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Domingo, 12 de febrero de 2012

MUSICAL!, UN CICLO CINEMATOGRáFICO EN EL MALBA

Una canción vale más que mil imágenes

Se puede ver, hasta fin de mes, desde The Rocky Horror Picture Show hasta El día que me quieras. Una selección ecléctica que da cuenta, además, de la evolución histórica del género.

 Por Ana Asseo de Choch

El cantor de jazz (1927) fue uno de los primeros filmes sonoros. Protagonizada por el carismático Al Jolson, la película contiene asombrosas imágenes del artista disfrazado de cantante negro, danzando enérgicamente con su gran sonrisa marcada en los labios pintados de blanco. Desde sus comienzos, la música en el cine podía ser un correlato que acompañase al guión o bien formar parte del film sin aparecer, necesariamente, una congruencia narrativa. Con un ecléctico programa seleccionado por Fernando Martín Peña, el Malba presenta, hasta fin de mes, el ciclo Musical! Cuenta Peña: “El sistema en el que se grababa en aquellas primeras películas sonoras se llamaba Vitaphone. Al Jolson y su manera de cantar, que es absolutamente emocional y conmovedora, es lo que más me impactó de El cantor de jazz. Cualquier film en el que él esté y cante me impacta de igual modo. Creo que al público de 1927 le pasó lo mismo”.

Más de cuarenta años después de la mítica sonrisa afectada de Jolson, Frank Zappa explotó su faceta de director con 200 moteles (1971). El largo, que le traería dolores de cabeza –tanto en cuestiones de presupuesto, como de fricciones con sus músicos y, finalmente, de censura–, muestra un grupo de alocados músicos en gira, sin que falten groupies, orquestas, periodistas, monjas... y aspiradoras. Filmada en siete días, fue la primera en grabarse en videotape y, protagonizada por The Mothers of Invention (la banda de Zappa), contó con la participación de otras personalidades, como las de Ringo Starr, Keith Moon y Pamela Miller, célebre groupie de entonces. Pero en las películas de la primera mitad del siglo XX, el incipiente género cumplía roles bastante diferentes. Antecesor del videoclip, propulsaba a las estrellas del momento, intensificando enormemente su proyección hacia la popularidad internacional –en relación con aquellos parámetros–. Fue también funcional a un hábito bien conocido: el entretenimiento.

Haciéndole frente a la depresión económica de Estados Unidos en los años ’30, y al nazismo, fascismo y franquismo de los ’40, el musical ofrecía una alternativa al clima de desconcierto que se vivía en las calles, “anestesiando” a la población: “El musical fue, como casi todos los géneros, parte de la propaganda bélica de todos los países que participaron de la Segunda Guerra Mundial”, explica Peña. Sin llegar a la obvia propaganda, como en los films de Leni Riefenstahl, Era una noche embriagadora (1939), por ejemplo, contenía imágenes que poco representaban la crudeza de Alemania, como si nada estuviese pasando: “Zarah Leander fue estrella del nazismo; cantaba, hizo musicales. Como mucho cine hecho por estados totalitarios, la película no pretende ser más que un divertimento de género. Lo cual tenía, de algún modo, una función política. Pero no recuerdo que tuviera alusiones explícitas a la agenda del nazismo, como sí las tuvo El judío Züss (1940)”. El cine musical, con o sin coreografía, fue rápidamente uno de los géneros más exitosos y, aún hoy, transmite esa amable sensación: aunque la realidad diste de parecerse a un musical, el espectador sale del cine con la romántica idea de que la vida puede ser bailada y cantada. En estos “resúmenes del musical”, no suelen faltar títulos como Hair, Jesucristo Superstar, All that jazz o Hairspray. Peña no los incluyó: “Los ciclos en el Malba los armo siempre priorizando lo que no es muy fácil de ver en otro lado. Además, se busca lo que esté en mejores condiciones, para proyectarse en fílmico”.

Pero no faltan superclásicos como The Rocky Horror Picture Show, A chorus line y El día que me quieras. Sin tener, esta agenda, nada de obvia, son de la partida acompañando a A hard day’s night y Cantando bajo la lluvia, títulos como The year punk broke o Garganta profunda: Peña sostiene, curiosamente, que el género pornográfico es similar al musical: “En el musical, lo importante son los números musicales y el resto suele ser, salvo excepciones, bastante accesorio. En el porno, de igual forma, lo importante son las escenas de sexo y el resto suele ser, salvo excepciones, bastante accesorio”. En algunos casos, los títulos norteamericanos contienen miembros argentinos o representan a nuestro país, como en las películas de Carlos Gardel, en las que aparecen montajes que buscan reproducir pasajes de La Boca. “Incluso hay una recreación del Tigre en la película Gilda, aunque no tenga que ver con el musical.” Y, también protagonizada por Rita Hayworth, Bailando nace el amor (1942) no es otra cosa que la remake de Los martes orquídeas, la empalagosa película protagonizada por Mirtha Legrand. Por lo tanto, las asociaciones argentinas a esta historia de los musicales no son menores: “Gardel logró darles forma cinematográfica a las convenciones tradicionales del tango. En las cuatro películas que filmó en Nueva York, fue coautor de las canciones y coproductor. Los guiones están firmados por Alfredo Le Pera, que era su más estrecho colaborador creativo. Me resulta imposible creer que no haya tenido participación en ellos, aunque su nombre no figure en el trámite de la ficha técnica. Sobre todo porque su forma de encarar el musical es consistente con el corto Viejo smoking (1931), que había hecho para Eduardo Morera, sin Le Pera”. Imperio Argentina, Glenn Miller, Gene Kelly, Fred Astaire, Cyd Charisse, Louis Armstrong, Bing Crosby, The Blues Brohters, Kim Gordon y hasta Kurt Cobain pueden verse en acción estas semanas en el Malba. Y grandes directores como Vincente Minnelli, Alain Resnais, Luis Marquina, Dick Lester, Richard Attenborough, Ford Coppola y el propio Gene Kelly, entre muchos otros, se dan cita en el imperdible ciclo.

* Grilla completa: www.malba.org.ar.

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La inolvidable The Blues Brothers, dirigida por John Landis.
 
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