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Viernes, 12 de marzo de 2010

CULTURA › TONY LEVIN Y STICK MEN, UNA NOCHE INOLVIDABLE EN EL ND/ATENEO

La actitud y la contundencia

Junto a Michael Bernier y Pat Mastelotto, con la rara combinación de dos sticks y batería, el calvo instrumentista comandó una presentación que hizo delirar a un público que llegó a su temperatura máxima con las canciones de King Crimson.

 Por Santiago Giordano

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STICK MEN

Músicos: Tony Levin y Michael Bernier (stick), Pat Mastelotto (batería).
Público: 1200 personas en total.
Duración: 100 minutos.
Teatro ND/Ateneo, miércoles 10 de marzo (funciones a las 21 y las 23).
Repite hoy a las 21.

En el tango se habla de “mugre”, en el jazz de “swing”, en la música tropical de “sabor”. Cada género adopta su rótulo. Algo así como la palabra clave que permite explicar, más o menos, de qué debe estar hecha cierta música para ser lo que pretende ser: cómo debe sonar y, sobre todo, cómo debe escucharse. En este sentido, en el rock se suele hacer referencia a la “actitud”.

Entre la liviandad o la complejidad de lo que puede sonar bajo el aura del rock, la “actitud” puede ser un amuleto inmóvil que simplemente señala pertenencia o un trampolín hacia aperturas e inclusiones superadoras. Tony Levin, viejo lobo de los discos y los escenarios y uno de los músicos más acreditados del rock actual, es de ésos para los que la “actitud” es un punto de partida. Su música sabe de rock, naturalmente, pero viaja más allá; indaga dentro y fuera de sí misma. Levin viene de aquel sonido que justamente por su curiosidad y sus inquietudes, entre la tradición clásica y la emergente electrónica, alguna vez se llamó “Progresivo”.

El miércoles, en la primera presentación de la etapa porteña de su gira latinoamericana, el stickista consolidó su relación con un público que lo conoció en directo como parte de King Crimson en 1994 y más recientemente integrando la banda de Peter Gabriel. Ante un teatro ND/Ateneo repleto de cultores del stick y fans de varias generaciones –el miércoles dio dos funciones y esta noche será la última–, Levin mostró los temas de Stick Man, el disco que grabó con Stick Men, el trío integrado además por el joven stickista neoyorquino Michael Bernier y el baterista, aparcero de las últimas épocas de King Krimson, Pat Mastelotto.

Lo de Stick Men fue una versión heavy del arte del trío. Cien minutos de intensidad musical en los que el vigor rítmico y los respiros líricos que sucesivamente permitían volver a distintos matices del mismo vigor fueron la arena sobre la que se encontraron tres músicos cuidadosos del propio sonido. Instrumentistas diestros desde el punto de vista técnico y bien aparejados en lo tecnológico. El trío funcionó como una unidad, una aceitada máquina capaz de bombear sangre para el mismo corazón, pero también de desprenderse en solos y producir momentos de inspirada individualidad. En esa dinámica resultó fundamental el trabajo de Mastelotto, que con soltura y solvencia marcó latitudes e intensidades con implacable sentido del ritmo y gran sutileza a la hora de aplicar su caudaloso colorido sonoro. Detrás de una fornida batería, además de dos baterías electrónicas y disparadores de samplers, el baterista fue hasta capaz de “cantar” con su instrumento, sobre sólidos riffs de los sticks, produciendo algunos de los momentos más interesantes del show.

Cada uno con estilo y sonido propio, Levin y Bernier trabajaron texturas, sin demorarse demasiado en esas lagunas que con lo mínimo del minimalismo se estancan en la repetición obsesiva. Pero sobre todo se hicieron cargo de las melodías y solearon con desparpajo, exigiendo al máximo las múltiples posibilidades de toque del stick, un instrumento acaso todavía poco frecuente en los devenires del rock –aun si fue creado hace más de treinta años– que resume bajo y guitarra con notables resultados expresivos.

En un clima que no presentó mayores baches –en todo caso la emoción se ocupó de asfaltarlos–, el final llegó con una curiosa lectura de El pájaro de fuego, música de uno de los primeros ballets de Igor Stravinsky. Más allá de poner en evidencia algunas de las fuentes de Levin, la versión resultó un formidable punto de encuentro a partir de impulsos comunes entre una música escrita hace exactamente cien años y una idea actual que conjuga tradiciones.

Exigidos por la ovación del público, llegaron los bises. Entonces se produjeron las esperadas y aplaudidísimas recurrencias a King Crimson, tal vez la referencia más inmediata a la música del trío. Mientras la sala deliraba de felicidad, con su camarita digital, el mismo Levin sacaba fotos a sus compañeros y a ese público que poco antes le había sacado sus propias fotos con sus telefonitos. De esos momentos dará cuenta el Road Diary que Levin lleva en su página web (www.papabear.com), donde ya cargó imágenes e impresiones de Ciudad de México, Santiago, Montevideo y Córdoba.

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Tony Levin no sólo tocó: también le sacó fotos al público, para subir a su Road Diary en la web.
Imagen: Daniel Dabove
 
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