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Jueves, 18 de julio de 2013

RAMIRO ALBINO Y LA MúSICA ANTIGUA

Cantares y decires

 Por Diego Fischerman

Al frente del grupo La Capilla del Sol publicó uno de los mejores discos grabados últimamente en La Argentina. El conjunto de instrumentistas y cantantes, residente del Museo Fernández Blanco, reconstruía, en Como pusieran en cualquier catedral, una misa probable en las misiones jesuitas del Alto Perú, a mediados del siglo XVIII. Ramiro Albino es, en rigor, uno de los más activos animadores de lo que circula genéricamente como “música antigua” y, en particular, a través de programas de concierto que nunca se limitan a la mera sucesión de piezas más o menos bellas.

“El armado de los programas es uno de los puntos en los que pongo mayor énfasis”, dice a Página/12, en las vísperas de un concierto que dará buena prueba de ello. Mañana a las 20, en el Museo de la Reconquista (Liniers 818, Tigre), presentará El cantar de los decires. El en arpa, junto a la soprano Griselda López Zalba, recorre un repertorio en el que, según el músico, “lo que interesa son las historias que cuentan las canciones, obras diversas con un fuerte contenido literario”. Para él, el concierto “es un tanto obsoleto, aunque no siempre es fácil salirse de un modelo al que se está tan acostumbrado. En todo caso es bastante evidente que hacer conciertos de músicas preclásicas en el siglo XXI, y a la manera del XIX , es algo que realmente no funciona”.

Ramiro Albino opina que “la mayor parte de la gente de hoy quiere espectáculos, no sólo quiere escuchar sino también ver, prefiere que haya soportes visuales que complementen lo musical, disfruta con el vestuario, se emociona sin darse cuenta con los juegos de luces”. “Y el Barroco era una época, además, en que la teatralidad y la comunicación eran esenciales. Lo que sucede es que esto hay que congeniarlo con que la mayoría de los ciclos de música antigua son acartonados y primitivos en sus infraestructuras (salas sin buenas luces, sin escenario, sin posibilidades técnicas para hacer proyecciones) y también existe la posición de muchos de mis colegas, que son reticentes a hacer cosas nuevas, o a cantar o tocar de memoria, a desplazarse por la sala, o a pensar en ponerse ropa que no sea negra”.

Su manera de encarar los conciertos parte, según cuenta, “de la fantasía de imaginar cómo el sonido del conjunto puede modelar las emociones del público”. “Entonces, tengo algunas premisas a las que suelo ser fiel: me interesa que mis conciertos sean temáticos, intento claramente concebir el espectáculo como una sola obra, por lo que trato de unir las piezas (que por lo general son cortas) con puentes escritos o improvisados, y de evitar aplausos hasta el fin de la presentación. En el último tiempo fui agregando cada vez más lo visual con pequeños elementos de utilería, con un vestuario buscado para cada espectáculo, y estoy pensando también en comprar en breve un pequeño juego de luces para cuando voy a salas pequeñas o iglesias que no cuentan con esa infraestructura”.

En cuanto a su fascinación por el repertorio colonial latinoamericano, con el que trabaja desde hace años, dice: “Sería larguísimo explicar por qué me interesa tanto, o cómo llegué a él, pero puedo sintetizarlo diciendo que es el resultado de mis búsquedas adolescentes. A los 13 años, en el colegio, descubrí la música antigua y quedé enamorado y casi obsesionado con ella. Comencé a tocar en un grupo semiprofesional cuando tenía 16, con el que hacíamos conciertos, siempre de música europea. Mi plan era salir del secundario e irme a Europa, donde estaba todo eso que yo quería, y vivía lamentándome por haber nacido en un lugar que suponía sin muestras locales de arte del Renacimiento o el Barroco. En ese momento me hablaron de Domenico Zipoli –un músico italiano que trabajó en las misiones jesuitas de América del Sur– y pusieron mi mundito de ideas patas para arriba. Entonces comencé a viajar, a buscar, a leer y a redescubrir a América, y me enloquecí con todo lo que fui conociendo y viendo. Mi replanteo fue entonces hacia Europa, que ya no era ‘lo único’. Finalmente hice una síntesis, bastante obvia, entendiendo un poco mejor el mestizaje, y aquí estoy parado. Disfruto del Barroco americano porque siento que puedo hablar fluidamente su idioma”.

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