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Sábado, 30 de julio de 2011

JUAN GELMAN, RODOLFO MEDEROS Y CRISTINA BANEGAS PRESENTAN DEL AMOR

“El arte que calma es sospechoso”

El espectáculo que hilvana los poemas del Premio Cervantes, la música compuesta para la ocasión por el bandoneonista y la puesta de Banegas está girando por la Argentina. “Es un diálogo en el que la música se introduce en las palabras y las palabras en la música.”

 Por Silvina Friera

El suave declive de la tarde trae brisas de la adolescencia en Villa Crespo. “Que no se sepa que pido un té”, bromea Juan Gelman, con ese tono inconfundible de porteñazo, en el living de la casa de Cristina Banegas. Sobre una de las sillas descansa el bandoneón de Rodolfo Mederos. Lo cuida tanto que tiene terminantemente prohibido salir a la calle para las fotos. El bandoneonista, que por momentos tiene la actitud de un chico extasiado ante un pensamiento indómito, puede tomar frío; el fueye jamás. Dios los cría y el amor los junta. Y se sacan chispas. Las anécdotas se suceden como cuentas de un collar. La brisa arrima las bodas de los años ’40, cuando no había un morlaco para pagar una orquesta, pero siempre aparecía, como por arte de magia, algún familiar que despuntaba el vicio de animar las fiestas con un bandoneón. Del amor, espectáculo que hilvana los poemas del Premio Cervantes, la música compuesta para la ocasión por Mederos y la puesta y dirección de Banegas –viejo anhelo concretado el año pasado, cuando se estrenó en España–, llega a su hábitat natural y se estrena en Córdoba, Mendoza, Santa y Fe y Buenos Aires. Para paladear este extraordinario concierto, antes de las dos presentaciones en el Teatro Cervantes, Página/12 entrega mañana el DVD grabado en vivo en Barcelona (ver aparte).

Cuando Banegas puso sus manos en la puesta en escena, convocó al pintor, escenógrafo y arquitecto Juan José Cambre, con quien trabaja desde hace muchos años –“desde la época de (Alberto) Ure”–, para que tramara una escenografía que “no fuera demasiado invasora”. En una pantalla se sucederán los sutiles follajes de Cambre. “Algunos son más figurativos, otros más abstractos, pero se funden en una especie de tai chi, de una imagen a un color, que va transitando los diferentes climas y momentos del espectáculo”, explica la gran dama del teatro argentino. “No es un recital alumbrado a querosén –aclara–. El marco debía ser austero porque la presencia de estos dos señores y de los dos músicos que acompañan a Rodolfo es suficientemente poderosa como para que solo haya que ponerles una buena luz y un fondo de algo que sea, como es en el caso de la pintura de Cambre, de calidad estética.” Gelman propone rebobinar la película y repasar el momento en que los planetas de estos tres artistas que asumen que tienen, cada uno a su manera, debilidad por el fueye, se alinearon. La mano del poeta señala al señor del bandoneón, que toma mate. “Tengo una admiración por Rodolfo que viene de muy lejos. Cuando vine a Buenos Aires y me nombraron Ciudadano ‘y lustre’ –mueve la mano, como si fregara un trapo–, se me ocurrió leer unos poemas acompañado por el bandoneón de Rodolfo. Ahí nació la idea de hacer algo juntos –recuerda–. Pero fueron pasando los años y nos encontrábamos en México o acá sin poder concretar, hasta que al final apareció Antoni Traveria, el director de la Casa América de Catalunya, que propuso que hiciéramos el espectáculo y sobre todo dispuso de los medios. A partir de ahí nos encontramos los tres y empezamos a trabajar. Pero también nos escribíamos correos y hablábamos por teléfono. Rodolfo armó un asado monumental, que habrá empezado al mediodía y terminó un poco antes del mediodía siguiente.”

–¿Fue un asado fundacional?

Juan Gelman: –No sé si fundacional, pero fue riquísimo.

