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Lunes, 19 de julio de 2010

ENTREVISTA CON EL CRíTICO Y ESCRITOR NOé JITRIK

“Escribir es una decisión muy individual y de renuncia”

Lúcido ensayista, pero también narrador, admite que sus libros están navegando “por un espacio desconocido” y critica la idea del éxito y el imperio de lo efímero en el ambiente literario. “Quiero problematizar lo que podría ser la desdicha de la literatura”, dice.

 Por Silvina Friera

El aroma del café acaricia las congeladas fosas nasales. Un puñado de parroquianos se refugia del frío en las mesas del Thibon, un cálido local de venta de café tostado y molido a la vista, sobre la calle Montevideo. Un señor sencillo de barba blanca saluda y sonríe como si estuviera en su casa. Noé Jitrik está en su casa. Este pequeño lugar de citas y reuniones de trabajo es la prolongación del living de su departamento, que está ahí nomás, sobre Viamonte. “No sé qué decir; es una de las tantas cosas que me pasan”, dice alzando los hombros, como si pusiera a prueba el engranaje de las articulaciones y los músculos. Y pasa que a los 82 años Jitrik recibirá hoy el título Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República (Uruguay). No es la primera vez que le otorgan este tipo de reconocimiento a un hombre que navega con lucidez por las aguas de la escritura y la crítica literaria. El primer honoris causa se lo dio la Universidad de Puebla, en ese México que lo recibió con los brazos abiertos en 1974, donde se fue quedando como exiliado hasta 1987. El segundo, el año pasado, lo recibió de la Universidad de Mendoza. “Así que ya acumulo tres –repasa–, pero no cambian en absoluto mis angustias, mis preocupaciones y mi filosofía de trabajo, que no es recostarse sobre lo que uno ha hecho, sino en lo que uno puede seguir haciendo.”

Hace un año, cuando publicó su última novela, Destrucción del edificio de la lógica (Emecé), protagonizada por un profesor de filosofía desempleado y asediado por los fantasmas de sus alumnos, Jitrik reconocía que había en las páginas de ese libro un homenaje al café, un espacio donde la conversación es posible y fluida. Los pensamientos azarosos también ruedan por el aire del Thibon y se mezclan o confunden con retazos de otras conversaciones. Con gestos y silencios. “Lo que uno está haciendo te distrae, no sólo ocupa sino que tensa, porque es un tema resolver frase por frase o idea por idea. Y lo que está por hacerse es una incógnita: vendrá o no vendrá alguna idea, alguna cosa, algún cambio”, agrega el escritor que cuenta que tiene ganas de estar con sus amigos del otro lado del Río de la Plata. “Hay sombras y fantasmas en Uruguay. Un día me tocó ir a Montevideo y me alojaron en el mismo hotel donde se había suicidado Amado Nervo. Uruguay está lleno de reminiscencias, de recuerdos” (ver aparte). Además del honoris causa a este hombre que fue miembro de la revista Contorno en su juventud y que escribió notables trabajos sobre Horacio Quiroga, Florencio Sánchez, Roberto Arlt, José Hernández, Domingo Faustino Sarmiento y Julio Cortázar, sobre la novela histórica clásica y los campos discursivos, que transformaron las perspectivas y los modos de lectura de estos autores y cuestiones, habrá un homenaje especial a Jitrik en un seminario sobre el Novecientos, que él inaugurará con una conferencia magistral ante más de una veintena de investigadores argentinos, uruguayos y brasileños.

“Los uruguayos están muy ligados afectivamente a sus propias tradiciones”, subraya Jitrik. “La cultura uruguaya ha sido muy poderosa; es lo que quieren celebrar en este congreso, de manera que lo mío será una irrupción porque no voy a hablar estrictamente del objeto del congreso.” Sabe que el tema que eligió para esa conferencia inaugural es prometedor. Anticipa que analizará la relación entre los intelectuales, la política y el poder. “La idea central es que las manifestaciones un poco torpes del bloque de la derecha oscurecen el dilema de la crisis del bloque progre. Si uno empieza a hacer consideraciones sobre qué pasa en el bloque progre de izquierda, se dice que se le hace el juego a la derecha. Y no se trataría de eso. Lo que me interesa plantear es los problemas que implica atravesar el bloque de la derecha, es decir generar discursos que permitan entrar en esa masa ideológica que se manifiesta políticamente de una manera más torpe que nunca en la historia del país, como en el tema retenciones o el matrimonio igualitario.” El viejo y querido Noé bate el café humeante con la cucharita de la igualdad.

–¿Cómo enfrenta un discurso intelectual progresista a ese bloque de derecha tan básico?

