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Viernes, 14 de marzo de 2014

CULTURA › DIFíCILES ERAN LAS DE ANTES, EN EL PALAIS DE GLACE

Aquellos brillosos objetos del deseo

La muestra reúne figuritas originales de entre 1920 y 1990, a partir de la colección de Rafael Bitrán, además de gigantografías, extractos de dibujos, álbumes, publicidades y parafernalia que permite reconstruir una de las más difundidas costumbres de la infancia.

 Por Andrés Valenzuela

“Late”, “nola”, “pelu no vuelve”. Frases indelebles en la memoria de cualquiera que haya tenido que negociar una figurita en su infancia. Suerte de introducción a la economía de la escasez, gracias a las “difíciles”, a la negociación y a la competencia por algo valiosísimo: esos cartoncitos, chapitas o papelitos impresos –redondos, cuadrados o rectangulares– para llenar un álbum (panacea y gloria de la niñez). Ese universo es el que homenajea y trae de regreso la exposición Difíciles eran las de antes, que acaba de inaugurarse en el Palais de Glace (Posadas 1725) a partir de una colección de Rafael Bitrán y la curaduría de Oscar Smoje. La muestra incluye figuritas originales de entre 1920 y 1990, gigantografías, extractos de dibujos, álbumes, publicidades y parafernalia variopinta que permite reconstruir una de las más difundidas costumbres de la infancia, aún vigente.

Bitrán comenzó a construir su colección de grande. En la adolescencia, como casi todo el mundo, se olvidó de sus álbumes. Licenciado y profesor de historia, abrió una librería de usados con algunos colegas y, según cuenta, lo más divertido de ese emprendimiento consistía en comprar cosas a los clientes: libros –claro–, discos, casetes, posters y... figuritas. “Empecé a coleccionar las de Boca, después me copé con las de fútbol, después con las que eran de mi época y, en menos de un año, coleccionaba todas las que fueran argentinas de 1900 a 1990”, cuenta este coleccionista de 47 años. En su ¿figuriteca? alberga más de 500 álbumes e incontables figuritas sueltas. Tantas, que ni se anima a arriesgar una cifra, por temor a que resulte obscena.

Superhéroes, seres fantásticos, autos, aviones, estrellas de la televisión (oportunidad inmejorable para ver a Susana Giménez sin photoshop), ídolos del fútbol, dibujitos animados, historietas, músicos, piratas, viajes espaciales (de los de verdad), películas... Incluso había figuritas de acontecimientos históricos, y Anteojito, en un álbum, mezclaba a sus personajes con próceres nacionales. Figuritas para ellos y para ellas (que se distinguían por traer texturas aterciopeladas o brillitos, aroma y hasta forma de corazón). Albumes que ofrecían premios: codiciadas pelotas número 5, autos de juguete, camisetas de fútbol y hasta un “cinegraf”.

A uno podrá tocarle más el corazoncito lo que salió de la factoría García Ferré. A otros, esas cartulinitas con los flequillos beatle y la apostura de Sandro. A los que rondan los 30, ese otro marco que reúne los sobrecitos de las de Thundercats, Robotech, Transformers, SuperAmigos, Ositos Cariñosos, Frutillitas y muchas más: retrato de una infancia en los tempranos años ’80. El criterio para seleccionar las figuritas y álbumes que se exponen, justamente, fue apuntar a las que más podían emocionar al público, apunta Bitrán.

“El primer criterio de selección no fue apuntar a las más difíciles, que en general lo son, porque poca gente las coleccionó y por eso no se consiguen, sino a las que se guardan en la memoria colectiva popular, las que la gente más recuerda”, explica el historiador. “Tampoco quería la cosa exhibicionista de ‘mirá qué figuritas raras que tengo’, porque eso no emociona a nadie. Hay una vitrina sola dedicada a las fichitas de los ’20, que es una joya por lo difícil, pero la mayoría ya no lo recuerda, porque lamentablemente muchos de esos niños de los ’20 hoy están muertos.” Las de fútbol de los ’50 y ’60, asegura, puede que hagan llorar a más de uno.

“La gente va a las muestras a ver cosas que no conoce, pero acá la gente va a ver cosas que toda su infancia quiso y no pudo ver”, asegura Bitrán. “Esto no le cambia la vida a nadie, pero es fuerte emocionalmente, porque apela a la inocencia de la infancia. Hay gente que va a encontrarse con un objeto de deseo que fue muy fuerte para una parte de su vida, no importante para el resto de su existencia, pero sí fuerte como temprana experiencia de vida.”

Listar aquí los álbumes y figuritas que se exponen es, además de imposible, ocioso. Lo cierto es que se puede recorrer la historia de las figuritas argentinas para armar en paralelo una de las industrias del entretenimiento y los consumos culturales de la niñez: en qué momento se incorporó la televisión como referente ineludible para el universo cultural infantil, qué series se veían y disfrutaban más, incluso qué bajada de línea recibían los chicos. Vuelta al álbum de Anteojito: ahí están sus protagonistas y héroes pegaditos al lado de San Martín, Belgrano y el resto del panteón de próceres de la historia nacional oficial.

Es, también, un modo de explorar esos objetos de deseo de la niñez: la pelota número 5, una rareza accesible sólo a unos pocos afortunados (y que otorgaba gran poder en el barrio). La capacidad de cambio, un poco por la buena suerte al abrir el sobre, otro poco por las buenas arcas familiares que permitían que esos sobres siguieran fluyendo. Y claro, promociones que hoy resultarían inconcebibles: marcas de cigarrillos ofreciendo figuritas de fútbol (seguramente para coaccionar a los padres a través de sus hijos), o una competencia feroz entre las marcas de chocolatines para obtener una tajada del competitivo mercado kiosqueril. En las paredes del Palais hay publicidades de Starosta, Po-Po, Nestlé, Dix, Laponia, Piraña (sí, jovenzuelos, parece que hubo un chocolate llamado “piraña”) y Godet.

Hoy, reconocen los consultados por este diario, las figuritas son otra cosa. Sigue habiendo muchas (“miles”, exagera una madre), pero pasan fugazmente. Ya no hay más álbumes que se tardaban un año en llenar. Ahora tras unos meses pasan al olvido, sepultados por otros tres álbumes nuevos, del dibujito o serie de moda. Por eso algunos kioscos no las venden, mientras otros (mejor ubicados estratégicamente) las distribuyen entre las criaturitas cual droga de diseño.

“Ahora los pibes coleccionan distinto”, desmenuza Bitrán. “No digo que no les dan bola, porque sé que sí, pero cuando yo era chico te entraban por la pelota de cuero, no había partidos de Pakistán en la tele, veías con suerte uno y el fin de semana, y salía El Gráfico; las figuritas eran una de las cinco o seis distracciones que teníamos”, rememora y advierte que hoy la competencia es mucha. Por eso, también, fluyen constantemente las nuevas colecciones, a ver si alguna funciona mejor y consigue imponerse a los videojuegos. Claro, a más entretenimiento, también hay más atomización entre los posibles consumidores. Se puede intuir, sin embargo, que con el inminente mundial de fútbol habrá una tanda temática en cierne y más de un padre coleccionándola con sus hijos. Pero no hay vueltas, parece que difíciles eran las de antes.

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“La muestra es fuerte emocionalmente, porque apela a la inocencia de la infancia.”
 
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