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Lunes, 29 de noviembre de 2010

CULTURA › COMENZó LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA

Una gran fiesta de los libros y para los libros

El gran encuentro latinoamericano de escritores, editores y lectores arrancó sin la polémica que se había anticipado por la nueva ortografía. Y en el primer día, el cineasta Guillermo del Toro presentó la nueva novela de Carlos Fuentes, que no pudo asistir.

 Por Silvina Friera

Desde Guadalajara

La fiesta arrancó a todo trapo. Una amenaza de rebelión en la granja de la lengua finalmente quedó sofocada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Al menos por ahora, volvió el sosiego lingüístico para los 450 millones de hispanohablantes. Algunos escritores se quejaron de los “dislates” que se anticiparon sobre los cambios ortográficos. Pero nada ha cambiado, “que no panda el cúnico”, no es el Apocalipsis del español. La “be” sigue siendo “be” y la “y” griega no tiene por qué llamarse obligatoriamente “ye”, como se sugería. Aunque “se propone unificar” los nombres de las letras, cada hablante elige el nombre que prefiera utilizar. Para alivio de unos cuantos, ya no se condena la tilde en “sólo”. No se quiere imponer ninguna norma, por cierto nada nuevo en las arenas movedizas de la ortografía. Los directores y presidentes de las 22 Academias presentaron en sociedad la nueva ortografía, “obra incalculable” que es “más sólida, exhaustiva, razonada y moderna” que la de 1999. Al acuerdo se llegó por unanimidad. Lo confirmó José Moreno de Alba, el académico mexicano. “Estamos tratando de uniformar, no de imponer”, subrayó De Alba, quien trató de aclarar que los académicos no quieren levantar el dedo patriarcal y pontificar sobre ese patrimonio común andante de tantos hablantes.

Reunión de amigos

La gente que paseaba por la Expo estaba ajena a la polémica ortográfica, como si esa suerte de “tragedia íntima” que se avecinaba no tuviera que ver con sus destinos de lectoras y lectores. María del Carmen Arreaga, encargada del stand de Fondo de Cultura Económica (FCE), hace 14 años que trabaja en la FIL. Detrás de la más exquisita cortesía se esconde una mirada que ordena y clasifica. Nada escapa a la órbita de esos ojazos color tierra. Para ella, el secreto del éxito de la Feria se explica de un modo sencillito, sin mucha vuelta, como si quisiera descargar al zapato del lenguaje de piedras incómodas que no hacen más que entorpecer el camino del entendimiento. “La feria es una reunión de escritores y de gente a la que le gusta la literatura.” La fórmula parece una regla de tres simple. Arreaga repite lo que sabe, lo que escuchó; pero también lo que se impuso como una suerte de certeza del establishment editorial. “Esta es una de las mejores ferias que hay; es la segunda más importante del mundo y la primera de América latina”, afirma con una confianza ciega. Bajo la lógica de la empleada modelo, la encargada del stand de FCE detecta en su radar de media distancia a un hombre que acaba de agarrar un ejemplar de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, el libro más vendido siempre, un “clásico de aquí a la eternidad”. Arreaga le dice: “Si gusta, le podemos dar uno abierto”. El hombre gusta, claro, no quiere romper el plástico que impide que pueda chusmear las páginas; otro empleado, ante la seña de la encargada, corre a conseguirle un ejemplar. Todas las ferias son diferentes, repite esta señora dotada de una energía incalculable que no deja de dar puntada sin hilo. En la 24ª edición, cuenta Arreaga, hay más libros “mejor exhibidos”. “Hemos jugado con el espectáculo en el armado del stand para que todo se vea bonito”, agrega. De pronto se disculpa y trota hacia la otra punta del stand. Alguien pregunta por ella al teléfono. De nuevo en la batalla, reconoce que la feria pertenece al ámbito de las responsabilidades laborales. “No puedo disfrutarla como si viniera de paseo; tengo mucho trabajo, mucho estrés.”