–Creo que no lo está enfocando bien. Lo enfoca a veces demasiado frontalmente, muy declarativa y emotivamente, y termina por hablarse a sí mismo en términos generales, no a la masa, sino a los iguales, a los que están de acuerdo. Como si el temor a ser juzgados por los iguales predominara por sobre la eficacia o sobre la necesidad de atravesar el bloque mental de quienes hay que hacer cambiar. Porque si no estamos admitiendo la posibilidad de ser un ghetto; intelectualmente eso pareciera ser una renuncia. Hay que esforzarse más por encontrarle la vuelta, no digo que yo la tenga ni sepa cuál pueda ser. Pero ésa es la cuestión.

En el discurso de agradecimiento al honoris causa Jitrik aprovechará para hablar de lo que siente acerca de la literatura, las formas que está adoptando, las tensiones. “No quiero entrar en el antagonismo sobre algunas líneas que se están dando en la literatura”, avisa. La deja picando. Se ríe cuando se le pide más. “Es muy temprano”, se excusa. Y hace mucho, pero mucho frío. Es el día más gélido del año. Y dicen que de la década. “Quiero problematizar lo que podría ser la desdicha de la literatura. Está la idea del éxito y la atribución de valores muy efímeros, de tal manera que el descubrimiento literario se ha cerrado, y la lectura es más bien aquello que hay que leer porque alguien dice que hay que leer. Y los suplementos literarios así lo muestran y se hacen cargo de la desdicha de la literatura, sin creer que sea una desdicha, sino el mejor de los mundos posibles.”

–¿Por qué se produce esa paradoja de la desdicha como “el mejor de los mundos posibles”?

–Me da la impresión de que hay un giro que va del culto al modelo de literatura occidental europea, francesa sobre todo, a la literatura sajona, especialmente norteamericana, que promete el éxito y la felicidad. Escribir es una decisión monacal en cierto sentido, muy individual y de renuncia. El que escribe se sustrae al paso del tiempo; pero es una condena más que una felicidad, porque la gente vive felizmente en el transcurso del tiempo. Esto subsiste y todo escritor está en eso, lo cual condena también a la pobreza, a la austeridad, a la honestidad. Lo condena además al pedido, a la solicitud; escritores que después de esforzarse y de hacer algo que creen que es bueno y quieren que se comunique se encuentran con los criterios editoriales, con la noción del éxito. La paradoja es que en medio de ese panorama hay escritores que ganan fortunas y cambian de categoría social y económica. Y es una paradoja sobre todo si se compara con la historia de la literatura. Ninguno de los grandes escritores, que son todavía los que dan la pauta de lo que es la literatura, ha tenido un sólo instante de felicidad económica. Nunca. ¿Dostoievski tenía dinero? ¿Stendhal tenía dinero? Proust estaba metido en una cama tratando de aliviarse del asma. ¿Quién? Esa es la literatura que siento que es literatura; muchas de las otras cosas que obtienen esa fortuna económica son transaccionales, de un día, una semana. Se puede verificar en los premios de las grandes editoriales, que prácticamente desaparecen en dos semanas.

El hilo de las reflexiones de Jitrik queda suspendido por una anécdota que necesita contar. Recibe muchos libros que no puede leer inmediatamente. Como estuvo unos días en su casita de La Cumbre (Córdoba), aprovechó para saldar deudas con Rastros, de Antonio Oviedo, publicada hace siete años, en 2003. “Me pareció fascinante, realmente una nouvelle tan bien trazada, con tanta precisión que uno siente la literatura –revela–. La literatura no es lo inmediato, que alguien se ponga a escribir una cosita que se le ocurrió porque es ingeniosa y es un problema que anda en el aire. La literatura es una vibración y uno la siente. Yo sentí esa vibración cuando leí a Oviedo. De inmediato le escribí una carta y le dije que esto confirmaba mi teoría: los libros navegan en un mar incierto y de pronto llegan a algún puerto. Y eso es todo. No es el bombo de la Feria del Libro, ni tanto ruido que se hace por ahí.”

–¿Está dando a entender que en general lo que se está publicando carece de vibración literaria?

–Sí, es difícil decir que sea literatura. Se puede decir de Henry James que era un tipo estirado, pero hay algo en el orden de la letra que produce una suspensión; uno deja de ser uno mismo para ser otra cosa. No es una definición de la literatura, pero es algo que la literatura produce.

–Pero hay teóricos que plantean que hay cambios en el discurso literario y que hoy el concepto de literatura es más permeable y entran otras variantes que antes no eran consideradas literarias.

–Benévolamente eso son nuevas formas de comunicación. Me parece bárbaro que haya blogs y que la gente escriba, ¿pero qué tiene que ver eso con la literatura? Puede ser que algo surja, que modifique el lenguaje, pero no por eso hay que idealizarlo como lo que hay que hacer porque todo lo demás es reaccionario o viejo. Nada es viejo...

