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Lunes, 10 de agosto de 2009

MARTíN FEDELE, AUTOR DEL FOLLETíN CRIOLLO LOS RURALISTAS

El compañero folletinista

La obra está ambientada en el primer peronismo, en ocasión de la muerte de Evita. Sucede a La cacería de Florencio Espiro y es parte de un proyecto que Fedele define como la “saga del clan griego”. “Quise jugar con los extremos, lo estereotipado, lo inverosímil”, señala.

 Por Silvina Friera

En la ribera de Quilmes hay sudestada. Y mucha tristeza. A fines de julio de 1952, la peonada enciende antorchas y llora por la agonía de Evita. En la estancia de los Pereyra cuchichean y festejan por anticipado el cáncer que consume a la jefa espiritual de los humildes; entre vítores y aplausos reciben a un pai brasileño para que haga su “trabajito” y ningún milagro desvíe el curso de esa muerte que se avecina. La venganza del pueblo llega de la mano de la astuta Fuscaiola y su receta siciliana: la polpetta venenatta, el cianuro escondido en pequeñas albóndigas. A las 20.25, la radio del Estado anuncia que María Eva ha pasado a la inmortalidad; los estancieros bailotean, chiflados, felices, piden a los gritos botellas de champaña. Pero esa misma noche “25 viejos ilustres” mueren envenenados por las exquisitas albóndigas de la Fuscaiola. El pretérito imperfecto es un tiempo verbal que se lleva a las patadas con la historia argentina. El presente se conjuga mejor. “El pasado no está muerto. En realidad ni siquiera es pasado”, ha dicho William Faulkner. Los ruralistas es el título de este folletín criollo que acaba de publicar el escritor y periodista Martín Fedele, un proyecto que comenzó con la primera entrega, La cacería de Florencio Espiro, contextualizado en los años ’40, cuando en Barracas al Sur gobernaba Barceló, previos a la irrupción del peronismo. Esta “saga del clan griego”, como la define su autor, continuará con Colonia Wanda, de inminente aparición, y tres folletines criollos más, ambientados en los años ’70, en el mismo territorio, en la ribera de Quilmes, “donde los pibes de Montoneros y los matones de la Triple A se reparten los roles de héroes y villanos”, anticipa el escritor a Página/12.

Cuando empezó a ordenar esta saga, a fines de 2006 y principios de 2007, Fedele tenía la intención de “jugar con un género medio marginal, ninguneado, a mitad de camino entre la literatura y el oficio de escribir: el folletín de aventuras”. El escritor admite que el momento político vivido el año pasado a partir del denominado conflicto “del campo” tuvo su coletazo en sus folletines. “Fue una cuestión de formas, porque originalmente ese episodio se iba a titular Los estancieros, pero el pulso periodístico acuñó un término, “ruralista”, mucho más sureño, más sonoro, más faulkneriano si se quiere, y eso le vino bien a una historia donde, ya sabemos, los malos son siempre los mismos malos, pero las formas narrativas, especialmente en el folletín de aventuras, exigen atención al momento en el cual se las formula”, explica Fedele. “A esta altura, las bravuconadas de sujetos como Hugo Biolcati o Mario Llambías parecen superar cualquier ideario estilístico. Hasta el folletinista más mentado sucumbe a la verba de esos señores del campo”, ironiza el escritor, que nació en 1972 en Berazategui, cerquita de donde ambienta sus historias.

Los dos folletines publicados aparecen como una bisagra que conduce hacia el peronismo. En ambas historias, la salvación o redención, en rigor el único atisbo de justicia que se impone, procede desde el campo popular; por ejemplo, la Fuscaiola envenenando con sus albóndigas a 25 ruralistas. “El folletín, como género, exige la redención, la salvación, la justicia hecha carne en sus personajes. Después estarán las mayores o menores simpatías que despierten estos personajes, o la clase social a la que pertenezcan, o las opiniones políticas que viertan, o las acciones que realicen”, subraya Fedele. “En el caso de un folletín ambientado en los años de Perón y Evita, está claro que las clases populares ocupan quizás el momento de mayor esplendor como sujeto histórico en la Argentina; entonces, el folletín paga por partida doble: la Justicia se hace justicialismo y el aluvión zoológico deviene en héroe literario.”

El autor se entusiasma cuando argumenta sobre las posibilidades de exploración del peronismo, un movimiento tan ecléctico y dinámico que sirve en bandeja un menú de tramas infinitas. “El peronismo es y será materia inagotable para indagar en sus entrañas. Y especialmente desde la ficción, porque abundan variedad de personajes y situaciones ideales para hacerlo. Uno tiene la sensación de que en el último tiempo al peronismo, como fenómeno político, se lo aborda casi exclusivamente desde el ensayo sociológico, desde lo historiográfico, donde todos los ‘estudiosos’ están preocupados por confirmar datos y fuentes, verdades, hechos objetivos; y se está dejando de lado la monumental posibilidad que ofrece el peronismo para la ficción literaria, donde la verdad absoluta no importa, no interesa, y hasta aburre”, fundamenta el escritor. “Como fenómeno de masas, en el sur de América, el peronismo tiene una liturgia exclusiva, un pulso único, una genealogía que lo vincula espiritualmente a las clases populares, de un modo casi sensorial, afectivo, que va mucho más allá de lo político. Están los personajes, están las fechas en el calendario peronista, está su musicalidad, su iconografía, sus arrebatos de amor, su violencia; está todo dado para condimentar una ‘de tiros’. Al menos ésa es la visión de este compañero folletinista.”

Fedele plantea que el género que ha decidido frecuentar con esta “saga del clan griego” posibilita “jugar con los extremos, lo estereotipado, lo inverosímil; todo aquello que desvela a cualquier tipo que cuenta historias, en el folletín está permitido, y mejor aún: es necesario llevar a otros límites”. Los cuatro pilares tentadores del folletín, confiesa el escritor, son la intriga, el suspense, la acción y las aventuras. “Esto permite anteponer los ‘hechos’ a las ‘palabras’, que para quienes venimos del periodismo es una buena manera de evadir los cánones del oficio: el folletín tiene libertades íntimas e ineludibles. La apuesta, el desafío, pasa por no traicionar la estirpe atolondrada y vertiginosa de un género maniqueo por naturaleza. Donde lo verosímil flaquea, allí está el folletín para remediarlo –sugiere–. Sin dudas que el carácter épico del folletín me alentó a transitar el género. La idea del western animado en personajes propios de Onetti o de Saer es un proyecto que merece, al menos, el riesgo del intento. Y en eso andamos.”

El surco que atraviesa La cacería... y Los ruralistas es un constante desprecio hacia esas amplias mayorías que alguna vez, allá lejos y hace tiempo, se las llamó pueblo. “Los sectores populares continúan siendo demonizados y denigrados por una sencilla razón: son muchos y siempre serán más. Y lo seguirán siendo. Los sectores populares son sagaces, dinámicos, abiertos a su tiempo y espacio. La aristocracia, cualquier aristocracia, es endogámica, asustadiza, sostenida en poderes ajenos, y se sabe inferior en número y capacidad de supervivencia –compara el escritor–. Entonces, ante la imagen de unas ‘patas’ en la fuente de la plaza pública, el miedo los llena de inquisición. Y actúan en consecuencia.”

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“El folletín, como género, exige la redención, la salvación, la justicia hecha carne en sus personajes”, dice.
 
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