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Lunes, 17 de abril de 2006

ENCUENTRO DE MUSICA Y DANZA EN LAS RUINAS DE SAN IGNACIO

En Misiones la historia vive

Ante unas doce mil personas, Lito Vitale, Patricia Sosa, Sandra Mihanovich y Maximiliano Guerra animaron la sexta edición del Jueves Santo en el histórico templo de las misiones jesuíticas. El “tour” incluyó, también, una visita a la casa del escritor Horacio Quiroga.

 Por Cristian Vitale
Desde San Ignacio, Misiones

Dos crepúsculos y dos noches en Misiones: cuatro impresiones. Primera: miércoles 7.15 PM. Posadas es colorida y alegre de por sí, pero en vísperas de un fin de semana tan largo como Semana Santa, los colores se intensifican. Mientras Lito Vitale, Patricia Sosa, Sandra Mihanovich y Maximiliano Guerra –que 24 horas después serán las figuras principales del espectáculo en San Ignacio– bajan del avión, un mundo ajeno a ellos circula por las calles céntricas. La terminal de ómnibus luce atiborrada de peregrinos que vienen o van: es impresionante la cantidad de grupos de jóvenes que, con una sonrisa que se les va de la cara, abandonan o llegan a un pueblo anónimo, en el que nada ni nadie llama la atención. Encanta verlos allí, o en la plaza principal preparando cuatro días de jarana, o en la puerta de las escuelas, con ánimo de haber terminado las clases a poco de haberlas empezado. Cierto comentario de Silvia Majul, agente de prensa y gran conocedora de las geografías argentinas, es una verdad comprobable a simple vista: “Posadas es muy querendona”. El beso que un pelilargo con musculosa de Judas Priest le da a una bella nena misionera, cuyos genes ucranianos no puede ocultar, lo corrobora. Por tanto, la huida a San Ignacio es una entre las tantas oportunidades que se barajan.

Cuatro horas más tarde –segunda impresión– el perfil querendón subsiste. Frente al río Paraná, los boliches para tomar algo están atiborrados. Se forman largas mesas. Las cervezas avivan parejas, y desfilan sin que haga mella la proximidad santa. La onda es emborracharse un poco. El clima caluroso, húmedo y dulzón acompaña. En una de las mesas más concurridas, hay unas 40 personas. El subsecretario de Cultura de la provincia y su troupe –organizadores del espectáculo– se entremezclan con los choferes de las combis –encargados de trasladar periodistas y artistas–, algún que otro colado, y el contingente de periodistas que tiene una estrella indiscutible: ¡el Gordo de Crónica!. Sí. Todo Misiones se acerca a saludar a Claudio Orellano, un “bebé grande”, un personaje que no sólo fue locuperiodista de Crónica TV durante siete años, sino que fue la voz del estadio de Boca Juniors. Dos formoseños azorados que ocupan la mesa casi al lado suyo, le preguntan cosas. Y uno de ellos le reconoce, arrepentido, haberse hecho de Ferro un tiempo ¡por Rolo Puente!. Faltaba poco menos de un día para el convite principal, y el show ya había comenzado: un trovador ameniza la velada con “covers” del prohombre de la zona (Ramón Ayala) y un par de chistes de antología: “Saben cómo le dicen a María Julia Alsogaray?: estampita, porque estanputa queda mal”. ¿Zarpado el hombre? Misiones también tiene su humor.

Jueves 6.40 PM. Tercera. La ruta que une Posadas con las Ruinas de San Ignacio es una maravilla para los sentidos. 60 kilómetros de un verde natural, casi fosforescente. Un mojón indica que la distancia con Buenos Aires es de 1345 km y es verdad: el rojo tierra se impregna en el ojo y las ondulaciones del suelo sedan, muy lejos de la nerviosa Capital Federal. Los camiones no trasladan vacas sino madera. Y a los costados no hay ovejas sino yerba. El paisaje, por bello, parece preparado para que la visita a la casa del dramático escritor Horacio Quiroga no sea un bad trip completo. Con vista al río Paraná y a escasos metros de Paraguay, el lugar que inspiró Cuentos de amor, de locura, y de muerte, funciona como paso obligado ante el destino final. Quiroga se suicidó en Buenos Aires en 1937, pero en esa casa-museo persisten su vida, su pena y su obra. Está la canoa que lo trasladó por los profundos misterios del río, hay fotos suyas escribiendo en la más absoluta soledad entre tacuaras y ubeños, o andando en sidecar durante, se supone, sus momentos más alegres. Y rarezas, como un boleto de compra-venta de una vaca colorada en 1931, o una pieza en la que nadie quisiera dormir esa noche. Rodeado de paltas, paraísos,limoneros y cedros australianos, uno puede olfatear el verde que impregna sus Cuentos de la selva.

Jueves 8.30 PM. Cuarta. San Ignacio, el destino, es un pueblito de leves lomas, casas bajas y multicolores. Tiene un luminoso centro comercial, que mezcla tragamonedas, restaurantes y una amplísima feria artesanal, que esta noche está más concurrida que nunca. Los organizadores calculan que hay unas 12 mil personas para ver la sexta edición del Jueves Santo en San Ignacio, que arrancó en el 2000 con la Misa Criolla de Ariel Ramírez. El marco es imponente. Puesto el sol, unos reflectores azules iluminan el frente del templo que hace más de tres siglos construyeron los jesuitas para “domesticar” aborígenes, mientras la orquesta sinfónica juvenil de la UNAM aletarga la espera. Las sillas de plástico dispuestas para el público no alcanzan para albergar a la concurrencia, dicen, la mayor de las seis ediciones. Pero la gente lleva las suyas, además del termo –objeto central del misionero tipo–, la manta y los bizcochitos. Con un leve retraso, Lito Vitale y su quinteto se transforman en el sostén musical de Sosa, Mihanovich, Pamela Ayala y Patricia Silvero. Lito lo había adelantado. “Vamos a hacer todo Mujeres Argentinas.”

Arranca la Sosa con una interpretación intensísima de Juana Azurduy. “No hay otro capitán / más valiente que tú.” Las modulaciones de la otra Negra le agregan más abismo al que el contexto, oscuro e inmenso, aporta como natural. Después le toca a Mihanovich. Con ella, Rosarito Vera Maestra y Alfonsina y el mar adquieren la dulzura necesaria, y no importa que salten dos fases y el escenario se quede sin luz. Ella, profesional, toma la letra con la mano y sigue. Ambas, luego, versionan a dúo Las cartas de Guadalupe –dedicada a la viuda de Mariano Moreno– y concluyen –Ave María mediante– con dos bonus propios: Sandra con María María y Sosa con Aprendiendo a volar. El sonido no es el mejor pero el público, respetuoso, y los artistas, le ponen buena cara al mal tiempo. Maximiliano Guerra, el postre, tiene que salir a bailar y duda. Doce mil personas lo esperan, pero el piso de la pista está húmedo por la acción del rocío. El maestro de ceremonias no sabe cómo hacer para explicar que los bailarines –Guerra, más su partenaire y las 19 chicas del ballet de la provincia dirigido por Laura de Aira– pueden quebrarse una pierna y hace tiempo con un sinfín de barrabasadas, un speech tragicómico que lo lleva a pedir ¡un aplauso para él!. Increíble. Tal vez eso haya convencido a Guerra de que, asaltado por mil dudas, decide bailar por pura dignidad. Le sale impecable, y sólo una bendición guaraní impide que vuelva a Buenos Aires con un pie esguinzado y puteando a todos los santos.

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Lito Vitale, con su quinteto, fue el soporte musical de la movida misionera.
 
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