Cristina Banegas: –Todo asado es fundacional (risas).

–¿Por qué eligieron el tema del amor?

J. G.: –Supongo que somos tipos enamorados, no entre nosotros, aclaremos (risas). Este es un mundo en el que la historia del amor está tan olvidada y el resto tan telenovelizado, que es un bastardeo de un sentimiento fundante, fundacional y fundiente (risas).

C. B.: –Cuando me contó que harían poemas de amor me empecé a reír, porque conociendo su obra sabía el trabajo que iba a tener. Recuerdo que me dijo: “¿De qué me estás hablando?”.

J. G.: –Yo creí que era un poeta revolucionario y resulta que no (risas).

C. B.: –Un día se dio cuenta de la cantidad de poemas de amor que ha escrito para regocijo de muchos de nosotros.

J. G.: –Ah, pensé que ibas a decir para quién...

C. B.: –No soy ninguna botona (risas).

–¿Cómo explican que un sentimiento como el amor esté tan olvidado o bastardeado?

J. G.: –Hay un señor con una tijerita que pasa por ahí y te recorta la ética, la moral, el coraje y miles de cosas, entre ellas el amor. Es un señor que uno nunca ve y no hace mucho ruido. Hay un intento de envilecimiento de la gente, de uniformarla hasta uniformizarla, si llega el caso, y convertirla en un terreno muy bien abonado para cualquier autoritarismo. La poesía es una insurgencia contra el autoritarismo; rompe el empobrecimiento del ser humano que el poder procura todos los santos días.

C. B.: –En estos tiempos que estamos viviendo en nuestro país y en el mundo, es una bandera poder levantar el discurso del amor, de la poesía y de la música.

–Rodolfo Mederos: –El arte es subversivo, no puede responder, debe preguntar, inquietar. El arte que calma es un arte sospechoso.

Mederos cuenta que es un agradecido de las circunstancias que lo conectaron con Gelman y Banegas. “Cada vez que me he cruzado con artistas de otras naturalezas siempre terminé mejorado, más completo, más sensibilizado, más enriquecido. O sea que estas cruzas para mí son muy beneficiosas. La música la hice bajo el estímulo de los poemas de Juan. Incluso los comentarios de Cristina me orientaron. Creo que se logró una temperatura, una atmósfera muy linda.” La clave de Del amor está en la temperatura, palabra que se apresta a irradiar una suerte de geología existencial. “No pensamos en hacer un recital tradicional en el que uno lee y el otro toca –advierte Juan–. Queríamos generar algo muy relacionado para lograr un tono. Y creo que lo logramos. Para mí no es pequeña cosa, porque hace bastante que estoy tratando de hacer una ópera o algo que consiga esa íntima relación entre palabra y música; una relación que no sé cómo describirla, pero que es un diálogo en el que la música se introduce en las palabras y las palabras en la música.”

El ensamble entre la palabra poética y los tangos, milongas y valsecitos de la factoría Mederos no produce una vibración mecánica. “Lo que tiene de extraordinario todo lo que se hace en escena es que siempre se construye un presente, un aquí y ahora. Eso es fantástico –subraya Banegas–. Seguramente no es casual que Juan, habiendo visto varias veces lo que hicimos en Barcelona, haya necesitado cambiar algunos poemas, porque ese diálogo se produce cada vez. Y cada vez se construye ese presente, ese aquí y ahora.” Al hombre del bandoneón le parece “difícil” traducir lo dicho en la música. “Es como contar el deseo, la angustia, la soledad, ¿cómo se cuenta eso? Yo lo sueno; ponerle palabras sería minimizarlo –plantea–. Yo tengo mecanismos como compositor como tiene un odontólogo para extraer una muela. Uno oye poesía y algo pasa. Y si no pasa nada, más vale ir al terapeuta. Cuando algo pasa, genera una energía muy difícil de explicar. No es tampoco una situación de inspiración: cerré los ojos y una energía celeste descendió y me condujo la mano hacia ciertas notas. No es así. Yo comprendía que había ciertos poemas que tenían que ver con la forma particular de una música. Componer no es sólo producto de la mera inspiración, palabra un poco dudosa. Picasso decía que la inspiración existe, pero más vale que te encuentre trabajando. Pero tampoco uno dice cuántas palabras tiene ese verso así pongo tantas notas. No se compone ladrillo por ladrillo. Cuando leí el poema ‘Carta’, porque es el más corto y diferente, me produjo una sensación muy particular. Cuando ‘Carta’ entró en mí, me emocioné. Ese poema me permitió hacer una música donde puse en juego toda la ternura, la delicadeza y la simpleza, porque en definitiva es una melodía muy simple. Y eso fue gracias a esa poesía; es como cuando uno va caminando y encuentra una moneda y dice: ¡qué suerte, con esto compraré un pan! Es linda esa imagen de encontrar una moneda para comprar un pan, ¿no?”

