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Sábado, 8 de agosto de 2009

PRESENTACIóN DE LA 29ª FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE SANTIAGO DE CHILE

La lectura como puente trasandino

Este año la Argentina será el invitado de honor de la muestra, que se desarrollará entre el 30 de octubre y el 15 de noviembre. Participarán, entre otros, Fogwill, Claudia Piñeiro, Ana María Shua, Horacio González, Damián Tabarovsky, Felipe Pigna y Mario “Pacho” O’Donnell.

 Por Silvina Friera

Elegantes por naturaleza, los gatos juegan en el jardín de la Embajada de Chile, ajenos a las cuestiones protocolares de este petit hotel de estirpe aristocrática. En uno de los salones se presenta la 29ª Feria Internacional del Libro de Santiago, cuyo país invitado de honor es Argentina. Entre los escritores argentinos que participarán de las distintas actividades que se llevarán a cabo entre el próximo 30 de octubre y el 15 de noviembre participarán Fogwill, Claudia Piñeiro, Ana María Shua, Horacio González, Damián Tabarovsky, Felipe Pigna, Vicente Battista y Mario “Pacho” O’Donnell, entre otros. Luis Chitarroni, Daniel Divinsky, Adriana Hidalgo y Luz Henríquez, entre otros invitados, forman un semicírculo alrededor de tres hombres refinados: Luis Maira, embajador chileno en el país; Ginés González García, embajador argentino en Chile; y Eduardo Castillo, presidente de la Cámara Chilena del Libro, quien recuerda que hace veintinueve años, bajo los aromos del Parque Forestal, en el centro de la ciudad, nació el evento cultural más importante para los chilenos, “en un momento en que las tribunas públicas eran escasas, y por lo tanto la feria se transformó en un espacio donde los intelectuales y escritores podían hacer oír su voz”.

La Feria del Libro de Santiago fue creciendo en importancia y en cantidad de público –en los diecisiete días que dura la visitan más de 260 mil personas–, y hace veintiún años se mudó a otro lugar emblemático para los santiaguinos: la estación ferroviaria Mapocho. “Abrimos esta estación que estaba abandonada y siempre dijimos que allí los libros llegaron para reemplazar a los trenes. Logramos convocar a mucha gente para que esa estación se transformara en un centro cultural”, sintetiza Castillo. “Después de tanto andar, tenemos a Argentina como invitado de honor, en un momento especial donde la Feria pretende ser la puerta de entrada a los festejos del Bicentenario. La Cordillera, más allá de separarnos, ha servido para unirnos”, agrega el presidente de la Cámara Chilena del Libro. La voz cavernosa de González García retumba en el ambiente. “Los agradecidos somos nosotros por esta distinción que nos han hecho”, dice. “Creía que la Feria era un motor único, pero me di cuenta de que el motor único son los libros. Contra mucho de lo que se dice, el libro sigue teniendo un arraigo tremendo en nuestra cultura. Yo conocí la Feria el año pasado y puedo decirles que verdaderamente es una locomotora de todo lo que significa el movimiento cultural en Chile. Nosotros queremos estar a la altura de lo que ha sido, de lo que es y de lo queremos que sea la Argentina”, subraya el embajador y comenta que la presidenta Cristina Fernández está tratando de acomodar su agenda para poder participar de la Feria del Libro de Santiago, por la que han pasado México, España, Perú, Brasil y Colombia como países invitados de honor.

De repente, el agudo chirrido de un celular casi consigue tapar la imponente voz de González García. “Pobre, Pacho (O’Donnell), siempre le pasan estas cosas de recibir una llamada cuando no la tenía que recibir”, bromea el embajador, que augura que la Feria del Libro de Santiago será “un paso enorme hacia delante para todos”. Los tres hombres distinguidos y cordiales no se privan de cultivar un jardín de elogios. “Con mi amigo entrañable Ginés González García practicamos la diplomacia directa del siglo XXI, sin gerundios ni consideraciones, simplemente yendo a la esencia”, aclara Maira. “Vine por primera vez a este país en 1961; mi mayor impacto al conocer Buenos Aires fue la vitalidad de su centro en torno de la calle Corrientes y espacios adyacentes, y de unas librerías que funcionaban a horas maravillosas y desmesuradas, tiempos en donde uno podía entrar a una función cuando el día empezaba, luego salir a revisar discos y libros y hasta comer algo antes de irse al hotel a dormir”, repasa Maira con el placer de los recuerdos de la noche porteña a flor de piel. “La primera vez que vine a la Argentina no dormí; deambulé por distintas librerías, espacios culturales, bares históricos y cafés. Y me hice el juramento de volver frecuentemente a Buenos Aires, una verdadera capital cultural de América latina. Aquí hay espacios para hacer teatro que son la suma de lo que hay en Madrid y Barcelona juntos y mucho más de los que hay en ese otro gran foco que es el Distrito Federal de México –compara Maira–. De modo que los chilenos aprovechamos para venir a Buenos Aires con cualquier pretexto. Pero para mí lo esencial siempre han sido los libros. Cada viaje a Buenos Aires representaba adelantarme a la llegada de algunos ejemplares a las librerías chilenas y tener con ventaja la producción de las editoriales españoles y muchas de las editoriales argentinas que no llegaban a Chile.”

El segundo recuerdo de Maira es una larga conversación con Pablo Neruda en 1972, cuando el poeta y flamante Premio Nobel era embajador de Chile en París. “Me subrayaba la ventaja cultural que tenían los países que iban adelante en la industria editorial por la presencia de los libreros republicanos; cómo la editorial Losada había sido para él un hogar donde proyectó su producción en América latina, España y en el mundo; y cómo México y Argentina habían sido los países receptores de esta notable trasmigración española que tantos beneficios y frutos les dio a nuestros países.” Después de cinco años en Argentina, Maira afirma que es un “visitante rutinario” y “altamente beneficiado” de la exploración y obtención, en las librerías de nuevos y en las de viejos, “de cosas que uno siempre quiso tener entre las manos”. Cultivar la diplomacia directa del siglo XXI tiene sus costos. Una de las complicaciones, según admite el embajador chileno, es que no tiene el tiempo necesario para “llevar las lecturas que uno quisiera urgente y apasionadamente hacer” y tiene que alternar entre los deberes del cargo y los momentos de goce, los fines de semana y en las mañanas, para aprovechar “parte de la fascinante agenda cultural de la ciudad”.

Sin perder la compostura ni el tono amable, Maira reconoce que “estamos rehaciendo nuestra amistad después de años difíciles”. Despejado el nubarrón de las viejas discordias y tensiones, invita a un brindis con un vaso de vino tinto chileno, “que es tan bueno como el argentino”.

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Eduardo Castillo, de la Cámara del Libro chilena, y los embajadores Ginés González García y Luis Maira.
Imagen: Rafael Yohai
 
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