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Domingo, 25 de septiembre de 2016

CULTURA › ENTREVISTA AL NOTABLE ILUSTRADOR ISTVANSCH “EL LENGUAJE, HASTA EL MAS OBVIO,

encierra cosas muy profundas”

Las ilustraciones y los textos de Obvio, su último libro, tienen la marca de un humor tan fresco como filoso. Istvansch interpela a los lectores de todas las edades y les plantea pregunta tras pregunta, sorpresa tras sorpresa.

 Por Karina Micheletto

Es un pez, obvio. Y ahora es un ojo, obvio. Y ese ojo es un sol, obvio. Pero si es azul puede ser cielo porque es sol, y también mar porque es pez. Obvio. De este tipo de cosas obvias está hecho el libro que acaba de editar Istvansch, sobre la base de un trabajo que parece infinito de recorte sobre recorte, en un colorido despliegue de papeles superpuestos que, increíblemente, el ilustrador y escritor trabaja a mano y sin dibujar previamente, con pulso de acero. Nada es obvio en este libro que se llama Obvio: Desde las ilustraciones y desde los textos, que tienen la marca de un humor tan fresco como filoso, y también punzante (como sucede con el humor cuando funciona), Istvansch interpela a los lectores de todas las edades y les planta pregunta tras pregunta, sorpresa tras sorpresa. ¿Al final, qué es lo obvio? ¿No será que todo es más incierto de lo que se piensa, hasta lo que se cree más obvio?

De una investigación a nivel creativo sobre éstas y otras cuestiones, cuenta el ilustrador con nombre con pocas vocales (su nombre, de origen húngaro, es Istvan, y él lo unió a las primeras letras de su apellido, Schritter). Cuenta también que la idea disparadora fueron unos dibujos que hizo para una muestra hace unos cinco años (él los llama dibujos, y hay que aclarar que están hechos exclusivamente de recortes, pegados de tal manera que también cobran dimensión, sombras y luces). “Ahí empecé a pensar: qué interesante esto para hablar sobre lo obvio, porque acá nada es obvio. En ese momento lo había pensado para chicos muy chiquititos, para los que suele haber libros obvios: un camión y la palabra camión, una flor y la palabra flor. Pensé: ¿cómo será poner un dibujo que sea esa palabra, pero también otra cosa, y otra, y todo, y al final no sea nada de lo que se nombra? En aquella idea primigenia pensé en los medios de transporte: ponía la palabra camión y al lado sí, había un camioncito, pero era lo de menos”, recuerda el autor.

– ¿Y cómo se transformó aquella idea en este libro, que es para chicos pero también para grandes?

– Fue creciendo a medida que me fui dando cuenta de que se podía explorar muchísimo más, era una invitación a que el texto también jugara con las imágenes de una manera totalmente incierta, diciendo cosas que pueden estar ancladas en la imagen o no, donde cada uno le encuentra un sentido posible. La idea de los transportes quedó, porque en cada página hay uno, en algún lado. Me di cuenta después de que tenía que ver con un camino, con ir o dejarse llevar por algo. Pero también hay todo otro sentido ahí: ¿Qué medios de transporte? Los obvios, un camión, un tren, una bicicleta. Pero también un dirigible, un submarino o una nave espacial, o un batiscafo. Deja de ser obvio, también en ese sentido.

– Su punto de partida es la imagen. ¿Cómo trabajó a partir de eso los textos?

– Investigué mucho para escribir, encontrar el hilo conductor que tengo que seguir, para guiarme en la escritura. Hay un inconsciente colectivo, sobre todo en los libros ilustrados o los que se piensan para chicos, de que el libro debe enseñar algo, debe educar. Me propuse jugar con eso: ¿dónde está lo que educa? Entonces, que sea un libro también sobre el libro. Se podrían poner todos los elementos del libro: Prólogo, advertencia, postfacio, índice… Así se arma un libro, obvio. Pero acá nada es obvio. Hay una dedicatoria y un epígrafe, pero, ¿de quiénes son esas frases? ¿Existen fray Pedro del Ramplón y Guillaume D’ Arpouvert? ¿Y de verdad dijeron eso?

–Está todo muy cruzado por el humor…

– A mí el humor me guía, me sale muy espontáneamente. Y en este caso creo que es algo que el libro mismo facilita. Yo puedo remitir al dibujo, pero en el dibujo está y la vez no está aquello a lo que me refiero. Para eso me sirvió usar artículos indefinidos, adverbios de lugar: “Mire ahí”. ¿Ahí adónde? Bueno, ¡que se arregle el lector! “El circulito”. ¿Pero si hay 70 circulitos en el dibujo? ¿Cuál? ¡Ese! ¿No ve? Sé que estoy jugando con algo que va a llevar al lector a meterse en la imagen, y va a terminar dándose cuenta de que es una cargada. Me dijo hace poco un lector: sos un provocador. Y sí, si logro provocar, tarea cumplida.