A casi un año del estreno en Barcelona, Mederos empieza a sentir la extrañeza del tiempo. “Cuando uno toma distancia, ve los objetos que compuso como ajenos; vuelven con otra cara y les voy descubriendo lugares débiles que a lo mejor en una nueva reescritura tal vez los haría distintos. Yo tengo ese afán perfeccionista y siempre reescribiría y nunca terminaría nada –admite–. Qué frágil que es componer: cuanto más me alejo, más poros le encuentro.”

–¿Desde la poesía sucede algo parecido cuando relee sus poemas?

J. G.: –Cuando terminaste de escribir un poema, murió. Se murió el momento, se murió el proceso. Yo no soy de corregir mucho. Cuando me parece que hay un poema, bien; y cuando me parece que no, lo tiro. Todo esto tiene que ver con las razones por las que soy poeta, es decir, soy un fiaca. Hay poetas que corrigen, corrigen y corrigen. Pero para mí es como traicionar el momento de la escritura, que es el momento más feliz. En México van a publicar mi obra completa y entonces tuve que leerme 1300 páginas, todo lo que había escrito. Me encontré con otros poemas que no sé quién los escribió, pero me parecieron mejores. Estoy proponiendo algunos cambios, que ustedes aprobarán o no. Cuando vi el DVD por última vez, sentí que con este talento musical, con este intérprete, tengo que mejorar lo que digo. Se trata de cómo un clima logrado puede enriquecerse.

Juan le hinca el diente a un sanguchito. Mederos sigue mateando y le pide que lea esos poemas que decidió incorporar.

J. G.: –Leo si Rodolfo toca.

R. M.: –¿De manera salvaje?

J. G.: –Sí, como hacemos las cosas.

R. M.: –¿Pero sin conocer el poema?

C. B.: –Eso se llama improvisación...

“Dos cuerpos jóvenes cavaron/ una pared silenciosa en el barrio/ hace mucho tiempo. Ahí está/ sin morir, pura, dialoga todavía/ con la pasión”, lee Juan, recitando en voz baja, escandida y grave “La estela”, poema de su último libro, El emperrado corazón amora (Seix Barral). El bandoneón se despereza tenue como una caricia. “¿A dónde va el porqué desasido del cuándo?/ Pasaron la espalda por/ las manos que despertaban pechos,/ noticias de ropas caídas.” En las entrañas de la lengua, balbucea la emoción. No vuela ni una mosca. Los testigos de la improvisación no pueden articular ni una palabra. “Se nos cayó un lagrimón a varios”, se anima a hablar Banegas.

–Son una manga de llorones –chicanea Juan con la voz eclipsada por una carcajada.

* Del amor se presentará el próximo miércoles a las 21 en el Teatro Cervantes (Av. Córdoba 1155). Repite el miércoles 10, a las 21.

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Mederos, Banegas y Gelman estrenarán en Buenos Aires el próximo miércoles, a las 21, en el Teatro Cervantes.
Imagen: Pablo Piovano
 
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