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Sábado, 7 de diciembre de 2013

CULTURA › LA ESTACION DE LOS DESEOS CELEBRA SUS DOCE AÑOS INCUBANDO PROYECTOS EN EL CORAZON DE BUENOS AIRES

Cuando el ámbito se adapta a las ganas de crear

El espacio de Caballito fue recuperado por los vecinos para contribuir a la producción artística y desarrollar una labor de integración cultural y social. Emilio del Guercio será el invitado en la celebración del aniversario de esta verdadera usina cultural.

 Por María Zentner

A comienzos de 2002, cuando en el país la emergencia era la norma, un grupo de vecinos y artistas se juntaron con el fin de recuperar para el barrio y para la comunidad la antigua Playa de Cargas Caballito: un predio de veinte hectáreas con una nave de 1200 metros cuadrados que se encontraba en absoluto estado de abandono. Nació así el proyecto de la Estación de los Deseos, espacio cultural que hoy festeja doce años dedicados a contribuir a la producción artística y a desarrollar una labor de integración cultural y social. Ubicado en Bacacay 1608 –literalmente el centro de la ciudad–, es uno de esos lugares escondidos a la vista de todos que sorprende al visitante tanto desde lo estructural como por la naturaleza y la forma del trabajo que lleva adelante.

“Al principio, la pérdida era un sello que nos llevábamos puesto, era el momento de recuperar cosas que habíamos perdido. En esa época, el abandono era una constante en todo el país. Recuperar la estación, de alguna manera, tenía que ver con la construcción de ciudadanía, de la identidad, desde nuestro laburo, que es el cultural y artístico”, recuerda Fernando Dhaini, músico, director y alma mater del espacio. Lejos de esa época de necesidad y urgencias, la Estación se prepara para festejar, este sábado a partir de las 17, sus doce años de vida con un festival de música, artes visuales, acrobacia, danza, muestras de fotografía, cine y plástica, que contará con la participación especial de Emilio del Guercio (ver aparte).

Al traspasar el inmenso portón de hierro, cemento y ladrillo que anuncia “Ferrocarril Oeste Caballito - Entrada al Servicio de Carga”, nada indica que cincuenta metros más adelante, en aquel gigantesco galpón, funciona un centro cultural. Hay que seguir caminando, pasar por al lado de un palacete colonial muy venido a menos, que antiguamente fue la vivienda de Norberto de la Riestra (gerente del Ferrocarril del Oeste en su etapa fundacional), y llegar al claro en el que esa nave de 60 por 20 metros pelea el protagonismo con el imponente paisaje que mezcla trenes abandonados, vías, árboles –muchos árboles– y los edificios que parecen a la vez tan lejos y tan cerca.

Dhaini define al proyecto como un “espacio de incubación de actividades artísticas, culturales y sociales”. ¿Qué quiere decir esto? Básicamente, que lo que ofrece es un ámbito para la producción y formación de diferentes disciplinas relacionadas con el arte, que se adapta a las necesidades que cada una presente. Es decir: el lugar crece, se transforma y modifica en la medida en que es requerido por quienes se acercan. Allí donde existe una necesidad se crea un espacio. Así sucede que, en el mismo lugar en el que una tarde se encuentra un escenario y un auditorio donde más de trescientas personas asisten al concierto de una big band de jazz, dos días más tarde hay colchonetas, arneses y telas colgadas del techo –a siete metros y medio de altura–, y una escuela de acróbatas ensaya piruetas en el aire.

El concepto de incubación es el eje motor de la Estación. Su fin principal: fomentar la producción artística a través de la generación de un ambiente propicio para llevar a cabo actividades relacionadas con la música, la plástica o la escenografía (entre otras), que, por sus características, precisan locaciones “particulares”. Cuenta con cuatro salas insonorizadas, con capacidad para treinta o cuarenta músicos, donde es posible que ensayen simultáneamente, por ejemplo, una orquesta de jazz y un grupo de percusión. También tiene un ala dedicada a talleres de realización y de artes plásticas y un estudio de danza. La Estación, en su momento, albergó la actividad de grupos numerosos (y ruidosos) como El Choque Urbano o La Bomba del Tiempo y funcionó como taller del artista plástico Tomás Espina, que trabajaba en obras con pólvora. Desde el punto de vista de la formación, recibe escuelas de acrobacia aérea, danza en tela, de samba reggae, percusión, fotografía y grabación digital, que brindan talleres anuales.

