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Lunes, 3 de agosto de 2009

PIAZZOLLA. EL MAL ENTENDIDO, DE DIEGO FISCHERMAN Y ABEL GILBERT

La historia en movimiento

Lejos de caer en ciertas canonizaciones usuales de Piazzolla, los autores se lanzan a un apasionado viaje de diez capítulos abundantes en información y lúcidos en el análisis: un libro consagrado, sobre todo, a la música.

 Por Santiago Giordano

Los diez capítulos que entre una introducción y un epílogo articulan las 400 páginas del libro no llevan más título que una enunciación de tiempo y lugar. El afán pareciera pasar por cuadrar las coordenadas de una vida y una obra. Se revuelve y se confronta con minuciosidad lo dicho, escrito e insinuado, desde y hacia ellas; se las sitúa con relación al resto de las cosas; se las conjuga con agudos análisis y miradas sobre la realidad que las ciñe. Se apela a numerosas fuentes y testimonios, directos e indirectos: hay certezas, indicios, dudas y contradicciones, todo forma parte del objeto y está puesto en juego con rigor y sensibilidad. Piazzolla. El mal entendido, el excelente libro de Diego Fischerman y Abel Gilbert publicado por editorial Edhasa, es más que una biografía: el gusto por el detalle que caracteriza la narración meticulosa y plena, revela, en principio, una verdadera persecución.

Lejos de la inmovilidad con que la historia suele patrocinar a sus nombres ejemplares, y más lejos aún de la épica con que suele contar sus gestas, Fischerman y Gilbert persiguen a Astor Piazzolla que, entre sus convicciones, confusiones, vértigos y contradicciones, es uno de los músicos más importantes, más allá de tradiciones, del siglo XX. Se trata de un estudio cultural, como advierte con sobriedad y sensatez el subtítulo de un trabajo que, como pocos, muestra acabados enfoques de las distintas épocas y lugares que de una manera u otra tuvieron que ver con Piazzolla. O mejor dicho, con la música de Piazzolla.

En este caso, “la” historia no se entiende en el personaje. Pasa por él, naturalmente, y con reflejos también lo reconstruye; pero el foco está puesto en la valoración de la música de Piazzolla, de esa obra extensa y articulada que Fischerman y Gilbert ponen en relación con un amplio universo sonoro. De este modo es liberada de cierta condición de “objeto absoluto”, con la presunción de haber nacido “incomprendida” –dato generalmente asimilado– y más tarde redimida urbi et orbi, en la pueblerina idea de que su posterior comprensión implicó un progreso.

Escuchando al Piazzolla que escucha, los autores recogen indicios para abrir y cerrar interrogantes. Desde la vida hasta la obra. El discípulo díscolo de Ginastera que trabaja en el ámbito del tango; el que gana un concurso de composición con una obra notablemente influida por su maestro, que formaba parte del jurado; el que viaja a París para estudiar con Nadia Boulanger y regresa encantado con Gerry Mulligan; el que entre apelaciones implacablemente prácticas y funcionales al barroco, Bartok y Stravinsky construye un universo parcial, pero inédito; el creador impactante de Tres minutos con la realidad en los ’50 tardíos; el arreglador de sí mismo en los ’80. El que desde su lugar descentrado entendió a su manera el jazz, la música clásica y hasta el tango. El que no entendieron, o entendieron mal.

Como la de Piazzolla ante los géneros que lo alimentaron, cierta mirada descentrada de Fischerman y Gilbert con respecto al músico y sus circunstancias, evita compromisos sentimentales. Las pasiones –y un trabajo de esta magnitud exige muchas– están canalizadas en explicar de qué manera lo motivaron en la creación las distintas formaciones que ideó –desde la típica del ’46 hasta el sexteto, pasando por el Octeto, el Conjunto 9, la música para orquesta y naturalmente el quinteto–, o cómo influyeron en sus composiciones la presencia de Elvino Vardaro, más que de Antonio Agri o Fernando Suárez Paz; qué tenía el piano de Osvaldo Manzi o el de Dante Amicarelli, o el de Gerardo Gandini; qué aportaban Kicho Díaz desde el contrabajo, Horacio Malvicino u Oscar López Ruiz en la guitarra. O cuánto de West Side Story hay en María de Buenos Aires; qué gestos tomó del jazz y dónde los puso; de qué forma flirteaba con el rock y la juventud –el capítulo que el libro dedica al rock argentino de los comienzos es de lo más sólido que se ha escrito en la materia–; cuánto de improvisación hay en una escritura rigurosa.

Entre dos fechas, Piazzolla. El mal entendido reconstruye a Astor Piazzolla, lo contextualiza en una realidad y analiza con lucidez y muy buena información sus causas y efectos. O, más precisamente, las de su obra, porque el libro –ésta podría ser una de sus particularidades– habla de música.

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Astor es retratado con sus convicciones y sus contradicciones.
 
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