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Viernes, 28 de marzo de 2008

ESTA NOCHE PRESENTA SU NUEVO DISCO, EN EL TEATRO IFT

Las orillas de Raúl Barboza

El acordeonista, radicado en Francia, viene acompañado por Alter Quintet, un ensamble de cuerdas de múltiples nacionalidades.

 Por Karina Micheletto

Ocurre cada vez que se conversa con Raúl Barboza: este hombre transmite algo del orden de la paz, algo que pronto invade el ambiente y a sus interlocutores. Su tono de voz, quizá, la forma tan amable de su risa. La cuestión es que el caos de tránsito que se acaba de dejar abajo, por ejemplo, en pleno barrio de Once, desaparece de un plumazo. Algunos podrán llamarlo místico (un tipo de misticismo que involucra, por ejemplo, un profundo conocimiento de los pájaros), pero es seguro que lo suyo no es parte de una pose. Y si no, ¿cómo podría hacer para transmitir ese estado –que debe ser del alma– con su música? Basta remitirse al disco que acaba de editar en la Argentina, Dos orillas. Allí suenan los pájaros que Barboza escucha por la ventana de su casa, en París, y los que vuelve a escuchar en su Litoral natal en cada visita de regreso a casa. Suenan mezclados entre las notas de un acordeón, en melodías muy trabajadas y originales y populares a la vez.

En esta visita a la Argentina, Barboza trae un proyecto compartido con un quinteto de cuerdas integrado por franceses, argentinos y un venezolano, Alter Quintet. Hoy a partir de las 21.30 mostrará parte de esta producción en el teatro IFT (Boulogne Sur Mer 549), repitiendo el concierto el próximo viernes 4 de abril, en medio de una gira que en poco tiempo lo está llevando por Mar del Plata, Necochea, Corrientes, Santa Fe, Rosario, Casilda, Rafaela, Paraná, Azul, y también por Porto Alegre, Brasil.

“Están las orillas más obvias, las de nuestros ríos, de un lado el Sena y el otro el Paraná. Pero también somos de diferentes orillas musicales”, explica el acordeonista sobre su nuevo disco. El violinista Alfonso Pacín, por ejemplo, nació en Olavarría, ganó una beca Berklee y ahora vive en Francia, tiene formación clásica, pero también trabajó con el folklore. “Y así todos: tenemos influencias del jazz, de la música clásica, de las músicas del mundo...”

–Proveniendo de diferentes orillas, ¿fue complicado el encuentro, tuvieron que explicarse entre ustedes cosas, ritmos, respiraciones?

–¡Para nada! La música sola se fue mezclando, fue natural. No necesita ser explicada. Fue un encuentro musical y, como siempre, la música nos fue llevando de la mano a todos. Este es su misterio. De manera que todo fue muy fácil, sencillo y lindo. Al escuchar el resultado, me satisface que, sin perder la esencia de la música folklórica, el quinteto le ha dado otro color.

–¿Y cómo surgió la posibilidad de este cruce?

–A partir de una propuesta de una “residencia” en el sudoeste de Francia. Es algo que se suele hacer en este país, un encuentro educativo de carácter musical. Nos convocaron para mostrar la “cocina” de la música, el proceso de composición, compartiendo con los chicos de una escuela, ensayando frente a ellos. Y también contándoles, en mi caso, sobre la cultura guaranítica o sobre el tango. Los chicos terminaron haciendo cuadros sobre lo que aprendían o vieron cómo se hace una empanada. Es decir, mostramos cómo es la Argentina, en general. Ese fue el primer encuentro con el quinteto y la experiencia fue tan rica que grabamos algunos de los temas que se editaron en Dos orillas. La idea ahora, además de compartir giras como ésta, es grabar un disco íntegro con el quinteto.

–Después de tanto tiempo, ¿le sigue encontrando nuevos secretos a su instrumento?

–Desde luego. Toco desde los 8 años y voy a cumplir 70. Y sin embargo el instrumento siempre me ofrece algo nuevo para descubrir: un acorde que uno dice, caramba, estaba acá. Una respiración, una forma de llegar a una nota, un contrapunto. El acordeón forma parte de mi vida y es como conversar: de repente uno aprende una palabra nueva, un significado que creía que era diferente, en cualquier charla casual. Así como cada día nos posibilita cosas nuevas, la música es esa posibilidad. Es como un cuadro inacabado, de eso se trata la composición. De hecho, tengo muchas melodías en la computadora que algún día se transformarán en canciones... o no.

–¿Ese es un método frecuente de composición?

–Sí, he terminado un tema a los cuarenta años, recuperando viejos papeles garabateados. Y ahora acumulo melodías en mi notebook, puedo hacerlo desde que sé escribir música. Tuve que aprender a escribir para compartir música con otros músicos del mundo. También llevo siempre conmigo un grabadorcito para ir grabando lo que se me ocurre. De eso quizás algún día algo sirve, quizá no. Siempre he sido un incorformista, siempre busqué encontrar algo nuevo a lo que ya había. Por eso pude darme el gusto de romper muchos esquemas en la música guaraní. Y por eso ahora puedo incluir en este disco mis versiones de “Kilómetro 11” o “Merceditas”. Es una forma de decirle a la gente que mi composición más nueva o el más clásico de los clásicos están tocados con la misma sensibilidad.

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“La música no necesita ser explicada.”
Imagen: Jorge Larrosa
 
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