Todo en la Estación es sobredimensionado. Y todo parece vibrar. La idea de incubación a veces deja de ser sólo abstracta. El enorme galpón late. Tiene vida. “El concepto está relacionado con lo que necesita un grupo en un momento determinado para desarrollarse. El ejemplo más gráfico es el de un bebé: va a una incubadora cuando le hace falta, no todo el tiempo. De alguna manera, esto también parte de ese criterio: cuando dejan de necesitarnos, dejan de utilizarnos”, puntualiza Dhaini. La Estación cuenta con una autorización oficial de uso del espacio y, a pesar de haber sido declarada de interés cultural por el Congreso de la Nación y por la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, no recibe ningún tipo de financiamiento del Estado. Es completamente autogestionada y autofinanciada.

“Para nosotros fue salvador, porque conseguir un lugar de ensayo equipado y cómodo para una orquesta tan numerosa es muy complicado”, afirma Roberto Martín, uno de los directores de la Mega Big Band, una orquesta de jazz con veinte años de trayectoria, que desde hace dos ensaya en la Estación y que cuenta con más de cuarenta integrantes. “En un momento que necesitamos cambiar el lugar, dimos con el centro cultural. Le comentamos a Fernando nuestras necesidades y tuvimos de parte de él todo el apoyo: de brindar el espacio, por un lado, y de hacer posible su utilización no sólo para los ensayos semanales, sino también para conciertos que, generalmente, son tres o cuatro a lo largo del año”, relata.

Como parte de una experiencia artística que funciona sin fines comerciales, Martín siente una fuerte identificación con la propuesta del espacio, que, según su opinión, funciona como usina de exploración, trabajo e investigación. “Una de las cosas que me parece importante destacar es el hecho de que haya gente que apuesta a los proyectos grupales y que, increíblemente –y a pesar de todas las dificultades que se presentan–, se puedan sostener a lo largo del tiempo. Me parece que no es poca cosa, sobre todo acá, donde se piensa tanto a corto plazo. Estos son proyectos que apuntan a hacer historia en cuanto al proyecto en sí mismo, más allá de las aspiraciones de cada uno”, reflexiona. Y agrega: “Este tipo de trabajo (como el de la Mega Big Band o el del centro cultural), que no persigue un fin comercial porque directamente sería inviable económicamente, es motivado por el hecho de llevar adelante proyectos que son comunitarios e inclusivos. Espiritualmente nos sentimos muy cerca. Es como si tuviéramos la mira puesta en los mismos objetivos e intereses, que son la participación de los músicos y de la ciudadanía. De eso se trata”.

La escuela de danza aérea con arnés El Aire es Libre funciona hace dos años y medio en la Estación de los Deseos. Su directora, Adriana Louvet, admite que siempre le resultó muy difícil encontrar lugares con las capacidades técnicas y físicas necesarias para llevar a cabo la actividad a la que se dedica y que se siente muy contenta de, finalmente, haber descubierto dónde fortalecer la formación de la escuela y mantener su continuidad. “Desde el principio me sentí muy cómoda trabajando acá. El lugar convoca –afirma–. Entre todos los talleres, las movidas, las peñas, los encuentros y las muestras, siempre tuvimos muy buena respuesta de la gente a las clases. Lo que genera es que los alumnos adopten el lugar, que se anoten en varios cursos. Hay muchos que se pasen el día acá. Creo que eso tiene mucho que ver con la forma en que funciona.”

Existe una tercera faceta incubadora de la Estación y es la de proporcionar recursos estructurales para shows o grabaciones a aquellos que lo precisaran: cuenta con un auditorio con capacidad para alrededor de trescientas personas, un estudio de grabación de dieciséis canales y, próximamente, un canal de transmisión por Internet. Formación, producción y realización. El director del proyecto calcula que son alrededor de 1500 personas por semana las que se acercan para participar de las actividades. De todos modos hace hincapié en que, a pesar de que se llevan a cabo eventos, recitales y espectáculos, el eje principal de la Estación de los Deseos es la producción integral de cultura y de arte. “Creemos que nada bueno puede construirse sobre la destrucción de la memoria colectiva. Con este concepto fuimos laburando y, a medida que pasaron los años, fuimos también haciéndonos cargo de cosas que entendemos que forman parte del patrimonio histórico y cultural del barrio. ¿Por qué Estación de los Deseos y no de los sueños?”, se pregunta Dhaini, y responde: “Porque hay una diferencia fundamental entre sueño y deseo: el sueño es sólo sueño. El deseo, en cambio, es una acción motorizante de más acciones. Y las acciones son las que hacen que este espacio haya llegado a la realidad que es hoy. La Estación es un deseo, no un sueño”.

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La escuela de danza aérea con arnés El Aire es Libre funciona en la Estación de los Deseos.
Imagen: Pablo Piovano
 
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