Tiene razón Noé: viejos son los trapos. Y habría que desconfiar también de ese refrán. En Córdoba, en La Cumbre, en ese lugar donde se respira silencio, hay una especie de “cuchitril”, una ferretería. El muchacho que atiende el cuchitril le pidió libros. “Cada vez que voy me pide libros –recuerda Jitrik en su rol de Virgilio del ferretero–. Estuvo leyendo a Donoso, a Saer; el gordito está metido detrás del mostrador esperando que le compren un tornillo y está intentando llegar a eso que llamamos literatura. Ahora me mostró algo que escribió, y que necesita mucho trabajo. Pero no importa. Lo que importa es su vibración, su fervor. Si eso no vale, entonces no sé qué es lo que vale en la vida en general.” Lejos de rumiar, muy lejos de ese tono, va hilvanando escenas de la antesala de la vida literaria. “Cuando le escribí a Antonio (Oviedo), imagino que habrá tenido un sobresalto. Quizá no esperaba nada. Mis libros también están navegando por un espacio desconocido. Así me funciona la cosa, con eso me las arreglo. Y sigo haciendo lo mismo.”

–Hace muchos años, ¿estuvo también del lado de quien reclama que lo lean?

–Seguramente, ¿quién no? Hace unos años empecé relaciones más cercanas con Yuyo Noé. Me dijo que quería rescatar algunos trabajos de su padre. Hicimos un volumen con los escritos de su padre, que era Julio Noé, un académico que fue secretario de la revista Nosotros y profesor de la facultad. Entre los papeles que empezamos a ver, recuerdo una carta que le había mandado el joven Borges a Julio Noé, de puño y letra, en la que le mandaba unos poemas y le decía que le gustaría que se los comentara... ¡Cuánto he sufrido porque la gente no me daba bola con las cosas que escribía! Cuantitativamente la repercusión que han tenido mis libros es nula al lado de la repercusión que han tenido otros muy merecidamente. O no. Pero ya no me importa porque tengo que ser consecuente con mi teoría de la navegación en tierra desconocida. Y si de repente, como me pasó, el chico de la ferretería me dice que leyó Destrucción del edificio de la lógica y que le pareció extraordinario, para mí es una epifanía. Me alcanza. Esas experiencias son muy conmovedoras porque existe la gente que lee. No es que no exista y que todo está perdido. Lo mismo esa estupidez que se repite a cada rato: que los jóvenes no leen. No es cierto.

En los años ‘60, recapitula Jitrik, comenzó a gestarse en el plano de la narrativa lo que él define como “la ansiedad por gravitar”. “Pero este germen todavía no estaba atravesado por las políticas editoriales –aclara–. Lo que era Sudamericana en los años ’60 no es lo que es Sudamericana hoy; lo que era Emecé esos años no es lo que es ahora; Planeta, un grupo capaz de publicar una novela mía de escasísima circulación y un libro de (Luis) Majul. No he estado en ninguna de las discusiones de directorio de esas editoriales, pero imagino que se habla de cuánto se gana y de qué se vende. Todo esto determina modos de escritura y ansiedades que son canalizadas a través de la publicación.”

–¿Las editoriales, sugiere, gastan pólvora en chimangos?

–Sí, de ahí que dure muy poco lo que lanzan con tanto gasto. Digo esto y parezco muy apasionado y vehemente por el tema, pero en realidad basta con hacer una comparación con los libros que están emergiendo internacionalmente. El libro de Vasili Grossman (Vida y destino) o lo que pasó con Sándor Márai demuestran que mi teoría sobre la navegación funciona. Fueron libros que estaban hundidos y reaparecieron. Y son una maravilla. Ahora importa más la vida y las opciones del escritor que su obra. Pero la literatura es otra cosa; no sé si me hubiera gustado charlar o compartir algo con Kafka, no necesariamente. Pero su literatura me toca.

–¿No le interesaba conocer a los escritores?

–Algunos sí; de (Augusto) Roa Bastos fui amigo. Alguien me dijo que en el barrio vivía un escritor paraguayo y lo fui a ver. Y se armó una relación personal para siempre. Con (Gabriel) García Márquez nunca tuve una relación amistosa, aunque es muy simpático, muy gracioso, muy chistoso. Mi relación con Saer tuvo idas y vueltas. Lo vi crecer, fui uno de los primeros que advirtieron la garra que tenía como escritor, pero después hubo malentendidos y cosas nunca aclaradas. Con Cortázar tuve una relación cordial; en una visita que hizo a Buenos Aires en los años ‘70 lo había invitado a almorzar a casa y le pedí que me acompañara a buscar a mi hija al jardín de infantes. Cuando salió Magdalena, que era chiquita, Cortázar le agarró la mano y volvimos caminando los tres. La gente lo miraba a Cortázar... es algo que no me voy a olvidar nunca.

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A los 82 años, Jitrik recibirá hoy el título Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República.
Imagen: Rafael Yohai
 
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