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Jueves, 17 de agosto de 2006

ENRIQUE GRAHL/JUDITA SCHUMACHER Y AKIYOSHI/NORIKO TANADA, PAREJAS COMPETIDORAS

Once días para la Copa del Tango

El dúo japonés y la pareja alemana son dos exponentes de un fenómeno que crece:fiel a su nombre, el Campeonato Mundial de Baile atrae a muchos extranjeros que buscan el lujo de dar la vuelta en la Capital del Tango.

 Por Karina Micheletto

Hoy comienza el IV Campeonato Mundial de Tango, una competencia que durante once días reunirá a bailarines de todo el mundo detrás de una copa que busca asociar la ciudad de Buenos Aires a una marca: la de la Capital Mundial del Tango. Así, cerca de quinientas parejas argentinas y extranjeras medirán sus pasos en dos categorías: Tango Salón (el que se baila al piso, como en las milongas) y Tango Escenario (el que admite demostraciones aéreas y juegos coreográficos como parte de la exhibición). La competencia tendrá lugar en la Rural, y muchos de los concursantes provienen de precampeonatos internacionales y regionales, donde ya resultaron ganadores. Si hasta ahora los títulos de campeones mundiales recayeron sobre representantes locales, los comentarios de profesores y jurados apuntan al nivel cada vez más alto de los bailarines extranjeros, que en ediciones anteriores lograron segundos y terceros puestos. ¿Llegará el momento de ver a un campeón de tango europeo o asiático? Al parecer, es algo que ya no puede descartarse fácilmente. Unas 37 parejas llegan desde Japón, Nueva Zelanda, Australia, Rusia, Finlandia, Italia, Francia, Inglaterra, España, México, Venezuela, Colombia, Brasil, Chile y Uruguay para mostrar lo suyo, y llegan pisando fuerte. Resta ver si se cumplen las apuestas de muchos profesores locales, que advierten que éste puede ser el año de los extranjeros.

Las parejas que llegan a competir forman parte, en su mayoría, de cierto circuito profesional tanguero y dan clases y exhibiciones o integran compañías que viajan por el mundo. El vínculo con la Argentina es estrecho e incluye viajes periódicos de perfeccionamiento. Y hasta mudanzas: tras lograr el segundo puesto en Tango Salón en el primer Campeonato Mundial, los alemanes Enrique Grahl y Judita Schumacher tomaron la decisión de venir a vivir a Buenos Aires. Ellos repiten que el premio fue “un antes y un después” y que el tango les cambió la vida. Que estaba escrito que tenían que encontrarse y el tango fue la forma final que adoptó ese encuentro. El demuestra su nivel de adaptación haciendo aparecer un mate y sacudiendo la yerba con precisión más bien uruguaya y ella ofrece facturas con una aclaración: “Como buena alemana, las elijo integrales”. Entonces comienzan a contar en un perfecto español cómo llegaron al tango para quedarse, y la suya, como suele suceder con las buenas historias, es en el fondo una historia de amor.

Enrique y Judita se conocieron en una escuela de arte de la Suiza italiana, una suerte de academia corporal en medio de las montañas que lleva el nombre de un famoso payaso, Dimitri. Judita vivía en España e integraba una compañía de flamenco con la que viajaba por Europa; Enrique buscaba hacer algo que lo llevara por otro camino que el que tenía marcado como fisioterapeuta, con un padre exitoso en la misma profesión. Hijo de argentinos exiliados en Alemania en los ’60, había estudiado tango como una forma de conocer su origen, cuenta, con profesores alemanes. Así que cuando llegó el momento de deslumbrar a esa chica que parecía española se le ocurrió que lo mejor sería decirle que sabía bailar tango. “Resultó que ella bailaba muy bien y yo, un desastre. Es que en esa época lo que se mostraba como tango allá no tenía nada que ver: todo era a los saltos, los hombres con sombrero y tiradores, las mujeres con plumas... Era una locura, una fantasía del tango”, explica él.

“Hice todo bien para conquistarla, menos decirle que bailaba tango. Algo tenía que hacer para repararlo”, se ríe. Así que durante dos años de noviazgo a la distancia, él se dedicó a saldar la deuda y a “aprender bien”. Comenzaron a viajar a la Argentina para estudiar, con profesores a quienes agradecen, como Julio y Corina o Jorge Dispari, un “viejo milonguero” de Villa Urquiza. “El nos cambió la visión del tango, nos acercó al origen, nos abrió la cabeza”, halagan. Cuando en 2003 se anotaron en el campeonato “casi de casualidad” y salieron segundos, comenzaron a abrirse puertas. Ahora, instalados en Buenos Aires, la rutina es la inversa: ésta es su base de operaciones, pero mantienen las giras, clases y exhibiciones en Europa.

Como una suerte de miniempresa, que implica “ni un día sin ensayo durante ocho años”, Enrique y Judita construyeron un cuidadoso marketing personal que puede apreciarse en su página web (www.enriqueyjudita.com). A la hora de explicar por qué este metejón con el tango, ellos no hablan de “pasión” ni de “erotismo”, sino de “abrazo”. “Bailar tango es acercarse al otro sexo, tratar de entenderlo. Eso especial y mágico que a veces se ve de afuera como erotismo, es otra cosa. Es entrega”, define Judita.

Resulta extraño escuchar a hombres y mujeres que nacieron en lugares lejanos hablar con tanta pasión de una música y una danza que podrían resultarles ajenas. Los motivos de la conexión son varios y a veces rozan el culebrón. Akiyoshi y Noriko Tanada son dos bailarines oriundos de Kawasaki, una ciudad a 30 minutos de tren al oeste de Tokio. Juran que el tango los unió y también los curó. Ella sufre leucemia desde que nació, y cuando se conocieron, hace 16 años, estaba pasando por un mal momento de su enfermedad. “Estaba muy triste, muy mal, y habiendo bailado clásica y contemporánea desde los dos años, ninguna danza me motivaba. Cuando nos casamos decidimos hacer algo juntos para que yo me sintiera mejor, como distracción. Se nos ocurrió ir a aprender tango, porque sí. Eso me salvó. Desde entonces, estoy mejor y mejor”, dice Noriko. “Dios me dio el regalo de la alegría del baile”, concluye.

Desde entonces, viajaron veinte veces a Buenos Aires, para tomar clases con maestros como Carlos Copello, Eduardo Soto, Carlos Rivarola y Julio Balmaceda. “Cada vez que venimos, ella se siente fantástica, renovada, se pone bien de ánimo. Yo, en cambio, me canso enseguida de tanto andar”, se ríe Akiyoshi. Esta es la primera vez que se animan a competir. “Queremos ganar, pero lo más importante es mostrar cómo bailamos el tango los japoneses”, dicen, serios. “Los japoneses amamos el tango desde hace mucho. Somos gente muy tímida, más bien cerrada, pero tenemos muchas cosas para expresar. Con el tango encontramos una forma de soltarnos y mostrarnos”, explican. Habrá que verlos en escena para descubrir lo que traen sus pies.

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Las dos parejas cruzan la pasión por bailar el tango con sus propias historias de amor.
Imagen: Gabriel Reig
 
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