Un monstruo totémico

La rueda del tiempo dentro de la Expo gira a otra velocidad. El vértigo de la novedad mueve a los más de 120 mil visitantes que avanzaron, a un ritmo recto y sostenido, hacia los stands, las charlas, las conferencias o presentaciones de libros. Los más jóvenes eligieron la charla del robusto cineasta Guillermo Del Toro y el escritor Xavier Velasco. Fue raro lo que sucedió. Presentaron Vlad, la última novela de Carlos Fuentes, pero sin Fuentes, quien finalmente tuvo que cancelar su participación en la FIL por “asuntos familiares”. Media hora antes, los muchachos y muchachas que llevaban bajo el brazo Nocturna, el primer volumen de La trilogía de la oscuridad, de Del Toro, se entregaban a formar una larga fila. Pronto fue larguísima. Los más impacientes empujaron en busca del mejor ángulo para ver al cineasta, vestido de punta a punta de negro, como siempre. “Fuentes no habla de la banalidad del mal, sino de la banalidad del bien y eso es muy perturbador.” Dicho así, como lo dijo Del Toro, no quedó más remedio que asentir, silenciosamente, inclinando la cabeza de tanto en tanto, como si se hiciera una reverencia. El vampiro que construye Fuentes no es “el vampiro emo que está solo y espera que alguien lo comprenda, sino un verdadero hijo de la chingada”. Del Toro comentó que Vlad es un personaje que en la novela empieza “como una figura casi chusca, con una peluca que se le mueve, con un bigote que no lleva muy bien colocado y un suéter de cuello de tortuga como los de Mauricio Garcés”. “Y esa figura que empieza siendo ridícula, frágil, vetusta, evoluciona en un monstruo totémico, jungiano, gigantesco.”

Como fan de la literatura vampírica, el cineasta que convoca multitudes recomendó la última novela de Fuentes sin dudar. “Los va a sacudir, los va a horrorizar. Es una pieza clave, a partir de hoy, en la literatura fantástica. Y es una de las novelas de vampiros más perturbadoras que he leído.” Más de 800 personas desbordaron la sala Juan Rulfo. Del Toro insistió con su fervor militante por Vlad, novela en la que Fuentes ubica a un vampiro medieval en plena ciudad de México del siglo XXI. “Se trata de una novela que se lee en hora y media. Pueden leerla a las 21, la acaban a las 22.30, pero los dejará con los ojos abiertos hasta la mañana siguiente –auguró–. Léanla hoy, si no les gusta, mañana pueden verme en la feria y me avientan con un zapato.”

Un mundo feliz

Seguro de sí mismo, Benjamín Díaz está hurgando por el stand de FCE. Siempre viene a Guadalajara desde el D.F., donde vive. No quiere perderse lo que define como “la mejor fiesta que tenemos los mexicanos”. El economista cuenta que ahora se dedica a una consultoría en inversiones turísticas. Como si de buenas a primeras una rama le pegase en la nuca, o en la mirada, algo se pone turbio. “La Expo es uno de los pocos lugares donde la gente está tranquila, feliz, relajada.” Sonríe, nervioso; esquiva por una esquina de su pensamiento la realidad que no quiere nombrar. Jamás dirá ni “crimen organizado” ni “narcotráfico”. Lo único que necesita, ahorita, es seguir aferrado a la válvula de escape que implica revolver libros o desplazarse por los pasillos como si estuviera patinando sobre un suelo recién encerado. “Como imagen de país, la feria ofrece una buena percepción de lo que somos los mexicanos, en un momento en que nos sentimos más o menos inseguros, depende de dónde viva cada uno. Hay un sentimiento de debilidad y desconfianza absoluta hacia el otro. La feria ofrece un momento agradable y rompe ese clima de inseguridad colectiva.”

Una muchacha cargada con bolsas repletas de libros se siente como pez en el agua. Pero está cansada y se detiene en la zona de comidas. Se compra un sandwich. “Antes de la primera mordida se debe decir ‘provecho’.” Se lo sugiere un hombre que acomoda, como puede, su voluminosa figura en una silla. Su voz también parece asentarse o plegarse al necesario reposo. Las palabras adquieren la dicción exacta de un mexicano cincuentón al que le duele mucho los pies de tanto caminar por la Feria. La bolsa de ella y la bolsa de él están unidas por un mismo libro compartido: El sueño del Celta, de Mario Vargas Llosa. Cerquita de esta escena en la que dos extraños platican bajo el paraguas de un libro, monstruosamente felices están los chicos. Gritos y sonrisas estallan en el espacio infantil, donde pueden, por ejemplo, construir sus propios títeres, escribir cuentos o interesarse, lúdicamente, por el cuidado del medioambiente.

