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Miércoles, 13 de mayo de 2015

MINGUI INGARAMO PRESENTA SU áLBUM EL TIEMPO, EL VIENTO

Indagaciones instrumentales

El pianista cordobés formó parte de Los Músicos del Centro y con esa formación grabó en discos esenciales de Litto Nebbia en los ’80, pero luego siguió un camino solista con las influencias de Bill Evans, Tom Jobim, Ennio Morricone, Claus Orgeman y Carlos Guastavino.

 Por Cristian Vitale

Es inevitable, a ojo de melómano porteño, que el apellido Ingaramo aparezca íntimamente ligado al patriarca Litto Nebbia. En parte sí, es así. Pero tal vez haya que aclarar algunas cosas. Primero que son dos: los hermanos Juan Carlos y Miguel. Segundo que, si bien hay un mundo de música que compartieron con el arquitecto de la balsa, ambos tienen un prolífico camino propio. Y tercero, que son cordobeses y lo que pasa “allá”, habitual y desgraciadamente, no siempre se refleja “acá”. “Como corresponde, uno guarda fidelidad a las cosas hermosas que vivió y a todo lo aprendido. Es parte de mi historia, y uno es su historia. Por eso entiendo que esa época está presente en mucho de lo que hago, pero este es otro momento de mi historia, con otras necesidades expresivas”, advierte uno de ellos (el Mingui, Miguel) en sintonía con la introducción. En suma: sí, ha orbitado buena parte de su vida musical en torno de Nebbia, no sólo a través de Los Músicos del Centro, agrupación que formó con su hermano, y en la que Nebbia ha posado sus talentos en las épocas del notable Llegamos de los barcos y En vivo en Obras, discos publicados en 1982 y 1983 respectivamente, sino también de New York es una ciudad solitaria, placa en trío de 1994, o de, entre otros, Esperando un milagro (1991), disco en el que, además de tocar piano y guitarra, Mingui participa de los arreglos.

Pero esta es una parte de la historia. La otra, profusa también, lo vincula con Encuentro (el grupo de jazz fusión que antecedió a Los Músicos del Centro), a la parte sin Nebbia de tal agrupación, y a un trayecto solista –tardío pero a tiempo– que empezó en 2010 con Patagonia y prosigue con el flamante El tiempo, el viento, que el pianista y compositor acaba de editar, Melopea mediante. “Es que vienen juntos, el tiempo, el viento”, reflexiona Ingaramo. “El tiempo se remonta al espíritu de aquellas tardes de escuchar música sin parar, de no dejar de asombrarse con creadores como Tom Jobim, en especial su disco Matita Peré, con tanta presencia de cuerdas. Esa era una coincidencia casi fundacional que tuvimos con Obi Homer, entre otras músicas que nos alimentaron. Y el viento es el que nos trajo hasta aquí, hasta este momento en el que, luego de andar caminos por la música, uno vuelve quizás a lo más esencial que lo ha movilizado, al amor más puro, despojándose de hojarascas y dejando que fluya”, puntualiza él, esta vez sí anclado en las músicas que lo identifican hoy, y que tienen que ver con un exquisito y muy climático ensamble instrumental entre su piano, su pluma, la batería de Hugo Ordanini, el contrabajo de Cristian Andrada y la dirección del mismo Homer. “Es un disco de música de argentina instrumental, eso es lo esencial”, define Ingaramo, sobre el compendio de nueve piezas que pueblan el álbum.

Entre ellas, la bella tríada “Nocturno”/”Claroscuro”/”La mañana”, que su autor considera tres momentos de una misma historia. “A ‘Nocturno’ siempre me lo imaginé como esa música que nace del silencio y que acompaña en la noche y en la distancia. ‘Claroscuro’ es como si en medio de la confusión, entre las sombras, aparece un brote de claridad, y ‘La mañana’ es, finalmente, la luz que rompe la noche”, grafica, sobre un disco con serias probabilidades de inspiración en Bill Evans, Jobim, Ennio Morricone, Claus Orgeman y Carlos Guastavino. “Ellos son algunos de los músicos cuyas obras hicieron enamorarme de la música”, refiere el pianista, que ve apenas sutiles diferencias entre su disco debut (Patagonia) y el reciente. “Todo es una continuidad, básicamente, pero creo que El viento, el tiempo tiene una identidad propia. Lo siento muy diferente de lo anterior, como que se refleja aquí una sensibilidad más despojada... es la idea del menos es más.”

–Que lo haya editado Melopea huele más a continuidad que a ruptura...

–Es que la amistad con Litto sigue siendo una llama prendida y estamos cerca, sobre todo cuando de nuestras músicas se trata. Su música atravesó mi vida desde el primer momento. La melodía, sus letras, todo el concepto armónico. Tocar con él, compartir un proyecto juntos, fue una maravilla, un regalo de la vida. Sobre todo en aquellos días en los que la música argentina, el rock, se abría un nuevo camino y buscaba nuevas respuestas en ese momento histórico tan especial como el de la guerra de Malvinas, primero, y luego, la recuperación de la democracia. Llegamos de los barcos fue una obra testigo de eso que vivimos.

–En aquel disco usted tocó guitarra, casualmente, en “El casamiento de los músicos”, que es un tema clave, y sintetizador de bajos en “Por la evocación”: ninguno de los dos es un piano.

(Risas) –A ver, mi camino hacia la guitarra fue de alguna manera curioso. Toco el piano desde chico, pero entre los músicos que armamos aquello, ya había dos pianistas y aun más. Así que tomé la guitarra y, por suerte, conté con el espejo de Daniel Homer para salir a la aventura. Respecto de “Por la evocación”, esa letra me conmovió especialmente, porque representaba algo así como el primer golpe de conciencia de que ya estábamos grandes y que los recuerdos se volvían nostalgia. Esa melodía de Litto es bellísima.

–¿Qué implicaron Los Músicos del Centro allí en Córdoba, más allá del período en que consustanciaron miradas con Nebbia?

–Fue una propuesta que, de alguna manera, trajo a la ciudad una apertura a músicas que hasta ese momento no era muy frecuente escuchar. Tocábamos, desde el final de los ’70, cosas de Chick Corea, Herbie Hancock, Weather Report, junto con las nuestras, algunas incluso con aires folklóricos, y la verdad es que fue una historia de puro placer, una etapa maravillosa, compartida con gente muy talentosa. Pero luego fue decantando mi propia idea de la música que quería hacer, los sonidos que tenía adentro. Así fue que apareció Patagonia, disco en el que puse a la luz algunas de mis composiciones entonces nuevas, y que revisé temas de otros momentos, resignificándolos de acuerdo con una manera de mirar necesariamente distinta. Y en el próximo paso, que fue este disco, traté de indagar todavía más sobre lo que quería escuchar de mí.

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“Traté de indagar todavía más sobre lo que quería escuchar de mí”, afirma Ingaramo sobre su disco.
 
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