– ¿Pero para llegar a decir esto, con tanto humor, tuvo que investigar?

– Mucho. Siempre es así: Mi libro anterior (el premiado Puatucha Rentes. La leyenda olvidada) fue toda una investigación en torno a cómo habla el mercado del arte y la crítica del arte, para poder después jugar con eso. En este caso es toda una investigación en torno a las sutilezas del lenguaje para que el lector se ponga a pensar dónde está lo obvio en todo esto. La elección de la segunda persona de cortesía, el usted, que no es una persona usual, y menos en libros ilustrados dentro de lo que es supuestamente literatura infantil, también tiene que ver con eso. Esa persona de cortesía hace que el texto se distancie, cuando al mismo tiempo está jugando mucho. ¡El lector es llevado a jugar, pero con respeto! (risas)

Istvansch dice que sabía que Obvio era un buen título, cortito, ganchero. Pero nunca imaginó que iba a funcionar tanto, casi inmediatamente. Y es que detrás de esa palabra apareció todo lo no obvio, y también la muletilla: “‘Obvio’: ¿Obvio, qué? ¿Qué hay de obvio en este mundo?”, pregunta el autor. “‘Todo bien’: ¿todo qué, bien? ¡Si jamás está todo bien! (risas). Es una expresión que cierra: antes decíamos ¿qué tal, cómo te va? Ahora, preguntando ‘¿todo bien?’, le estamos diciendo al otro: no se te ocurra decirme que estás mal, porque me voy. El lenguaje, hasta el más obvio, encierra cosas muy profundas, que no son nada obvias. Y eso que propone mostrar este libro.

–¿Cómo funciona el libro con lectores de diferentes edades?

–He visto a nenes de cinco años, con esa postura tan de jardín que agarran el libro y lo estampan contra el piso para poder recorrerlo con el dedito, ponerse a mirar qué hay y a darlo vuelta mientras van encontrando distintas cosas. Los adultos primero se enganchan con el texto y ahí se sienten apelados en sus saberes. En textos como “Alégrese”, que tienen que ver con haber vivido ciertas situaciones y frustraciones, enseguida se mueren de risa sintiéndose apelados. Habla de cuando uno está en picada y te vienen a decir: ¡ponéle onda, está todo bien, no pasa nada! ¡Y vos te estás muriendo! (risas). Han hecho una lectura política, que ahora veo obvia, pero que tampoco había pensado: es un texto sobre este momento de país, vamos por ese lado. Y esto va más allá de colores políticos, porque gente de muy distintas ideas me ha dicho lo mismo: esto tiene que ver con el momento. Todo se cae, por todos lados, y tantas veces nos dicen: ¡está todo bien, fuerza, ánimo, alegría! A veces es uno mismo el que se lo dice, otras te lo dicen los otros, o el contexto, y vos te sentís un desubicado por sentir que te estás cayendo junto con todo.

– ¿Pero usted piensa en adultos o en niños cuando trabaja?

– Es una investigación mía desde siempre: que los libros sean, en todo caso, también para chicos. Creo que cualquier libro tiene que ser para cualquier edad. Porque siempre uno tiene nuevos saberes para leer de distintas maneras. Cuando un libro es multívoco y se ofrece a múltiples lecturas, con nuevos saberes se le encuentran nuevas lecturas. Siento que ese chico de cinco años que se apropia del libro y se pone a recorrerlo con el dedito, tiene esa transparencia de la infancia, la de saber ver. Y un adulto, que ha transitado felicidades y congojas, lo lee desde ese lugar. Es una búsqueda también para que los libros para chicos sean, cada vez más, para cualquiera. Por supuesto, acá me vienen enseguida las palabras de María Teresa Andruetto con su libro Hacia una literatura sin adjetivos: como muchos, yo quiero hacer más literatura que infantil.

– Y los editores, ¿qué opinan?

– Por supuesto que los editores entienden, favorecen y celebran que el libro sea para múltiples edades. Pero claro, hay que pensar en lanzarlo al mercado y en venderlo, porque de eso se trata también. Entonces consensuamos, al menos en primera instancia, a qué mercado se dirige, y después vemos cómo sigue la cosa. En principio, éste lo pensamos para último ciclo de la primaria, secundaria y adultos. Pero yo me comunico mucho con los editores, y además me gusta mucho estar en contacto con mis lectores, voy mucho a ferias, a jardines, a escuelas. Ahí presento el libro y digamos que hago mi show. Los chicos entran rapidísimo, mucho más rápido que los adultos. Pero claro, no es el usual “cuento para niños”. ¡Obvio!

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“Creo que cualquier libro tiene que ser para cualquier edad”, sostiene Istvansch.
Imagen: Pablo Piovano
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