrevista con un periodista? No sé, creo que trataría de conocer al periodista antes.”

–¿Alguno de los familiares o amigos de la víctimas trató de conocerlo primero antes de aceptar hablar?

–Ninguno me dijo “primero quiero conocerte”, pero sentía que tenía que pasar “la prueba de la confianza”, como me pasó con la tía de Perico, a la que vi como cuatro o cinco veces. Pero ella es una señora que en Chascomús habló con muchos periodistas, así que ya estaba acostumbrada. Pero otros nunca habían hablado con un periodista.

–La Pimpollo, por ejemplo.

–Sí, y creo que nunca más lo va a hacer. Me dijo que habló conmigo para limpiar su nombre. Nos encontramos una sola vez. Yo también me fui formando la idea de “mujer fatal”, de “viuda negra” (se ríe). Pero cuando la conocí, me di cuenta de que era una piba a la que se le escapó todo de las manos. Cuando uno pasa a través de estas historias, sale diferente. Fue un año y medio en que sentí demasiada oscuridad al estar en esos mundos. Me metí mucho en estos casos y hay cosas que te ponen mal, que te dan dolor e impotencia, más cuando hablás con los familiares. Ver cómo actúa la Justicia, me sorprendió un poco... ese funcionamiento interno que tiene, tan alejada de la realidad, que a veces tarda o no puede resolver un crimen como el de Perico.

–Lo que sorprende de Andy, con quien pudo hablar en la cárcel, es que anotó en su diario que mató a un chico.

–Andy dice que lo hizo porque le daba miedo contárselo a la mamá y tenía que descargarse de alguna manera. Una chica de bajos recursos, metida en la droga, que tenía una vida violenta y con varias enemigas, es todo lo contrario de lo que uno imaginaría cuando piensa en una chica que escribe un diario íntimo. Este detalle quiebra los estereotipos. Si te acercás mucho a alguien te das cuenta de que los estereotipos no existen. Tenía esa manera de escribir en la que ponía, por ejemplo, “bueno, amigos, hoy les quiero contar...”. Le pregunté a quién le escribía, pero me contestó que no sabía, que escribía así. Ahora ya no escribe su diario íntimo porque dice que cuanto menos pensás en la cárcel, mejor. Sería interesante ver qué escribiría hoy, ¿no?

–¿Por qué le interesa el género policial?

–En el género policial todo está llevado al extremo: lo bueno, lo malo, la psicología de la gente, las ambiciones, las frustraciones, los gestos nobles. En la crisis se ve quién es quién; en el policial, también. El dramatismo del género policial es lo que me atrae

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Sinay conjuga el interés por la cultura joven y el género policial.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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