Un francés en casa

Jean-Marie Gustave Le Clézio juega de local en estas tierras, las mexicanas, donde llegó por error en los años ’70 y donde que se quedó a vivir. El escritor francés habló mucho en su simpático “español callejero”. Habló más de una hora y media; defendió la interculturalidad como recurso contra los discursos nacionalistas y se preocupó, como acostumbra, por las guerras. Unas 500 personas lo escucharon y aplaudieron. El anzuelo de la charla, el título, fue la literatura intercultural. Lo acompañó el historiador francés Jean Meyer. El premio Nobel de Literatura 2008 se refirió a su trabajo con proyectos educativos en los que promueve la educación bilingüe o trilingüe; repasó su propia experiencia como hijo adoptivo de la Isla Mauricio, un pequeño país de 1,2 millón de habitantes “en donde todos hablan dos o tres idiomas”; y recordó la experiencia de haber trabajado en El Colegio de Michoacán, una iniciativa intelectual promovida por el historiador Luis González y González, al que tanto Le Clézio como Meyer elogiaron.

El autor de El africano abogó por una suerte de escala mundial según la cual los países más avanzados en los esfuerzos interculturales serían algunas ex colonias que se desarrollaron después como naciones mestizas: Perú, Bolivia y Ecuador, promotores de proyectos de integración lingüística y en donde muchas escuelas ofrecen educación en distintos idiomas, serían los “punteros” de este ranking, seguidos por Ghana y Nigeria. Le Clézio comentó que en Africa, en la segunda ciudad más grande de Burkina Faso, llamada Bobo Dioulasse, hay una ejemplar mezquita construida en equipo por cristianos y musulmanes. En esta escala de interculturalidad, México estaría en la mitad. Si bien reconoció que hay esfuerzos diversos por integrar a sus diversas culturas, el francés explicó que “todavía hace falta que las otras culturas sean reconocidas en su valor verdadero”. “El problema en México sería, como en Francia y otros países, que hay un exceso de centralismo. Sabemos que el cerebro está en la Ciudad de México, pero la prueba de que no es así es que estamos aquí: hay muchos cerebros en México.”

En el nivel más bajo de esta escala de valores, advirtió, se encontrarán “desgraciadamente, a todas las naciones que fueron colonizadoras, porque en estas sociedades se ha mantenido la convicción de la necesidad de uniculturalismo: una sola lengua, un solo pensamiento; no hay pensamientos plurales, y apenas están desarrollando hacia no podría decir un pluriculturalismo, sino una especie de consideración con algo de desprecio hacia las culturas menores”. Las más de 500 personas que masticaron en silencio ese desprecio, comprendieron de qué van las palabras del francés. Hay algo desgarrador en su experiencia con el idioma bretón, propio de la región francesa de Bretaña. “Está acabándose –subrayó–, no porque esté ahora perseguido, sino porque la gente de mi generación prohibió a sus hijos hablarlo, porque este idioma significaba el subdesarrollo, la pobreza, la miseria. La juventud ahora aprende de nuevo el idioma, pero, cuando un idioma se muere, es muy difícil resucitarlo. Los idiomas son frágiles.” No es muy aficionado, Le Clézio, a estos encuentros. “La última vez que fui a una feria fue en Buenos Aires”, confirmó. Después, este hombre blanquísimo y alto agradeció la hospitalidad de todos los habitantes de Guadalajara.

Salsa linda

Nubia Macías, la mujer orquesta que dirige la FIL, camina luego de otear el horizonte de la Expo. Hace unos segundos, aunque cueste creerlo, estaba lidiando con una minucia que otra, en su lugar, delegaría. Estaba con los 22 mástiles de cada una de las banderas de las 22 Academias de la Lengua. “La gente se apropió de la Feria: la quiere, la cuida; son cómplices de lo que pasa acá y quieren que vengan buenos escritores. Basta con que se mire un poco para notarlo. La respuesta de la gente es la locura más bella; ¿hay algo más impresionante que gente que quiere estar entre libros y escritores? ¡Dios mío, qué locura tan linda!” La banda de sonido de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es, sin titubeos, una buena salsa. “Esta es la fiesta de los libros y para los libros. Y las mejores cosas que suceden en la vida son con la salsa.”

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“La gente se apropió de la feria: la quiere, la cuida; es cómplice de lo que pasa acá.”
 
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