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Domingo, 15 de julio de 2007

ELSA OESTERHELD, VIUDA DEL AUTOR DE “EL ETERNAUTA”, HABLA DEL GRAN HISTORIETISTA Y ESCRITOR

“Héctor fue un hombre que necesitaba creer en la vida”

Han pasado cinco décadas desde la salida de El Eternauta y treinta años sin Héctor Germán Oesterheld. Quien fuera su compañera lo recuerda con cariño y admiración. Dos exposiciones le rinden un merecido homenaje.

 Por Facundo García

Fue hace una semana. A casi cincuenta años de la primera publicación de El Eternauta, la nieve era como un homenaje, un guiño. Elsa Oesterheld atendió y su voz llegó con interferencia a través del cable telefónico, que se dibujaba entre las calles blanqueadas por los copos. Casi se la podía imaginar mirando el frío desde una ventana cuando su voz de ochenta y tantos dijo que sí, que estaba dispuesta a charlar sobre la vida que compartió con el guionista más importante de la historieta argentina: “Héctor era un apasionado. En cualquier lado se le ocurría un argumento. En el tren o en la vereda lo veías sacar un cuadernito lleno de círculos y triángulos, en el que escribía con un código que nadie ha podido descifrar. Elsa soltaba anécdotas divertidas a pesar de haber pasado por el dolor de que le secuestraran a su marido, sus cuatro hijas –dos de ellas embarazadas– y dos yernos. Incluso cada tanto soltaba alguna risa, como para dejar claro que las injusticias no la quebraron.

Días después, Elsa surge con la misma vitalidad de entre las sombras del microcentro porteño, en un atardecer helado pero ya sin copos. Llega hasta el Archivo y Museo Histórico del Banco Provincia para asistir a la inauguración de una muestra que recuerda que han pasado cinco décadas desde la salida de El Eternauta y treinta años sin Héctor Germán Oesterheld (ver recuadros). Caminando por una galería de ilustraciones que muestran a los más de ochenta personajes que trajo al mundo su marido, ella completa el boceto que había empezado a trazar: “Fue un hombre que necesitaba creer en el hombre por el hombre mismo. Necesitaba creer en la vida, en la gente que apostaba sin intereses”, cuenta.

Desde sus primeras publicaciones, Oesterheld hilvanó con paciencia relatos que daban por tierra con las concepciones maniqueas del mundo. “Toda su obra fue una especie de anticipo de la defensa de los derechos humanos en la Argentina”, aporta Elsa. En efecto, contra los supermanes que llegaban desde Estados Unidos –tan parecidos a la bomba atómica en su infalible potencia destructora–, Oesterheld propuso tipos como El Sargento Kirk, capaz de ponerse del lado de indios nada simpáticos en caso de que se cometiera alguna injusticia contra ellos. O el gran Ernie Pike, que no gustaba a las editoriales porque su protagonista, un corresponsal que recorría los frentes de la Segunda Guerra Mundial, no señalaba a seres puntuales sino a la guerra misma como el principal villano de sus aventuras.

Eran historias en las que los buenos a veces perdían. Más verdaderas que las de muchos “realistas”, en todo caso. “Lo que pasa es que él era fundamentalmente un filósofo –define la mujer un rato después, luego de pasar ante viejas tapas de Hora Cero–. No solamente en los guiones, sino en cada cosa que hacía. A poco de publicar algún trabajo, ya había regalado todo. Por eso se ha extraviado mucho de lo que hizo. Se pasaba días y noches en un cuartito, identificado con sus personajes hasta el punto de fundar una editorial como Frontera para poder tocar los temas que en otros lugares le prohibían.”

Elsa asegura que antes de que llegara la saña militar, su casa era “uno de los lugares con más creatividad en el mundo”. Héctor funcionaba como el dínamo del hogar, andando descalzo por toda la casa, despeinado y siempre desaliñado. “Uf... leía en cualquier lado, anotando cosas en letra manuscrita o en su código. No cuidaba para nada su aspecto personal ¡no sabés lo que renegaba para que se pusiera una camisa! Ahora lo entiendo más: se sentía a gusto con la gente sencilla”, revela la entrevistada.

Parece que Oesterheld no era un galán, pero bastaba escucharlo un minuto para que las cortinas del hombre común dejaran entrever un tipo fuera de serie. Así lo recuerda quien lo acompañó durante tantos años. “Lo conocí en un club de barrio. Mis amigas me preguntaban por qué me había ido a enamorar justo del más feo. Es verdad, no era lindo. Pero hablaba y era obvio que tenías enfrente a alguien excepcional”, aclara Elsa. En el refugio del guionista, la literatura y las publicaciones científicas de todo el mundo circulaban por igual y en cuatro idiomas. “Y siempre pensaba en equipo con los dibujantes –agrega ella–. Sabía que a Hugo Pratt lo volvían loco las aventuras, y ahí nomás le mandaba una a su gusto. (Carlos) Roume se llevaba bien con los animales, y entonces le daba una llena de bichos. (Francisco) Solano López y (Alberto) Breccia eran ciencia ficción, y así les entregó su Eternauta y su Sherlock Time.”

Un sector de una de las salas está dedicada, precisamente, a El Eternauta y sus distintas ediciones. La obra vio la luz por primera vez en septiembre de 1957, y hoy está a punto de ser repartida en las escuelas del país por iniciativa del Ministerio de Educación. Sin embargo, casi nadie sabe que la famosa historieta podría haber tenido una forma completamente diferente. Antes del lanzamiento, los empresarios querían que la serie fuera dibujada íntegramente por la mano talentosa y sofisticada de Alberto Breccia. Pero una charla entre Héctor y Elsa dio un vuelco a la situación. “Yo fui quien lo convenció para que propusiera a Solano López en lugar de Breccia –jura Elsa–. Le dije que si iba a hacer una historieta para quioscos tenía que usar un dibujo que no fuera intelectual. Entonces él insistió para que quedara Solano en el proyecto. Se ve que acertó, porque esas caras y esos paisajes se han mantenido en la memoria de muchísimas personas a lo largo de tanto tiempo”, afirma.

A fines de abril de 1977, Héctor Oesterheld pasó a integrar la lista de desaparecidos por la dictadura militar. Empezó una época sombría, que agrandaría la dimensión ética del artista y sus personajes. Mientras la segunda parte de El Eternauta –que había sido escrita en la clandestinidad– circulaba furtivamente, Elsa tuvo que soportar las “visitas” de los grupos de tareas. “Cuando los milicos entraron, dos gorilas me agarraron de los brazos. Yo les grité que estaban en la casa de una familia y de una señora, que iban a tener que respetarme. Los tipos quedaron pasmados, y eso que yo ya estaba sola como un perro”, se emociona. “Desde aquella vez –resume– he pasado por momentos malos, pero el tiempo me enseñó a qué se refería Héctor cuando hablaba de los Héroes Colectivos. Los que leen sus historietas, los que mantienen viva la memoria del país, todos ellos en grupo han hecho que yo renazca después de que a los cincuenta años me dejaran vacía. En estos años aprendí que por la patria se vive, no se muere. Morir es fácil. Lo difícil es vivir. Y al final tiene su sentido. Muchas veces encuentro personas que no saben nada de lo que me pasó y me preguntan cómo hago para mantenerme tan activa. Yo les respondo que el secreto es simplemente ése, ‘buena vida’.”

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“Su obra fue una especie de anticipo de la defensa de los derechos humanos en la Argentina”, dice Elsa.
 
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